Cultura

¿Por qué la Navidad se ha vuelto subversiva?

Una película, 'Hijos de los hombres’, y una sorprendente obra de teatro del Sartre primerizo ‘Barioná, el hijo del trueno’, pueden ayudarnos a entender el sentido último de la Navidad y por qué incomoda a cada vez más personas

La Navidad se ha vuelto una fiesta incómoda para un número creciente de personas. Y no me refiero a ese malestar comprensible de quien asocia esta celebración a alguna pérdida personal o a alguna circunstancia dramática de su vida. Ciertamente la capacidad evocadora de la Navidad es tan potente que no sólo nos recuerda lo bueno, sino también lo negativo de nuestra existencia. Y eso a veces duele.

No, este artículo no trata de eso, ni tampoco de esos seres amargados, los Mr. Scrooge, o los Grinch, que no son capaces de soportar la felicidad ajena. Ni tampoco de los resentimientos antirreligiosos de esos agnósticos, o ateos, ya talluditos, que todavía recuerdan como un trauma personal imperdonable que durante el franquismo se les obligara a cantar villancicos. 

Todo lo anterior sigue entre nosotros, desde luego. Pero lo verdaderamente relevante es la aparición de un malestar de nuevo cuño, un malestar de tipo cultural que podría expresarse así: la deriva de nuestras sociedades -al menos en lo que pregonan los grandes discursos oficiales que ocupan el escaparate público, poco representativos de lo que vive y siente la gente común- entra cada vez más en conflicto con el sentido de esta fiesta. Pero también lo podríamos explicar al revés: lo que la Navidad celebra resulta cada vez más problemático e incómodo para cada vez más personas. De repente ha dejado de ser una fiesta inofensiva y sentimental para adquirir una dimensión subversiva. Y no porque la Navidad haya cambiado, sino por el cambio que se ha producido a su alrededor. Porque hoy la celebración de la llegada al mundo de un niño sagrado nacido en un pesebre adquiere nuevas resonancias y sentidos.

Lo que la Navidad celebra resulta cada vez más problemático e incómodo para cada vez más personas

Desde luego ese nacimiento tiene una dimensión histórica, y va acompañado de una interpretación religiosa concreta, pero eso siempre ha estado ahí. Lo sorprendente es que este nuevo malestar surge y aumenta justamente a medida que el peso e influencia de lo cristiano se debilita en nuestra sociedad. Lo que nos invita a pensar que quizás, después de todo, había otra cosa ahí, debajo del mito, del rito y la fiesta, más allá de la pura celebración de la familia y de los lazos que nos unen, que es la raíz del problema. Algo que tiene que ver con la maternidad y con la procreación, con la capacidad de traer nuevas vidas al mundo. Y con la apuesta por el futuro que ello implica, y que ha dejado de ser algo natural en un presente paradójico que, al mismo tiempo que proclama su fe en el progreso, se reconoce temeroso y paralizado por las incertidumbres del porvenir. 

Barioná, el hijo del trueno

Dos obras culturales relevantes pueden ayudarnos a entender el problema. La primera de ellas es una obra de teatro que Sartre escribió en 1940, mientras permanecía preso en un campo de prisioneros nazi en Francia, el Stalag 12D. Barioná, el hijo del trueno fue escrita a petición de los sacerdotes del lugar, para celebrar la Navidad y aportar algo de esperanza a los recluidos, y Sartre cumplió tan perfectamente el encargo que años después se vería obligado a aclarar que nunca había dejado de ser ateo, pues por momentos lo parece al leer su emocionante relectura de la historia fundacional de la Navidad. 

Barioná es un líder político, un jefe de una comunidad hebrea, que ha perdido toda esperanza y ha decidido rebelarse contra la dominación romana de la forma más drástica imaginable: la autoextinción. Cuando su pueblo desaparezca, los romanos no tendrán a quien explotar. Con este fin, ordena que nadie tenga descendencia, mandato contra el que se rebelará su mujer Sara, pues ya se encuentra embarazada y desea engendrar esa vida.

Pese a la distancia temporal, no cuesta encontrar en esta trama ecos del presente, reflejados en ese movimiento antinatalista radical que, amparado en el cambio climático, y el inminente apocalipsis que vendrá, aboga por la renuncia a tener descendencia. “Lo más ecológico que puedes hacer es no traer hijos a este mundo”, es una frase que se ha convertido en un sorprendente lugar común. Como en Barioná, la opción por la esterilidad voluntaria nace en realidad de la falta de esperanza. Tanto en un caso como en otro se perciben los síntomas de la desmoralización: no hay energías para traer nuevas vidas a un mundo que se ve como demasiado amenazante y devastador. 

Y, sin embargo, el ejemplo de la Sagrada Familia, y de la escena del belén, que Sartre presenta como coetáneo de los hechos que narra, motiva a Sara a rebelarse contra la orden de su marido y a defender la esperanza frente a toda desesperanza. “Te quiero, Barioná. Pero compréndeme. Allí hay una mujer feliz y plena, una madre que ha dado a luz por todas las madres, y lo que ella me ha dado es como un permiso: el permiso de traer mi hijo al mundo”. 

