Cultura

Nativel Preciado: “A los medios y a los periodistas se nos intenta destruir. No quieren gente crítica, sino adeptos, y los adeptos se compran”

En 'Palabras para Olivia', una novela que en realidad son dos, la veterana periodista y escritora regresa a donde fue feliz. Hablamos con ella de literatura, política y periodismo

  • La periodista y escritora Nativel Preciado. -

En una de sus “otras vidas”, como ella llama a sus actividades menos conocidas, a Nativel Preciado le dio por la crítica musical. No era mucho más que una adolescente cuando allá por los 70 del siglo pasado se dispuso a seguir las andanzas de las estrellas de la canción. Españolas y foráneas. No se perdía un concierto. Dylan, Marley… “He visto en directo a casi todos los grandes”. Ese precedente explica algunas de las cosas que vinieron después. Entre ellas, que en Palabras para Olivia (Editorial Espasa) haya dejado un rastro de versos sueltos que van de Chucho Navarro a Fleetwood Mac, de los Creedence a Serrat, pasando por Presley, Edith Piaf, Sinatra o Sabina

Pregunta: Una novela con banda sonora. ¿La banda sonora de tu vida?

Respuesta: Sin duda de mi infancia y mi juventud. Yo fui comentarista musical. Trabajé a principios de los 70 en 'Mundo Joven', que era una revista de música. Una de mis otras vidas, que quizá tú no llegaste a conocer. Es también un homenaje a la radio, y a aquel maravilloso programa de Ángel Álvarez, 'Vuelo 605'. En Spotify hay una playlist con las canciones que cito en la novela.

P: Cuánto tiene de autobiográfico ‘Palabras para Olivia’?

R: Mucho. Todas las emociones que hay en la novela, los recuerdos, los animales, los paisajes, la música, todo eso que le he prestado a Olivia, que es el personaje principal, es mío. Quería transmitir la idea de que los primeros recuerdos, lo que se te queda grabado a sangre y fuego en la infancia, es algo que vas desarrollando a lo largo de la vida. De vez en cuando te desvías, dudas, pero cuando llegas a mi edad, haces un recuento, y empiezas a recapitular.

P: Como dices en una de las páginas finales, esta novela es una pieza esencial en el puzzle de tu vida. ¿Es la novela con la que quieres culminar tu carrera?

R: No. Pero ya vas pasando por los sitios como pasaba Paul Bowles, que se preguntaba cuántas veces más iba a ver la luna llena. Inevitablemente también piensas que esa que estas escribiendo puede ser tu última novela. Pero no. Estaba con otra, a la que iba a llamar “La herencia”, que era algo así como el resumen de todo, un ejercicio en el que se liberan recuerdos muy concretos, en primera persona, y de repente se me coló esta porque apareció la enfermedad de mi hermano. Al recordar con él lo mejor de nuestras vidas, los paisajes de nuestra infancia, que fue una buena infancia, la emoción con la que evocamos juntos momentos de felicidad, y que sirvió para que ambos olvidáramos momentáneamente el mal trago por el que estábamos pasando, decidí que quería recrear aquello que vivimos en una novela distinta a la inicialmente prevista.

P: En el caso de Olivia parece evidente, pero ¿también existen o han existido el resto de los personajes? ¿Existe Teo?

R: Sí, claro. Existen muchos Teos. Hay muchos que no han logrado triunfar, que se han quedado en mitad del camino. Mira por ejemplo el caso de John Kennedy Toole. Murió sin ver publicada 'La conjura de los necios'. Fue su madre quien se empeñó después en que viera la luz y hoy es un clásico de la literatura. Hay montones de Teos y yo conozco a muchos, entre otros a mi hijo. Ocurre con los concursos literarios. Hay autores que me traen sus primeras novelas, pero no triunfan porque el azar es fundamental en la vida. Yo siempre les digo a los Teos que sigan escribiendo porque escribir es una estupenda terapia. A mí esta novela me ha servido para hacer un duelo, rescatar recuerdos y emociones, recuperar de algún modo el sentido de mi propia vida.

P: ¿La literatura da para vivir?

R: Yo afortunadamente me he ganado la vida con el periodismo. Dignamente; y sobriamente. Todo lo he pagado gracias al periodismo: las hipotecas, el colegio de los niños… La vida la he pagado con el periodismo.

P: ¿Entonces, que te ha dado la literatura?

