El líbero del Bayern y capitán de la selección alemana que levantó la copa del mundo del 74 y el hombre que 'destruyó' la metafísica juntos en una misma y apoteósica frase. Porque sí, Martin Heidegger profesaba una profunda admiración por Franz Beckenbauer. Y existe en semejante relación una especie de justicia poética. Mientras el pensador hablaba de la vida como una práctica, el Káiser fundía ambas categorías en su juego versátil y potente. Para Heidegger lo importante no era hombre y sino el ser; habrá que decir entonces que para Beckenbauer lo importante no es el futbolista sino el fútbol.
Heidegger hablaba de la vida como una práctica, el Káiser fundía ambas categorías en su juego versátil y potente.
Todo ocurrió en un tren. Así lo cuenta el crítico de arte Heinrich Wiegand Petzet, alumno y amigo del filósofo. Lo hace en su libro Encuentros y diálogos con Martín Heidegger (1929-1976), un volumen originalmente publicado en 1983, y en el que Wiegand Petzet revela al lector a un Heidegger más cercano; un retrato que rompe con la imagen del pensador autoritario y ajeno a cuanto pasaba a su lado. Wiegand cuenta en el libro que se enteró del asunto unos años después de la muerte de Heidegger. Se lo contó Hans-Reinard-Müller, el director del teatro de Friburgo, quien en una ocasión compartió con el autor de Ser y tiempo un viaje en tren.
Se encontraron casualmente. Müller volvía desde Karlsruhe, una ciudad cercana a la frontera entre Francia y Alemania, y Heidegger emprendía la vuelta tras una reunión en la Academia de Ciencias de Heidelberg. Con la intención de entretener e interesar a Heidegger con una conversación elevada, Müller pensó que lo mejor sería relatar al filósofo sus proyectos al frente del coliseo. Müller no conocía lo mucho que a Heidegger le aburría el teatro. El filósofo, en cambio, sí sabía de la vinculación de Müller con la televisión.
Puestos a hablar de tele, Heidegger habló del entusiasmo que le producían las transmisiones de fútbol y, claro, cómo no, un jugador en específico: Franz Beckenbauer, de cuyo estilo dio copiosa cuenta. Lo describió como un jugador brillante, de un estilo ágil, capaz de evadir al oponente. Incluso hasta se refirió al centrocampista como un hombre invencible. Fue la única conversación que sostuvieron ambos, y aun después de la muerte del filósofo, Müller no daba crédito al tema del que habían departido. Especialmente por el hecho de que Müller no entendía nada de fútbol.
Müller no conocía lo mucho que a Heidegger le aburría el teatro, tampoco su entusiasmo por el fútbol.
Franz Beckenbauer, que debutó en la liga alemana en 1964 y asombró al mundo en la Copa Mundial de Fútbol de 1966 al marcar 4 goles con la selección alemana contra Inglaterra, logró fascinar al hombre que influyó, entre muchos otros, en pensadores como Gadamer, Sartre, Foucault, Marcuse, Lacan y Derridá. Lo más probable incluso es que Heidegger hubiese seguido la época dorada del Bayern de los setenta.
Heidegger, que murió en 1976, vio a la Alemania del 72 ganar la Eurocopa, además de los tripletes del Bayern en la Bundesliga (1972-1973-1974) y la Copa de Europa (1974-1975-1976), además –claro- de la memorable final en la que Alemania quedó victoriosa tras derrotar a la Naranja Mecánica de Johan Cruyff en 1974.