Este jueves se registró una pequeña tormenta en la ciudad condal provocada por Gabi Ruiz, uno de los directores del Primavera Sound. Anunció en una entrevista que “si el ayuntamiento no quiere nuestro modelo de festival, nos vamos”. El tono de las respuestas evidenciaba un discurso entre irritado y crecido: “Aquí no hay voluntad de resolver ningún problema. De hecho, no teníamos contrato para 2022. Al no hacerse en el 2021 se daba por supuesto que de un año pasaba a otro, pero nos pasaron un modelo de contrato para futuro -en donde aparecía incluido el 2022, por cierto- en donde el precio del alquiler del terreno se multiplicada 17 veces. !Por 17 después de estar dos años parados, dos años de pandemia!”, denunciaba.
Pocas horas después de la publicación, el teniente de alcalde de Cultura del ayuntamiento de Ada Colau no se dejaba intimidar por el titular, aclarando a BTV que "no podemos trabajar con ultimátums". Como en todos los conflictos, lo importante es el contexto. Las piezas para comprenderlo incluyen las pérdidas significativas de los dos últimos años, el plan expansivo de Primavera Sound hacia América Latina y la creciente tensión entre espacios asociativos de Barcelona y festivales-marca, el equivalente musical de las grandes superficies y franquicias. "Hay locales históricos a los que les niegan tres mil euros para sobrevivir mientras Primavera Sound ingresa dinero público que no necesita", señala un promotor local, compartiendo el malestar de muchos otros.
Vamos al meollo: la tensión vivida ayer tiene que ver con un festival que quiere doblar los días de celebración para recuperar su economía lo antes posible y un ayuntamiento reacio a esta posibilidad. En un reciente reportaje el periodista económico Gonzalo Baratech explicaba que la situación financiera del Primavera Sound es delicada. Su análisis del pasado septiembre habla de 2,1 millones de saldo negativo, una situación salvada solo por el hecho de que “uno de los decretos del Gobierno para combatir la crisis de la pandemia exime a las sociedades de computar los déficits registrados en 2020, a la hora de calcular el importe de los recursos propios”, según reveló en Metrópoli Abierta.
Como consecuencia de la covid-19, los ingresos del Primavera cayeron en picado de 23,5 millones a solo 3,2 millones y la compañía presentó expedientes de regulación a su plantilla de 60 empleados. Además la empresa arrastra deudas con la Agencia Tributaria desde hace seis años: "Hacienda extendió actas y sanciones en 2015 por importe de casi un millón de euros, relativas al impuesto de sociedades y del valor añadido", según su investigación.
Primavera Sound y la disonancia latina
La polémica entrevista del jueves fue concedida a La Vanguardia, no por causalidad. Este diario ha sido medio oficial del certamen durante muchos años, así que Ruiz podía explayarse sin temor a repreguntas incómodas. “La idea del Primavera no es ir haciendo únicamente festivales en un modelo extractivo, sino generar flujos y aportar algo a las ciudades donde estamos. Por un lado, ayudar a los artistas latinos, que ahora es un buen momento para ellos, y no estrictamente de reguetón, sino abrir el panorama estilístico y que puedan tocar en un circuito más extenso; y por otra parte, generar más vida cultural en esas ciudades”, anunciaba.
Primavera Sound arrastra un déficit de credibilidad respecto a la música urbana latina y también por sus continuas quejas y amenazas incumplidas al ayuntamiento
El entrevistador de La Vanguardia no cuestiona nunca los análisis de Ruiz, a pesar de ser conocido que Primavera Sound se apuntó tarde y mal a la explosión de las músicas urbanas latinas, una escena musical que el festival necesita para vender entradas (mucho más que viceversa). De hecho, al concierto de Bad Bunny hace tres años en Barcelona no acudió ningún representante del Primavera, según confirman fuentes del de la prensa cultural de la ciudad. Esta falta de olfato pop y otras situaciones similares se traducen en un déficit de credibilidad a la hora de acercarse a los nuevos ritmos urbanos latinos, justo en un momento en que el festival planea expandirse a Los Ángeles, Santiago de Chile y Buenos Aires. Primavera Sound ganó prestigio como festival anglófilo y todavía no genera entusiasmo entre los fans de la música urbana en español (que prefieren ver a sus artistas prferidos en recintos como el Sant Jordi, por menos dinero).
¿Por qué en Barcelona casi nadie se toma en serio la amenaza de cambiar de ciudad? En fecha tan reciente como el 24 de mayo, el festival presentó el anuncio de una Fundación del Primavera Sound para realizar acción social en distintos barrios de la ciudad. En el acto de presentación participó la alcaldesa Ada Colau. Marcharse de la ciudad medio año después de anunciar este proyecto sería un comportamiento errático, de desmentiría sus inquietudes sociales, aparte de su fiabilidad profesional.
La creación de esta Fundación nos retrotrae el debate sobre si las acciones del festival fuera del Fórum (conciertos gratuitos en lugares emblemáticos de la ciudad) benefician realmente a Barcelona o más bien degradan a la ciudad a la condición de photocall al servicio de los intereses promocionales de un festival, pensado en gran parte para el público rico de la ciudad y los turistas solventes.
Militancia independentista
Por si fuera poco, Gabi Ruiz tiene un perfil que no es el más atractivo para los patrocinadores de la capital de España, la ciudad donde se rumoreaba que podían recalar. Así de explícito se mostraba en El Periódico de Cataluña en mayo de 2018: “El 1 de octubre bajé con mis vecinos a defender el colegio electoral. Era lo que teníamos que hacer, estar al lado de la democracia. Tenemos unas instituciones, y venir de fuera a intervenirlas, diciendo que esto es ilegal… Ilegal lo sería todo si no lo cambiáramos. No me arrepiento: el 1 de octubre fue uno de los días más bonitos que he vivido democráticamente", recuerda. "No nos dejan vivir la democracia, la tienen secuestrada. Como empresa, estábamos por la libertad de que la gente decidiera”, opinaba.
Su independentismo militante no se refleja en la política de contratación laboral, ya que según admisión propia 500 de los 700 camareros del festival se traen directamente desde Portugal en vez de contratarlos en Barcelona (el paro juvenil en Cataluña registró un alarmante 27,3% a comienzos de año, el peor dato del último lustro). Las comunidad de músicos de la ciudad ha llegado a montar asambleas sindicales en las puertas del Primavera Sound para reclamar mejores condiciones de trabajo.
Por último, el modelo de macrofestivales como Sónar, Mad Cool y Primavera Sound está cada vez más cuestionado, incluso entre sus consumidores clásicos de este tipo de productos. El periodista musical Nando Cruz, uno de los de mayor prestigio en al ciudad y que más veces ha cubierto el Primavera Sound, publicó hace poco el texto “Diez males de los macrofestivales”, repleto de ejemplos de externalidades sociales y culturales negativas. Entre otras cosas, les reprocha “reproducir fielmente el modelo extractivista del turismo” y afectar negativamente al tejido musical de base de la ciudad.
Hace pocos días, el músico indie Damon Kurkowski, parte de los legendarios Galaxie 500, también publicó un sustancioso artículo detallando cómo la posición dominante de los macrofestivales y las grandes promotoras semimonopolísticas como Live Nation dificultan la diversidad musical en todo el planeta, especialmente después de la pandemia. Entre la fragilidad económica y su transición cultural a otros sonidos, Primavera Sound está más vulnerable que nunca.