Cultura

Muere Francisco Ibáñez, muere Bruguera

El último epígono del estilo de la editorial barcelonesa deja huérfanos a centenares de lectores y también a sus personajes con su muerte a los 87 años. Pocos autores fueron parte del imaginario del país como el creador de 'Mortadelo y Filemón'

  • Francisco Ibáñez -

En uno de sus cómics tardíos, en uno de aquellos donde ya empezaba a atreverse con chistes políticos, Francisco Ibáñez resumió bien la dictadura de Franco con una serie de viñetas ingeniosas: en cada una de estas cada mención al dictador, incluso con el adjetivo franco (honesto), acababa con la inevitable visita al cuartelillo del despistado peatón. Lo fascinante es que esa sociedad censora, esa suspensión de la realidad propia de una autocracia, forzó a todos los dibujantes del tiempo a agudizar su ingenio. Serían los dibujantes de sátira social, la llamada escuela Bruguera, y cuyos nombres deberían citarse entre exclamaciones debido a su talento: Guillermo Cifré, Carlos Contí, Eugenio Giner, Josep Escobar Manuel Vázquez o Joan Rafart.

Es en estas circunstancias en las cuales Barcelona acogió a esta serie de prodigios, de pioneros del tebeo, cuyas creaciones durarían más allá del siglo XX. Antoni Guiral recuerda cómo la revista infantil Pulgarcito fue clave en dar pabellón a una serie de dibujantes que llevaron a viñetas el imaginario de porteras, cucos, vagos y criadas que hacían sátira social bajo pena de cárcel si tocaban un tema político. El tebeo, las publicaciones infantiles, fueron la única posibilidad de escape y el citado semanario infantil alcanzó nada menos de 45.000 ejemplares de venta en los años 50, según el experto Antonio Martín.

El más joven de estos dibujantes de esta escuela, uno de los más tardíos, sería Francisco Ibáñez; evidente charnego barcelonés que hizo del retruécano “codornicil” (la influencia de La Codorniz social de Álvaro de Laiglesia en el estilo Bruguera es decisiva) y la humorada costumbrista una forma de vida. Empezaría, todavía, con editoriales menores como Marco, para pasar pronto a la inevitable Bruguera: allí, debido a la marcha de sus mejores autores a Tío Vivo (El invierno del dibujante de Paco Roca es el testimonio doliente de esos pobres idealistas), encontraría su sitio. Entre Pulgarcito y DDT todavía no tendría un personaje clave y apenas solía sustituir a Manuel Vázquez -una relación propia de Mozart y Salieri (¿O quizá al revés?)- en la confección de chistes centrales. 1958 sería su año, sin duda, ya que publicaría el 20 de enero de 1958 la primera viñeta de Mortadelo y Filemón: Agencia de Información.

Un disfraz a la fama

El autor de Mortadelo hizo decenas de especiales de aniversario respecto a sus creaciones, pero quizá la más divertida sea la del 35 aniversario donde la combinación entre la cabeza de un “tonto del higo” y “cosa rara” da como origen el personaje de Mortadelo. Ahora bien, sería un golpetazo con una costilla en la siguiente viñeta la que llevaría al conocimiento de Filemón. Cada especial, vaya, cambiaría el génesis de unos personajes más bien inspirados en el comisario Jules Maigret de Georges Simenon (autor superventas en la España de los años 50) y que ampliaban un poco el humor de tipos sociales que dominaba Bruguera.

En cualquier caso, recuerda Terenci Moix en uno de sus mejores ensayos, serían historietas de tipo realista y con un desarrollo único y reconocible: presentación, plan maestro y fracaso. En todas las viñetas de estos personajes, incluso en el formato álbum, el desarrollo nunca se llevaba a cabo y si el plan funcionaba era por despiste de los protagonistas. Muy pronto aparecerían otros personajes de la mano de Ibáñez como el derivado de la familia cebolleta La Familia Trapisonda, el fresco social 13, Rue del Percebe, el muy políticamente incorrecto Rompetechos, El Botones Sacarino y los currelas Pepe, Gotera y Otilio.

De todas sus creaciones la más arriesgada, la que tendría mayores elementos surreales, sería con diferencia Mortadelo y Filemón: los espías de la “T.I.A.” muy pronto incorporarían secundarios como el Dr. Bacterio o el Superintendente Vicente con un Ibáñez bajo el influjo claro del cine de espías de los 60. Los guiones, así, de estos tebeos comienzan a dejar las capitales provinciales, visitan otras latitudes e inspirado en los modelos europeos de tebeo aparece en 1969 la historieta larga El sulfato atómico. Incluso, Astérix el Galo de Goscinny y Uderzo databa de finales de los 50 y era evidente que el modelo de la revista de tebeos Pilote podía exportarse a una España que se despertaba de la larga siesta de la dictadura. Sería el magazine Mortadelo, el cual desgraciadamente haría más ricos a los editores que a los dibujantes.

