Pero el caso es que este 2014 ve la edición de un nuevo disco de la Faithfull, Give my love to London. Con este trabajo, ella misma regresa a la composición y se rodea de artistas como el ex Pink Floyd Roger Waters, Nick Cave, Steve Earle o Anna Calvi,. El trabajo ha recibido una gran aclamación crítica, sobre todo por el placer de volver a escuchar una voz grave, vivida, dolida y sentida sobre unas canciones de gran valor no sólo emocional sino principalmente musical. Marianne Faithfull, descendiente del noble y escritor austrohúngaro Leopold von Sacher-Masoch, que dio origen al término masoquismo por libros como La venus de las pieles, sigue viva, sigue bien y su voz sigue sin abandonarnos.
Y eso que la gravedad de esa voz poco tiene que ver con la agudeza de aquella jovencita que apareciera en el efervescente Swinging London de mediados de los 60. Y la diferencia no viene dada exclusivamente por la edad, los actuales 67 años frente a aquellos 18, sino por el alcohol, las drogas y el tabaco que han embadurnado esas cuerdas vocales durante tantos años. Su aparición en aquel 1964 fue un soplo de belleza y juventud, tanto que encandiló a Andrew Loog Oldham, productor y manager de los Rolling Stones y que la lanzó al estrellato con una canción de los propios Jagger y Richards, As tears go by, anterior a la versión que grabaron los Stones un año después.
Faithfull era todo belleza, apariencia de inocencia, voz angelical, y ella misma cayó obnubilada por los oropeles y el glamour de la farándula londinense, hasta el punto de abandonar a su marido y llevarse a su hijo para dar comienzo a una de las más tórridas y famosas relaciones de los años sesenta como novia y pareja de Mick Jagger. Hasta que rompió su relación con Jagger en 1970, Faithfull fue cayendo en las redes de las distintas drogas con las que experimentaba su entorno mientras aguantaba acusaciones de prostituta, de simple groupie o de drogota y aparcaba una carrera musical que apenas había comenzado.
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La masacre de la heroína y la vida sin techo
Los 70 empezaron para ella con su coautoría de una canción fetiche de los Stones, Sister Morphine, que sin embargo no le fue reconocida hasta años después y tras batallas legales, y una caída en picado en todos los submundos de la marginalidad. Enganchada a la heroína, perdió la custodia de su hijo, vivió como una sin techo más, una paria desplazada por una sociedad que la había ensalzado, pero que tenía como único objetivo la búsqueda de la siguiente dosis. Algunos amigos le ayudaron a grabar algunos discos, que pasaron sin mayor gloria y sí mucha pena hasta 1979. En plena explosión del punk, una Marianne Faithfull totalmente olvidada sorprendía con un disco descarnado, incisivo, más rock y punk en su esencia que buena parte del punk que se hacía en aquella época y que exudaba marginalidad y sinceridad en cada surco. Broken English, con la estabilidad que le daba su entonces marido, Ben Brierly, miembro de la banda punk The Vibrators, recuperaba para el rock y la vida a una mujer que aún tenía un largo camino por recorrer hasta abandonar un mundo de adicciones en el que llevaba casi dos décadas sumida.
Tras unos irregulares y a la vez interesantes 80, musicalmente hablando, encaró los 90 estableciendo su nueva identidad que le lleva a colaboraciones con Roger Waters u otras con los Stones Charlie Watts y Ron Wood, o a homenajes musicales a autores tan alejados del rock como Kurt Weill y Bertolt Brecht. Todo hasta entrar en un siglo XXI que puede admirarla como una mujer distinta pero que es consecuencia de lo vivido, nueva pero que ahora entiende, o trata de entender muchas de las circunstancias que la llevaron donde la llevaron, y estable, capaz de entregar discos que en cada ocasión suponen una nueva muesca de emoción.