La crítica cultural se está disolviendo, apenas existen reseñistas que se atrevan a desguazar un libro, una serie o una película, pero está claro que la adaptación de Netflix de Cien años de soledad no ha despertado un gran entusiasmo. Unos explican que la novela les parece inadaptable, otros la consideran “un largo anuncio de café” y el diario británico The Guardian ha llegado a escribir que "en la última parte de esta primera mitad, la brutalidad sangrienta de las escenas de guerra produce un cambio oportuno en el tono, justo cuando la saga familiar de culebrones está a punto de repetirse demasiadas veces". Dicho de otro modo: la trama es tan aburrida que se agradece que maten a algunos personajes.
¿Realmente había alguien deseando ver una versión audiovisual de la saga de los Buendía? A Netflix le viene bien el prestigio cultural y los Márquez tienen derecho a hacer caja, pero también es legítimo preguntarse que dónde está la pulsión creativa. Sobre todo, después de la publicación de una novela póstuma, En agosto nos vemos, que fue calificada como "boceto", "adiós insatisfactorio" y "novela chiquitita". Trabajó el texto a lo largo de 2004, mientras escribía también Memoria de mis putas tristes, que sí publicó ese año. Sin embargo, desde 1999 el autor vivía con cáncer linfático, cuyo tratamiento hizo que poco a poco fuera perdiendo la memoria. En esas condiciones, la decisión de publicar el texto siempre va a parecer polémica.
Decisiones imposibles
En marzo de 1999, Gabriel García Márquez ofreció una conferencia conjunta con José Saramago en la Casa de América de Madrid. Allí anunció que estaba escribiendo un libro compuesto por cinco relatos distintos hilados por la misma protagonista: Ana Magdalena. Leyó a los presentes el primero de ellos: “En agosto nos vemos“. En cierto punto de su vida, el autor colombiano llegó a decir a sus hijos que "este libro no sirve, hay que destruirlo", pero no le hicieron caso. Estaba lúcido cuando anunció que quería publicarlo, luego se echó para atrás, pero es complicado saber si la decisión que debía respetarse es la primera o la segunda. El libro póstumo no añade gran cosa a su legado, tampoco tiene capacidad para estropearlo. La pregunta, como en el caso de la serie, es si algún familiar pensó en el arte además de en el dinero.
Desde 2014 utilizaron una estructura offshore para gestionar su herencia
Los herederos del escritor saben el tesoro que tienen entre manos, tan en el plano creativo como en el económico. Desde 2014 utilizaron una estructura offshore para gestionar su herencia. La compañía aparece en la documentación de los famosos Pandora Papers. El objetivo de la compañía era el de ser propietaria de una compañía -llamada Rodrigo LLC- en el estado de Delaware, Estados Unidos. Su valor era 10 millones de dólares. Rodrigo García Barcha aparece como director con una residencia en Santa Mónica, tal y como figura un documento sellado en el registro de Islas Vírgenes Británicas. Rodrigo Márquez está casado con Adriana Sheinbaum Pardo, hermana menor de Claudia, actual presidenta de México. Tienen dos hijas juntos. Otra decisión que los herederos de García Márquez tomaron ese año fue vender su archivo personal a la universidad de Texas por un precio de 2.2 millones de dólares. Esta operación se hizo cuando su viuda aún estaba viva.