A veces se reblandece un poco Daniel Gray, pero hay que decir que no está mal su enumeración de esa pequeña lista de placeres que disfrutan quienes leen. Empezar un nuevo libro. Olisquearlo. Visitar otras casas y cotillear entre las estanterías cuáles son los libros que lee quien habita esa morada –a una persona la explican sus libros-. Recordar una lectura de la infancia. Dedicar una tarde entera para organizar una biblioteca. Encontrar una dedicatoria manuscrita en un libro viejo. Y así hasta casi 50 pequeños placeres asociados a la lectura. Compuesto con ensayos y textos breves, el escritor británico Daniel Gray propone en las páginas de Este libro te alegrará la vida (Ariel) un catálogo más o menos sustancioso de las manías y taras lectores. Se trata de un volumen ilustrado publicado por el sello Ariel en ocasión de sus 75 años.
A veces se reblandece un poco Daniel Gray, pero hay que decir que no está mal su enumeración de esa pequeña lista de placeres que disfrutan quienes leen
Escrito por el escritor y coproductor de Scotch!, la aclamada miniserie de la cadena BBC, Gray entrega este libro detalles y reflexiones que sólo podrían entender aquellos cuya relación con el libro sobrepasa lo funcional y que entienden en ese objeto la resonancia de algo mayor. Porque leer es mucho más que un pasatiempo. Es una forma silenciosa de levantar otra vida o enriquecer la que tenemos. Esa es parte de la reflexión que plantea el autor en una especie de carta de amor dirigida a los libros y a las librerías, a los amantes de los libros, a las muchas y a la vez universales formas de leer y a todas las delicias que sólo los buenos lectores conocen. Pero claro, y siempre debe de existir un pero: a veces se queda sin gas. Y si algo lo salva es la brevedad de sus textos, a veces demasiado entusiastas, incluso empalagoso incluso para quien comparte con él manías.
Y si algo lo salva es la brevedad de sus textos, a veces demasiado entusiastas, incluso empalagoso incluso para quien comparte con él manías.
Entre los primeros placeres que señala Gray, por ejemplo, está el de quien husmea y curiosea estanterías. "La llegada a una casa o a un piso de alguien despierta el deseo de disfrutar de un buen rato a solas con las estanterías de libros. El ofrecimiento de una bebida, a ser posible una ligeramente complicada de preparar, se acepta sin remilgos, ya que brinda un pretexto excelente para fisgonear. Y si el anfitrión está cocinando, el mundo sonríe y nos sobra el tiempo", desmigaja Gray. Y aunque uno cree que podría –por la cantidad de detalles con las que dilata la descripción-, el británico no invita a llevarse los libros ajenos sin previo aviso. O qué se yo, alguna trastada que le quite a su prosa ese aire monjil. "Uno puede sorprenderse carcomido por la envidia ante la biblioteca, o suspirando con melancolía ante el despliegue de una colección ordenada alfabéticamente con una perfección casi intachable o ante una inmensa muestra de clásicos de Penguin de encuadernación naranja".
Quien lee no puede estar más de acuerdo el detalle de colección de Penguin en una biblioteca ajena
Quien lee no puede estar más de acuerdo el detalle de colección de Penguin en una biblioteca ajena. ¡Y es ahí donde el libro gana: en que acierta en su lista pero ejecuta flojamente en su descripción! Dice Gray que tal hallazgo –el de los conocidos clásicos universales- propicia cualquiera amistad. Sí, es cierto. Pero todos han sentido alguna vez cómo cuando la colección de la persona es más grande que la propia, suelen ocurrir dos cosas: que crezca la admiración ante el potentado que reúne y resguarda esos libros o por el contrario, que se agite la larva de quien las deseen para sí con oscuro y bilioso ánimo. Esa es quizá la razón por la cual la lectura de Gray no termina de romper. Carece de malicia, de mala baba, de humor intencionado. Acaso porque es demasiado políticamente correcto y algo bobalicón al momento de plantear su homenaje.