Cultura

César Aira: "El Nobel siempre requiere justificación no literaria"

El prolífico César Aira (Coronel Pringles, 1949) ha sido galardonado con el premio Formentor 2021. Así se convierte en el cuarto argentino —Borges incluido— que lo logra. El jurado, movido

  • el escritor argentino César Aira, premio Formentor 2021 -

El prolífico César Aira (Coronel Pringles, 1949) ha sido galardonado con el premio Formentor 2021. Así se convierte en el cuarto argentino —Borges incluido— que lo logra. El jurado, movido por su "infatigable recreación del ímpetu narrativo, la versatilidad de su inacabable relato y la ironía lúdica de su impaciente imaginación", ha tenido menos dudas que nunca, según contó la profesora Anna Caballé.

En la rueda de prensa y la entrevista previas al acto fue inevitable hablar de premios; del Formentor, sí, pero del Nobel también. César Aira había afirmado hace tiempo que, de elegir algún galardón, elegiría cualquiera que estuviese bien dotado económicamente; alguno como el Formentor, en el que el ganador recibe cincuenta mil euros. Sin embargo, no contempla ganar el Nobel: "A mí nunca me lo van a dar. Esos premios requieren de una justificación, y es siempre una justificación no literaria. Nunca se lo han dado a uno simplemente por lo bien que escribe", aseguró. Para Aira, "el Nobel de literatura es el otro premio que gana el galardonado con el Nobel de la paz", pues a Gurnah "el jurado lo ha considerado por su lucha contra el colonialismo, por lo que ha sufrido... pero de literatura no dicen nada". Y cree, además, que lleva siendo así desde hace mucho: "Han desaparecido los grandes escritores. Hace treinta o cuarenta años todavía había escritores como Fournier o Hemingway; ahora ya no hay ningún grande, por eso el premio Nobel se lo dan a un desconocido de cualquier país", aseguró el argentino.

Mi educación fue defectuosa. Algo falló. No acepté que me educaran como se educa a la demás gente", confiesa

Por otro lado, Aira no cree que la literatura tenga una función social; arguye que se trata de un "juego", de "arte por el arte". Para lo demás —lo social, lo comunitario, lo moral— "ya están los políticos". Y los periodistas, que son quienes tienen que crear conciencia de lo malo que sucede, pero no los escritores. "Los buenos sentimientos matan la literatura", sentenció el argentino en rueda de prensa. Además, afirma que "la verdadera literatura la escribe un joven; un joven muy joven", porque es "alguien que todavía no ha vivido" y que está a salvo de la "experiencia de la vida". En consecuencia, sostiene que "el escritor de los escritores, el único verdaderamente grande fue Ducasse, el conde de Lautréamont, que se murió a los veinticuatro años y había escrito un libro maravilloso sobre un escolar, un chico que ha leído y no sabe nada de la vida".

Entre 'Superman' y Borges

Cuando se le pregunta por su forma de crear, confiesa que no tiene el "gusto sensual por las palabras" propio de los poetas y que su imaginación procede a partir de imágenes. Por eso, de hecho, le gusta el cómic; especialmente el Superman de los cincuenta, "lo que llaman los coleccionistas 'la edad de plata'": "Yo de Superman pasé a Borges", asegura. También reconoce que es un escritor intuitivo: él no corrige, no revisa, y no planifica las historias con denuedo porque le salen a medida que escribe. Ni siquiera puede pararse a pensar cuando se estanca: "A veces llego a un punto en el que no sé cómo seguir y si me pongo a pensarlo no se me ocurre nada. Pero, si sigo escribiendo, ahí sí. Es como algo mágico que pasa con la escritura: se va haciendo a sí misma".

Seguiría escribiendo aunque no quedara un solo lector en el mundo", explica Aira

Aira, que se siente cómodo cuando lo llaman "escritor raro" —cuenta que prefiere ser "rarísimo"—, explica su estilo comparándose con Dalí, pues ambos poseen una imaginación barroca y se expresan a través de una técnica —o una prosa, en el caso del argentino— depurada y académica, "cristalina y simple". Y lo hacen, claro, porque la obra no soportaría que la técnica de alguno de ellos fuese tan barroca como su imaginación. Con todo, asegura que es más clásico o neoclásico que barroco y que, a pesar de que lo llamen "escritor de culto", procura no exigir demasiado a los lectores. En sus relatos persigue "la mayor claridad posible", y por eso trata de mantener la linealidad: le gusta "contar las historias desde el principio hasta el final", sin "dar saltos en el tiempo como Vargas Llosa". "Necesito esa claridad expositiva para poder llevar mis invenciones más lejos. Si se me ocurre una historia muy rara, tengo que escribirla muy claro", dice.

Además de escritor, César Aira se piensa lector; un lector peculiar que cuando adquiere interés en un autor lee toda su obra. Recuerda que el último libro que le hizo reír a carcajadas —"me ahogué de la risa"— fue The Magic Christian, de Terry Southern. Pero, para él, la cuestión no es reírse con la lectura, sino sonreír. Así, compara el placer que suscita la lectura con el que provoca la escritura: ambos son placeres intelectuales, pero, mientras que el primero es "poroso y superficial", el segundo es, como dijo Stendhal, "denso y profundo".

La lectura también vertebró su educación: "Mi educación fue defectuosa. Algo falló. No acepté que me educaran como se educa a la demás gente; quizá por orgullo o por soberbia, yo dije que me iba a educar a mí mismo leyendo. Eso hizo que en algún momento me diese cuenta de que no estaba preparado para enfrentar el mundo, pero el mundo se adaptó a mí", compartió con Vozpópuli. No obstante, Aira está en contra de fomentar la lectura. O, al menos, de que el Estado la fomente. Arguye que la literatura "siempre fue una cosa minoritaria, de poca gente" y que tiene que seguir siendo voluntaria.

El argentino es de esa clase de escritores que lidia bien con la soledad, pero piensa que esta no es monopolio de la literatura: "El cine también es solitario. A mí me gusta verlo solo en mi casa, como si leyera un libro. El aspecto social del cine, o de cualquier arte, no me atrae". Cuando toca escribir, sin embargo, no se encierra: acude a los cafés de su barrio, en los que escribe su página diaria (a veces dos) y no dedica un solo minuto a revisar o corregir. Y, aunque piensa en sus lectores cuando escribe, asegura que "seguiría escribiendo aunque no quedara un solo lector en el mundo".

En la ceremonia de entrega del premio, el jurado —presidido por Basilio Baltasar y conformado por Anna Caballé, Juan Antonio Masoliver Ródenas, Gerald Martin y Francisco Ferrer Lerín— aseguró que el premio procura reconocer a Aira toda su trayectoria (hasta la fecha, compuesta por más de cien obras). Y precisamente por su trayectoria — artística y vital— preguntamos al escritor: "Mi época fue buena. En los sesenta había un gran fermento cultural. Después, las sociedades empezaron a cerrarse". Salvo un breve periodo que pasó en la cárcel por "un pecadillo de juventud" que cometió por "creer en la política", su vida ha sido "un cuento de hadas". Un cuento de hadas, por cierto, en el que la política ya no tiene sitio: "Terminé siendo apolítico", afirma resignado el escritor argentino.

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