Fito & Fitipaldis llegó rápido con su último disco a lo más alto de las listas de ventas. Fue número uno en su primera semana y acaba de conseguir el doble disco de platino, al superar la nada despreciable cantidad de 80.000 copias vendidas.
Pero no es ese el único número que deja con la boca abierta cuando se observan los rendimientos de su producción. Se estima que Fito Cabrales y su banda han vendido la friolera de más de 1.600.000 ejemplares a lo largo de una carrera que ha desarrollado parte del camino en pleno hundimiento del modelo de negocio conocido tras el advenimiento de la red y las descargas. Entonces, ¿podemos decir que el rock sí vende? O, siendo más incisivos, ¿es Fito un músico de rock?
El chaval de barrio
Sí, no, y todo lo contrario. Nadie puede poner en duda de dónde viene un chaval nacido en Bilbao y crecido ayudando a su padre en el club de alterne que regentaba en La Palanca, el antiguo barrio chino bilbaíno. Un chico de la calle que montó Platero y Tú junto a sus amigos para dar salida a sus inquietudes juveniles, entre sexo, drogas, alcohol y rock’n’roll con base en el hard y en un rock urbano con sedimento en los suburbios de las grandes poblaciones. Platero y Tú hacían gala de una honestidad que, al menos a primera vista, y creemos también que en profundidad, siempre ha acompañado a sus componentes.
Fito montó Fitipaldis para dar salida, al principio de manera paralela y posteriormente en exclusividad, a canciones que incluían un cariz más abierto, dando entrada a sonoridades que podían ir del pop al swing, del jazz al blues, sin olvidar su origen barrial. Poco a poco se fue haciendo con el mismo público fiel a su banda madre, y el éxito de sus dos primeros discos comenzó a superar a aquella. Hasta que llegó el Soldadito Marinero.
O más concretamente, todo su tercer disco, Lo más lejos a tu lado, publicado en 2003. No había un gran cambio respecto a los anteriores, pero sí una serie de canciones suaves, sin complicaciones, sin demasiadas exigencias para con el oyente, pero sin abandonar su halo de honestidad. Y es ahí cuando su público dio el salto a eso tan manido y buscado que llamamos la transversalidad, ya que sin abandonar del todo al amante del rock urbano de sentido proletario, acogió al que entiende la música como un simple sonido de fondo, a la jovencita que sueña con amores complicados, al joven profesional con ínfulas de estar al día o al veterano que aun se incluye en algo tan pueril como aquello de los viejos rockeros. Vamos, que encontró el filón de la España no tan musical pero sí con ganas de tener algún héroe tirando a feo.
¿A cuánto llegará con este disco? En cualquier caso, lo mejor de todo es que aunque desde entonces las cifras se hayan desbocado y vayan a seguir haciéndolo, desde el concierto más multitudinario celebrado nunca en su ciudad natal hasta recoger un Ondas, actuar en Londres o colgar el no hay billetes en cualquier rincón de la geografía española, el tipo sigue siendo el mismo colega de siempre, el mismo chico de barrio cuya propia defensa es no creérselo.