Cultura

El pasado imperial de Stalin por el que suspira Putin

Este domingo se cumplen 70 años del fallecimiento del dictador soviético

  • Montaje con los rostros de Putin y Stalin.

Se había pegado una buena farra en su dacha Kuntsevo a las afueras de Moscú. Entre sus compañeros encontramos algunos de los futuros dirigentes de la Unión Soviética como Georgy Malenkov y Nikita Jrushchov, o el sanguinario jefe del NKVD, la policía secreta, Lavrenty Beria. La reunión concluye en torno a las 4 de la mañana, pasan 20 horas y un asistente encuentra tirado a Iósif Stalin. Uno de los hombres más poderosos del mundo yacía en un charco de orín, respirando con dificultad, consciente pero sin poder moverse. Cuatro agónicos días después falleció el 5 de marzo de 1953 por una embolia cerebral.

La película satírica La muerte de Stalin caricaturiza las tensiones que sintieron los posibles sucesores, con la desconfianza entre todos ellos como el sentimiento más común. Sin ir más lejos, entre los asistentes en la última cena de Stalin, Beria, responsable de miles de muertes de compañeros de partido, acabó siendo ejecutado ese mismo año cuando Jrushchov llegó al poder.

La figura de Stalin se engrandeció con la victoria en la Segunda Guerra Mundial, fue el principal actor en el teatro de operaciones europeo, el que más resistió ante Hitler, y el que más muertes civiles y militares puso sobre la mesa. Se estima que un 12% de la población de la URSS falleció durante el conflicto, las estimaciones más bajas hablan de al menos nueve millones de militares y 15 millones de civiles. La resistencia de algunas ciudades como Leningrado y Stalingrado se convirtieron en mitos para la posterior historia.

El culto nació durante el propio conflicto, poniendo especial énfasis en el patriotismo intrincado la guerra con mitos nacionales rusos como la resistencia contra Napoleón. La propia denominación fue la de Gran Guerra Patriótica, comenzando el conflicto en 1941, con la Operación Barbarroja y no en 1939, con la invasión alemana de Polonia. Tras la victoria fue Stalin al que la propaganda encumbró como un titán cuyas decisiones habían salvado a la URSS, y como máximo responsable de la victoria, liberando a toda Europa del nazismo. El culto a la personalidad del dictador opacaba la actuación de cualquier otro nombre que le pudiera hacer sombra. Así, un abstracto Ejército Rojo y pueblo ruso acompañaban a Stalin en el triunfo sobre Hitler.

Este postulado oficial se fijó poco después de la victoria soviética y se mantuvo con escasos cambios durante las décadas siguientes, al menos en la versión de los manuales escolares, según cuenta el doctor en Historia contemporánea y catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, Xosé Manoel Núñez Seixas en Volver a Stalingrado. El frente del este en la memoria europea, 1945-2021 (Galaxia Gutenberg).

Además del culto personalista al dictador, el relato oficial también situaba en el primer escalafón a los rusos por encima del resto de pueblos, reproduciendo un claro relato nacionalista. Los posteriores procesos de desestanilización iniciados por Jrushchov desinflaron la figura de Stalin y su papel en la guerra y denunciaron actos criminales como la represión dentro del propio partido o las deportaciones masivas de población.

No obstante, la victoria en la ‘Gran Guerra Patriótica’ ha permanecido en el imaginario colectivo ruso como el gran hito del siglo XX, tal y como reflejó una encuesta al principio de los noventa. Otra encuesta de 2002, demostraba que el 44% de los rusos contemplaban la guerra como "una guerra por la supervivencia de nuestra patria", y un 27% como "una guerra contra el fascismo y por la libertad y la democracia del mundo".