Dibujantes pobres, editores ricos

Cualquier niño en los años 70 recordará no solo marcas de helado como Avidesa o Frigo, sino también un quiosco asediado, asaltado, por publicaciones de la editorial Bruguera como Mortadelo, Lily o DDT. Las ventas acompañaban, claro, a un fenómeno masivo como el del tebeo que en esos años que se filtró en la novela, la poesía o el cine. La nota al pie fue que la mayoría de estos dibujantes no ostentaban sus creaciones, estando condenados a la explotación de unos empresarios no precisamente benignos. Recordaba Ibáñez a los investigadores del tebeo Santiago García, Joan Navarro y David Muñoz que:

"se habló mucho del asunto de los derechos de propiedad intelectual, que era una de las metas. Por aquel entonces aquí se pensaba que fuera del país era Jauja, que cualquier dibujante era propietario absoluto de todas sus cosas, todas sus obras (…)".

El propósito, en cierto sentido, era lo mismo que había permitido una apacible vejez a Goscinny al controlar sus personajes. Bruguera, en más de un sentido, viviría de él gracias a las ventas de sus revistas y álbumes clásicos como Chapeau el "Esmirriau" (1971), La máquina del cambiazo (1971) o Gatolandia 76 (1972). Con autores que apena veían nada de las liquidaciones, era evidente que, con la llegada de la democracia, Ibáñez abandonaría esta compañía ya en los años 80.

No le faltaría imaginación fuera de la editorial del gato negro para crear algunos nuevos personajes como Chicha, Tato y Clodoveo o esa “colmena” de nombre 7, Rebolling Street en la revista Guai! que editaba Grijalbo. Los primeros personajes, síntoma del pasota de los años 80 y una de las primeras críticas agudas a la política económica del felipismo, son el inicio del Francisco Ibáñez preocupado por temas de actualidad. Recuerda:

Bueno, se trataba de aprovechar el momento del paro. Me preguntaron qué iba a hacer y dije que iba a hacer eso, me dijeron que por qué y dije “Hombre, aquí tenemos actualidad y va a ser actualidad por muchos años. Aquí tenemos tema para largo (…) Si te das cuenta, todos los personajes en mis historietas son calvos. Dicen que los personajes se acaban pareciendo al autor, o el autor al personaje. Sí, sí, pero en el fondo está la vagancia, porque hacer los personajes con mucho pelo lleva una cantidad de horas para acabar la página. Y en Chicha, Tato y Clodoveo todos tenían pelo, y era bastante dificilillo de hacer además…”

Tardía fama

La adquisición de la editorial Bruguera por el Grupo Z, 1986, permitiría retomar a Ibáñez sus creaciones originales. Es el tiempo donde Mortadelo y Filemón comienzan a tratar temas de políticos y la corrupción del tiempo o la xenofobia emergente se filtra en El Atasco de Influencias o El racista a inicios de los 90. También, desconfiando un poco de estos álbumes más políticos, realizaría trabajos más blancos como el muy divertido Los sobrinetes o Robots bestiajos de los 80 a los 90.

Estamos ya hablando del dibujante consagrado, aquel que negó sus evidentes “negros” para disgusto de estudiosos del cómic como Gerardo Vilches, y cuyas últimas creaciones en los 2000 eran cada vez menos arriesgadas y demasiado institucionales. Quizá encerrado en fórmulas cómicas ya caducas, algo similar a lo que pasó al último “Forges”, cayó un tanto en el olvido en los últimos años luego de haberlo sido todo de los 70 a los 90.

Con él, a los 87, muere una manera de entender el humor, la sátira social, que debería ser ejemplar para cualquier viñetista bisoño. Pocos hicieron más por poner a los españoles y sus defectos ante un espejo. Decía el propio Ibáñez a la periodista Anna Abella:

Antes cogías un periódico o una revista y entre noticia y noticia había chistes para dar un poco de respiro, para desengrasar. Eso ha ido desapareciendo. No sé por qué. ¿Qué ocurre? ¿Qué la gente ya no quiere reírse? Y la gente tampoco canta ya. No sé por qué. Por eso yo hago lo posible para que eso no desaparezca del todo, para que la gente se ría o disfrute un poco o al menos que sonría del ombligo para adentro.”.

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