R: La literatura es un fin en sí mismo. Yo he tenido la suerte da haber escrito lo que me ha dado la gana. No he estado sujeta a ninguna exigencia editorial, a ninguna moda, a ningún condicionante comercial. Y quizá por eso me ha ido bien. La literatura te da muchas satisfacciones, te evita terapias, te evita psiquiatras. Es además muy satisfactorio poder liquidar a individuos que querías liquidar, relatar traiciones que no has podido contar.

P: ¿También te ha servido la literatura para saldar alguna cuenta contigo misma? Lo digo porque hay un momento en la novela en la que Olivia le dice a Teo: “A mis años la sabiduría adquirida no es tan valiosa, ni mucho menos. Por eso me cambiaría ahora mismo por un joven como tú, aunque fuese tonto perdido”. ¿Por quién te cambiarías?

R: Yo me cambiarías ahora mismo por Adriana (Adriana Roslin, la fotógrafa que se mueve mientras hace su trabajo a nuestro alrededor). Verla actuar, ver la fuerza que tiene, con toda la vida por delante. Pero no quiero renunciar a todo lo que he superado. Yo creo en el destino. Y el destino no es otra cosa que una vida con principio y final. Lo único malo de la vejez, más allá de las enfermedades, que yo afortunadamente no padezco, es que te mueres. Y a determinada edad te entra una especie de vértigo por hacer lo que no has hecho. Te quieres comer la vida que te queda.

Pasar a la posteridad es una filfa. La posteridad son los derechos de autor, que disfrutarán tus hijos. A mí no me ha interesado nunca hacer carrera literaria y mucho menos pasar a la posteridad
El periodista Agustín Valladolid entrevista a Nativel Preciado. Adriana Roslin
Pregunta: En la presentación de la novela dejaste caer algo parecido a una crítica contra la casta literaria que, diste a entender, ha conspirado contra los autores que provienen de otros mundos ajenos al estrictamente literario, por ejemplo el del periodismo. En este sentido, en algún sitio he leído quejas de magníficas escritoras que fueron periodistas, como Ángeles Caso o Rosa Montero. ¿Existe esa casta literaria?

Respuesta: Sí, claro. Ángeles y Rosa han llegado adonde han llegado a base de mucho tesón y de alejarse mucho de ese mundo cerrado. Todos los sanedrines son excluyentes. Lo que ocurre es que la vida y la literatura van por otros caminos y esa casta cada vez pinta menos. La idea de pasar a la posteridad ya la defienden muy pocos. Deberían darse cuenta que lo de pasar a la posteridad es una filfa; que la posteridad son los derechos de autor, que disfrutarán tus hijos. A mí no me ha interesado nunca hacer carrera literaria y mucho menos pasar a la posteridad.

P: ¿Quiénes son esos que “deberían darse cuenta”?

R: Los popes literarios, que prácticamente ya no pintan nada, pero no aceptan a nadie que no pertenezca a su círculo. Dentro de ese sanedrín hay sectas que sí admiten a los que consideran suyos, aunque sean mediocres. Por eso, al inicio de la novela hay una reflexión que viene a decir que si uno es conocido puede escribir lo que le dé la gana porque las editoriales se lo publican. Y al contrario, si no te conoce nadie ya puedes ser muy bueno que o te publicas tú mismo la novela o nunca la verás impresa. Eso es lo que le pasó a Kennedy Toole, que escribió una obra maestra y no se la publicaron. O al propio García Márquez, que tardó mucho tiempo en ver publicadas sus obras porque era un reportero al que nadie conocía.

P: Pero el paso del periodismo a la literatura debiera ser una evolución natural…

R: De hecho, también hay casos de periodistas que acabaron siendo genios de la literatura, como Truman Capote o Gay Talese. Lo importante es hacer bien tu trabajo. Tú y yo hemos vivido la que yo creo ha sido la mejor época del periodismo. Hasta hace un tiempo hemos mantenido viva la esperanza de que el periodismo era útil para muchas cosas, teníamos deontología profesional, pensábamos que un texto podía tener influencia. Para bien o para mal. Hemos tenido la suerte de haber podido ejercer una profesión dignísima que ahora está inmersa en un proceso acelerado de cambio.

P: No pareces muy optimista sobre el futuro del oficio.