Ese “permiso”, ese ejemplo que la Virgen encarna en la fiesta de la Navidad, choca hoy, también, con una cultura antinatalista que, apoyándose en la evidencia de la superpoblación, lleva años cuestionando el valor esperanzador de la natalidad. para promover una reducción de la natalidad. Esto, en Europa, se ha traducido en un enfermizo rechazo a reconocer como un problema el drástico descenso de las cifras de nacimientos, que ya están por debajo de los mínimos que garantizan el relevo generacional. Paradójicamente, además, esta caída de las cifras en Occidente no impide que la población mundial siga creciendo justamente en países con menos oportunidades que nosotros.

Apuntemos también la proliferación de discursos feministas que problematizan la maternidad y que incluso recomiendan no tener hijos, ni pareja, como mejor vía para que la mujer asegure su libertad personal. Quizás por eso, cada vez más, las campañas de fomento de la natalidad son vistas como un ataque a la independencia de las mujeres. Lo que también ocurre con cualquier iniciativa que intente reducir el número de abortos, incluso medidas tan diplomáticas y elementales como obligar a escuchar el latido fetal, o imponer unos días de espera, para poder pensar la decisión con calma, antes de consumarla.  

En este contexto, esa celebración de la maternidad y la familia que es la Navidad, con su implícita invitación a traer niños al mundo, cada vez genera más incomodidad y cada vez resulta más contracultural. Como ha podido experimentar en carne propia la escritora Ana Iris Simón, que ha visto como la celebración de la maternidad y la familia que narró en ‘Feria’ ha desatado inesperadas reacciones de rechazo y suspicacia.

Incluso una película tan extraña como Titane puede verse en esta clave, pues la protagonista, tras ser fecundada por una máquina, da a luz a un engendro mecánico que la destroza. Esta idea que asocia la maternidad con una agresión al cuerpo de la mujer está presente también en la serie La casa del dragón, la precuela de Juego de tronos, que se regodea en los dolores del parto, como también en su poder destructor. El lado gozoso de la maternidad está completamente ausente en su narración.

Barioná, la obra de teatro de Sartre, nos hace ver que el núcleo de la Navidad está ahí, en la celebración del milagro que supone cada nueva vida -no sólo de una vida en particular, la de Jesús de Nazaret- lo que implica una apuesta por la esperanza que hoy puede haberse convertido en decididamente contracultural. 

Hijos de los hombres

Otra mirada sobre la misma idea puede encontrarse en Hijos de los hombres, que Alfonso Cuarón rodó en 2006. La película nos sitúa en un escenario distópico radical en el que la especie humana se extingue víctima de una esterilidad para la que no se ve cura. Entre tanto, la falta de horizonte agrava las tensiones sociales y el conflicto entre los ciudadanos y los sin papeles. 

En este contexto se produce el milagro, y una inmigrante irregular da a luz a un bebé, el primero en décadas, que se convierte en codiciado objeto de deseo por todos los poderes en conflicto, lo que obliga a esconderlo. Sin embargo, hacia el final de la película el secreto se desvela y lo hace, además, en medio de una intensa batalla campal entre las fuerzas del gobierno y los rebeldes. Justo ahí, en ese escenario bélico inesperado, Cuarón nos regala una de las recreaciones más hermosas y poderosas del misterio de la Navidad. La vida de ese niño único es reconocida como sagrada y recibida con la misma sorpresa y esperanza que los pastores dispensaron al niño de Belén. Al verlo, los contendientes dejan de disparar y abren paso a la madre, para que pueda salvarse y salvar esa vida frágil pero cargada de esperanza, incluso dispensándole gestos explícitos de adoración. La vida nueva como portadora de una esperanza radical irrumpe en Hijos de los hombres de un modo que evoca en potencia y fulgor al relato evangélico del pesebre de Belén.

Y, sin embargo, por sorprendente que pueda parecer, en los extras que acompañan a la edición en Blu-ray de la película no se hace ninguna mención al problema de la natalidad, ni al invierno demográfico, pese a ser asuntos explícitamente relacionados con la historia. Una de las piezas complementarias es un sesudo documental en el que intelectuales de distinto signo (John Gray, Tzvetan Todorov, Slavoj Zizek…) realizan su interpretación sobre la película. Pues bien, casi todas giran en torno al problema de la inmigración y apenas se menciona la natalidad. Lo que evidencia que el ‘invierno demográfico’ es ese elefante en la habitación que tantos se niegan a ver. Y, cada año, la fiesta de la Navidad ejerce de contracultural recordatorio de una realidad incómoda: que no hay esperanza, ni capacidad para afrontar el futuro con alegría, allí donde no hay energía ni ilusión para traer nuevas vidas al mundo. Afortunadamente, mucha gente del común no ha olvidado esta sencilla verdad y sostiene una celebración que enciende la llama de la esperanza más genuina.

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