Además los distintos estudios mostraban que las narrativas sobre la guerra habían impregnado en los rusos una fuerte nostalgia patriótica en la que las distintas nacionalidades combatían unidas por un pasado común. En el siglo XXI, ya con Putin en el Kremlin, el relato oficial, desde los medios a las escuelas, fue borrando las barbaridades perpetradas por el estalinismo. Resulta muy interesante ver cómo se retomó el argumentario de los años treinta para justificar la invasión e incorporación forzada de los estados bálticos en agosto de 1940. Como recoge Núñez Seixas, la historia de la Rusia de Putin recordaba la anexión forzosa de Estonia, Letonia y Lituania como una incorporación voluntaria y que además estaba justificaba como medida preventiva ante lo que sería la contienda posterior contra el fascismo. ¿Les suena de algo?

La crítica con la política represiva de Stalin desapareció de la cultura histórica promovida por el Estado ruso. Aunque se construían memoriales a víctimas del estalinismo, como el Muro del Dolor, de 2017, que recordaba a las víctimas de las grandes purgas de 1937 y 1938, las declaraciones de Putin hablaban del dictador soviético como el de "una figura compleja" y denunciaba que los que querían demonizar a Stalin pretendían un ataque contra Rusia.

El catedrático de Historia en la Universidad de Harvard y experto en la historia ucraniana Serhii Plokhy también ha señalado en sus obras la nostalgia imperial rusa. "Rusia parece seguir hoy los pasos de algunos de sus predecesores imperiales, como Gran Bretaña y Francia, que siguieron alimentando la nostalgia por sus imperios mucho después de haberlos perdido. La caída de la Unión Soviética dejó a las élites rusas desoladas por la pérdida del imperio y del estatus de superpotencia, lo que sustentó las ilusiones de que lo ocurrido fue un simple accidente provocado por la mala voluntad de Occidente o por políticos como Mijail Gorbachov o Borís Yeltsin, que se disputaron estúpidamente el poder. Con estas opiniones sobre el fin de la Unión Soviética es difícil resistir la tentación de reescribir y corregir la historia", señaló Plokhy en Las puertas de Europa. Pasado y presente de Europa, editado recientemente en español por Península. 

Plokhy señala que el pasado imperial ruso ha pasado a formar parte del discurso histórico que justifica la agresión rusa contra Ucrania, aunque apunta a la rápida desintegración de la URSS como la base histórica inmediata de la crisis. Putin ha afirmado que Ucrania es una entidad artificial cuyos territorios orientales fueron supuestamente un regalo de los bolcheviques, como lo fue Crimea tras la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, según este relato, la única formación estatal genuina y legítima es el imperio, primero el ruso y después el bolchevique. Y desde el Kremlin se combate y suprime activamente cualquier tradición y memoria histórica que socave la legitimidad del imperio, como la conmemoración de las hambrunas ucranianas de 1932-1933, conocidas como Holodomor, o la deportación de los tártaros de Crimea por parte del Gobierno soviético en 1944.

Borrar la cultura ucraniana

Estas denuncias recogidas por el catedrático de Harvard han sido corroboradas recientemente. Relatores de Naciones Unidas acusaron la semana pasada a Rusia de "intentar borrar la cultura, historia y lengua de Ucrania" en zonas ocupadas de ese país, caso de los territorios del Donbás y Crimea, donde se ha denunciado "un reemplazo forzado de esta identidad por la rusa".

"Literatura y libros de historia acusados de ser 'extremistas' han sido retirados de las bibliotecas públicas y destruidos por los invasores en ciudades de territorios ocupados en Lugansk, Donetsk, Chernihiv y Sumi", señalaron en un comunicado, según informó la agencia EFE.  El comunicado señala que muchos activistas que denunciaron la erradicación de la cultura de la comunidad tártara en Crimea han sufrido acoso, amenazas, detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas. Las relatoras también denunciaron cientos de ataques a museos, archivos y monumentos: "La deliberada destrucción de lugares, instituciones y objetos de importancia cultural, histórica y religiosa en Ucrania debe cesar", resumieron en su comunicado.

Añoranza del imperio, deslegitimación de la soberanía ucraniana, borrado de la historia y cultura ucraniana y justificación de la agresión para desnazificar la zona, Putin suspira por ser un nuevo Stalin, un nuevo zar. 

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