Siento cierta atracción por los personajes en decadencia. La gente perfecta es demasiado aburrida. Me gustan sus claroscuros; sus pliegues y, sobre todo, esas miradas que albergan el poso de una vida. Por eso me gusta ‘Obi-Wan Kenobi’, la serie en la que el caballero jedi, con patas de gallo y un desencanto vital apabullante fruto de la extinción definitiva de su orden y el salto al lado oscuro de Anakin Skywalker, se encarga de proteger a los pequeños Luke y Leia.
Kenobi sigue una vida ordinaria y rutinaria que puede ser la de cualquiera de nosotros. Cada día va a trabajar como parte de una cadena de montaje típica de las fábricas. Al terminar, guarda un trozo de carne para su animal de transporte –una especie de camello alienígena-, cobra lo que le corresponde –una miseria-, monta en un viejo autobús galáctico con el resto de compañeros del curro –no podría circular por Madrid dado el reguero de humo que deja a su paso- que les deja en un pueblo de Tatooine, allí va al lugar donde guarda al camello mutante en el que se monta para ir despacito a su guarida, un agujero en la montaña con lo básico para vivir.
Por la tarde sale a vigilar a Luke, no vaya a ser que haya caído en el lado oscuro como su padre. Al caer el sol, ya en su cueva, se prepara una comida precocinada en un hornillo de lo más básico. Y así, Ben Kenobi, como se hace llamar ahora, pasa un día y otro día y otro día… Atrás quedaron los tiempos de aventuras intergalácticas, de combatir con el sable láser, de acompañar a Qui-Gon Jinn al borde exterior de la galaxia, atrás quedó Yoda, el Consejo Jedi y todo para lo que había peleado en su vida.
Su decadencia recuerda a la de Lobezno en la película ‘Logan’, donde pierde sus superpoderes y se acerca inexorablemente a la muerte. Son personajes con matices a los que siempre hay que escuchar, como a los ancianos que esperan en el banco de algún parque la llegada de lo inevitable.
En el fondo, todos estos personajes albergan una chispa de esperanza, de que vale la pena luchar. Lo que ocurre es que la ocultan bajo una armadura de cinismo que les permita sobrellevar el día a día. Es el espíritu de Albert Camus por excelencia: luchar contra el absurdo siempre tiene sentido.
Estos días Madrid es perfectamente un barrio de Tatooine. El sol calienta como en el infierno. El aire pesa, como tus andares en pleno agosto sin más compañía que tu sombra en una capital desierta. Y mientras, entre tanta soledad, el oído se agudiza.
Y encuentras a Valentina, que perdió la cabeza con la vejez y siempre que te ve te recuerda que fue azafata de Iberia, que era muy mona y que ha volado por todo el mundo. O a Pilar, que sigue vistiendo de luto, sin superar la muerte de su marido. O a Johnny, ese camarero que tan bien te ha atendido siempre pero al que le descubres un temblor en las manos que resulta ser el síndrome de abstinencia del alcohólico. O a Pepe, que estuvo en la cárcel y que se pasa el día tomando vinos y contando batallas del trullo.
Y te encuentras a ti mismo observándolo todo, como un Ben Kenobi en la sombra. Tendiéndoles la mano porque algún día tú puedes ser uno de ellos. Y no querrás que te miren raro, o que te dé la espalda la sociedad como un apestado. Como un niño al que marginaron y borraron la sonrisa de forma prematura.
Por eso hay que volver a escuchar la historia de la azafata de Iberia, o la del tío que dice haber compartido talego con no sé qué delincuente famosísimo de los 90. Por eso hay que tratar bien siempre a Johnny o saludar con efusividad a Pilar, y hasta darle el abrazo que mitigue su soledad.
Ahora somos jóvenes, nos va bien, y podremos coger pronto el Halcón Milenario y marcharnos a Naboo de vacaciones. Pero si algún día todo se va al garete no podemos olvidar una vez más que combatir el absurdo es el único sentido que nos queda.
Que la fuerza te acompañe.
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… Buenas sean, Borja Negrete. La Fuerza está contigo. Como no podía ser de otra manera en un buscador de “El Equilibrio” a través de la realidad de las cosas. Acaso, ¿no es eso un buen periodista? Decimos que sí. No sé si sabes, mas por si acaso no y porque me gusta contarlo, te cuento que los Jedi no están inspirados en los samurais, sino en los budokas. Budo. El Camino del Guerrero. Romper la lanza, detener el conflicto. De uno consigo mismo. La alegría está sobrevalorada, aunque ¡siempre es deliciosa!. La felicidad se encuentra en el bienestar venido de la calma, de la tranquilidad. Pero, cuidado, no es lo mismo ser pacífico que sumiso ni que pacifista. Mira qué chulo: Obi es cinto, cinturón en japonés, dentro del argot de las Artes Marciales. Wa es armonía, esa quietud interior que ágil permite moverse ante un ataque. Ken es espada. A veces también puño, nudillo. Obi Wan Ken Obi… la quietud, el bienestar abraza, rodea, a quien lleva su espada en el cinto. Serena espada de luz presta a batirse contra la oscuridad, no obstante. Eso es “El Equilibrio de La Fuerza”. No existe la luz porque antes sombra hubiera. La luz es donde la oscuridad está. Los Jedi son ese tipo de pensamientos que tratan de equilibrar la mente-cuerpo-espiritu, cuando agitan “El Equilibrio de La Fuerza” pensamientos, emociones negativas, destructivas o bien cuando es agitada, también puede ocurrir, por un exceso de carga emocional de las que consideramos positivas, como por ejemplo la euforia. Ni buenas ni malas. Son lo que son. Ahora bien, ¿nos acercan o nos alejan de “El Equilibrio”? Bueno, pues mira qué te digo oye. Yo no saludaría a la azafata, al ex-presidiario o al camarero por lo que yo pudiera ser mañana, sino por lo que soy hoy. Eso es, en realidad, lo que haces tú. Igual que no escribes sobre esto o aquello, por lo que puedas ser mañana, sino por lo que eres hoy. Nos gusta conducir el Halcón Milenario para viajar por las galaxias de un Libre Mercado, pero si hay que usarlo para luchar, se lucha. Sin Libertad no hay equlibrio. Muchas gracias, Borja Negrete. …
GaliCrates
"O simplemente si todos entendiésemos que todos llevamos un viejo encima", decía Serrat.
Lareforma2024
Sé que usted pretendía lo contrarío, pero me ha oscurecido el día. Saludos.