R: Es que cuando se tergiversan los hechos sin que nada ocurra, y se mezcla todo, estamos ante otra cosa. No es el oficio que conocimos. No me parece que ir con un micrófono a hacer preguntas sin respuesta a una ventanilla cerrada, para montar el numerito de cada día, sea periodismo. Si yo tuviera que empezar ahora igual me dedicaría a la medicina, que fue mi otra opción.

P: ¿Crees que queda algo hoy de ese periodismo de los años 80 y 90, incluso, más atrás, el de la recta final de la dictadura? ¿Qué echas de menos de aquella época?

R: Echo de menos la honestidad, el rigor y ejercer el periodismo sin traicionar nuestra deontología profesional. Vuelvo a citar a Talese, un nonagenario de origen italiano que ha vivido las mejores historias del periodismo en Nueva York y que contaba que él escribía buscando los hechos, rigurosamente, contrastando fuentes, aplicando en la práctica las teorías que enseñan en las facultades de periodismo y que parece que se han olvidado. Ahora lo que prima es el éxito inmediato, la fugacidad. Y la fugacidad, como su propio nombre indica, se olvida al momento y nadie es capaz de reflexionar sobre lo que ha hecho. Y si alguien mete la pata nadie pide cuentas, porque la siguiente noticia encubre y oculta la anterior. La obsesión por el éxito inmediato lo prostituye todo.

P: ¿Podríamos decir que la comunicación ha desplazado al periodismo?

R: Es que la política impone objetivos y da igual el camino que utilices. Eso en nuestra época no era así. El fin no justificaba los medios. Ahora el fin justifica cualquier medio, en el periodismo, en la política y en otras profesiones. Es a eso a lo que hay que darle una vuelta porque es imprescindible que meditemos sobre el valor de las cosas, que no se puede perder. Este camino nos lleva al desastre. En la política, el periodismo o la ecología. Hay que recordar que todo tiene consecuencias.

P: Quizá, como dijo Núñez Feijóo, es que estamos en presencia de la peor clase política de la democracia.

R: Cuando incluyó en la afirmación también a su partido Feijóo se pegó un tiro en el pie, pero tiene toda la razón, aunque con un matiz: no es la peor clase política de la historia sino los peores métodos políticos de la historia. Y no es fácil que cambie. De los laberintos, y estamos en un laberinto, te sacan por arriba. Y no sé qué cisne negro nos va sacar.

Hoy la política impone objetivos y da igual el camino que utilices. Eso en nuestra época no era así. El fin no justificaba los medios. Ahora el fin justifica cualquier medio, en el periodismo y en la política
Pregunta: Pero no todo en aquella época era perfecto.

Respuesta: No, claro que no. Nuestra época fue excepcional porque fuimos testigos de hechos excepcionales y los contamos con entusiasmo. Y no éramos solo los periodistas. Era toda la sociedad la que estaba ilusionada con la esperanza de ir a mejor. Nosotros supimos acompañar esa esperanza. Y ahora esa esperanza no existe. Salir de una dictadura a una democracia de forma pacífica es una fórmula que habría que patentar.

P: Y, sin embargo, hoy existen sectores de la política y del periodismo empeñados en deslegitimar esa etapa, restándole valor.

R: Es que estamos en la peor etapa de la democracia. Nunca ha habido más enfrentamientos, más polarización e incluso odio. Lo que la gente debería saber es que siempre ha habido momentos difíciles, conflictivos. ¡Qué nos van a contar a nosotros, que en la Transición había muertos a diario y estuvimos a menudo al borde del precipicio! Podría parecer que salió de chiripa, y en parte fue así, pero mi tesis, que he mantenido en un libro, es que aquello se hizo como se pudo, que fue mucho.

P: Pero…

R: Pero los que vinieron después, la primera generación de políticos de lo que podríamos llamar la post Transición, no culminaron el trabajo. Debieron modernizar en su momento la Justicia, los cuerpos de seguridad, pero no lo hicieron a su debido tiempo. Se dedicaron a otras cosas. Es decir, si algo quedó pendiente de hacer no fue culpa de los protagonistas de la Transición sino de los que vinieron después y no culminaron aquella obra. No hay que olvidar que, entonces, la casi totalidad de la sociedad, salvo minorías extremistas sin peso real, quería por encima de todo la paz. Desde el Partido Comunista hasta la derecha civilizada. Lo que se quería era salir de la dictadura de una manera pacífica. Y por eso se hicieron concesiones y salió adelante la Constitución. Y el más lúcido fue Adolfo Suárez.

