Las declaraciones de la vicesecretaria de Acción Social del PP, Isabel García Tejerina, sembraron la discordia. Nada más arrancar la campaña electoral para la elecciones andaluzas, Tejerina apuntó que el deterioro de la educación de esa comunidad autónoma es tan manifiesto que los niños de Castilla y León aventajan en dos años los conocimientos de los andaluces.
Ardió Troya. La presidenta de Andalucía, Susana Díaz, acusó a Tejerina de supremacista y el resto de los políticos socialistas se echaron al cuello de los populares. A raíz de la polémica comenzaron a proliferar cifras sobre las aptitudes de los alumnos andaluces con respecto al resto de España. Su rendimiento era manifiestamente escaso: Andalucía es la comunidad con el nivel más bajo de comprensión lectora, sólo superada por Extremadura.
En términos de industrias culturales, y más concretamente editorial, existe una contradicción entre lo que produce Andalucia y lo que consume. Según la Panorámica de la Edición Española de Libros 2017 Andalucía es la tercera Comunidad Autónoma que más publica, con el 15,3% del total, después de Cataluña (34,2%) y Madrid (29,3%). Sin embargo, ocupa el número 14 en índice de lectura con 55% frente al 71,3% de Madrid.
Hace ya ocho años, en el año 2010, la Asociación de Editores de Andalucía (AEA), se pronunció ante la "preocupante" situación por exceso de edición pública en esa comunidad: entonces, suponía un 13,4% de la producción editorial, cuando la media en el territorio nacional era de 8,6%sobre el total de la producción. Lo significativo es que, después de la crisis económica, esa cifra permaneció casi intacta.
En la Panorámica de la edición en España, en lo que respecta a la inscripción de ISBN por comunidades autónomas, Madrid y Cataluña concentran más de la mitad de la producción representando el 62,1 % del total, con una participación del 36,3 % para Madrid y del 25,8 % para Cataluña. Andalucía es la tercera con el 13,2 %. Si a eso se suma que después de Madrid y Barcelona, Andalucía es la comunidad con más librerías resulta evidente que existe una estructura en abierta incoherencia con el patrón de consumo educativo y cultural.