P: ¿Suárez?

R: Sí. Al principio no era del todo consciente de lo que estaba en juego. Tenía una enorme ambición, y eso le pudo cegar en un primer momento. Pero cuando llegó a la Presidencia del Gobierno se dio cuenta de lo que tenía entre manos. Y el tío se fue, dimitió porque estaban todos contra él, pero se podía haber aferrado al poder, como se aferran todos. Y es el único que no se aferró al poder. Dijo: “Si yo soy un obstáculo para que esto salga adelante, me voy”. Y lo pensaba de verdad. Lo hablé con él. Tú seguro que también.

P: Sí, en su despacho de Antonio Maura. Pero aunque el papel de Suárez, como el del Rey, fue fundamental, también es necesario recordar y poner en valor la capacidad de renuncia que tuvieron unos y otros.

R: Es que aquella fue una operación esperanzadora e ilusionante, y eso fue lo que hizo que todos renunciáramos.

P: ¿Ves hoy por algún lado esa capacidad de renuncia, de cesión en favor del interés general?

R: Hoy, cualquier cosa que digas será utilizada en tu contra. Por eso hay tantos que callan. Y sin embargo debería haber alguien que fuera capaz de decir la verdad. En la Transición, y después también, no había odios sarracenos. Hasta no hace mucho, los políticos de uno y otro lado, salvo excepciones, se hablaban con normalidad, no cabía el insulto. En la tribuna del Congreso se decían lo que tuvieran que decirse, pero luego se iban juntos a tomar café. Tenían capacidad de diálogo. Ahora eso no existe.

P: Es que antes los políticos entraban por lo general en las reuniones pensando: “A ver cómo arreglamos esto”. Y ahora el único cálculo que parece moverles es el de “a ver cómo me cargo a este”.

R: Eso es. Están permanentemente a la defensiva, como diciendo “a mí no me vendas la moto que no me vas a engañar”.

P: Has dicho antes que debería haber alguien que dijera la verdad. ¿Te refieres por un casual a los intelectuales? ¿Quedan en España intelectuales?

R: Bueno, es que quizá ya no tienen sitio. Es que en este mundo acelerado que hemos creado en el que la reflexión apenas existe no es fácil ser eso que llamamos intelectual. Y si lo intentas, lo normal es que te machaquen. Todo se desarrolla de una forma vertiginosa, y ahora la inteligencia artificial va a acabar de ponerlo todo patas arriba.

P: Inteligencia artificial y medios de comunicación cada día más débiles. Una combinación inquietante…

R: Es que a los medios y a los periodistas se nos intenta destruir. Hay intereses que claramente quieren limitar nuestra capacidad de influencia. No quieren gente crítica, sino adeptos, y los adeptos se compran.

La periodista Nativel Preciado. Adriana Roslin
Pregunta: ¿Qué hacemos entonces?

Respuesta: Yo sigo creyendo en este oficio. Quedan profesionales que son capaces de jugarse el tipo no solamente en las guerras sino en la prensa local, que sigue denunciando los abusos y las irregularidades que tiene al lado, lo que le da aún más valor. Ese es el verdadero sentido de nuestro trabajo, y cuando te alejas de esta especie de agujero negro que es Madrid de repente ves las cosas de otra manera. Cuando viajas por España, te das cuenta de que a la gente le preocupan cosas que nada tienen que ver con la política, ni siquiera con la política local.

P: ¿La España despoblada, por ejemplo? Lo digo porque en tu novela haces referencia a ese problema.

R: Es que cuando nosotros éramos niños estábamos en contacto con la naturaleza, con la realidad, éramos ecologistas espontáneos, aunque aún no sabíamos qué era eso. Ahora, la política, esta política, no parece especialmente preocupada por defender esa forma de vida. Tenemos que ser todos urbanitas, pero no cabemos. Y lo triste es que parece que no hay marcha atrás, que es imposible desarrollar tu vida en lugares como en los que yo viví. No hay colegios, no hay sanidad, no hay cajeros, no hay transportes. No hay nada. Lo están matando. Y esta impotencia también he querido reflejarla en esta novela. Son sentimientos muy profundos que yo quería expresar. Por eso esta novela es muy especial. Primero porque quería volcar todas esas emociones que compartí y que me fueron tan útiles, y luego como ejercicio de reflexión, de meditar sobre adónde vamos.


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