Cuando empezaron su relación, ella apenas tenía 14 años. Se conocieron en una fiesta en Alemania, donde el padre de Priscilla Beaulieu, un oficial de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, estaba destinado y donde Elvis, diez años mayor, cumplía servicio militar. La joven estudiante de instituto pronto empezó a dejarse ver con el rey del rock y se convirtió en la envidia de las fans que se aglutinaban en los aeropuertos o en la entrada de su mansión, Graceland. Allí, bajo el cuidado del famoso cantante, a quien los padres de Priscilla habían fiado su tutela por temporadas, vivieron un amor que cristalizó en una boda en Las Vegas varios años después.
Las luces y las sombras de una relación adulta que le robó parte de su adolescencia quedó plasmada en Elvis and me, las memorias publicadas en 1985 en las que Priscilla, ya divorciada de Elvis, relató algunos aspectos desconocidos de la intimidad de un idilio un tanto turbulento con un personaje tan expuesto ante los focos y al que la opinión pública no conocía en profundidad. Tiempo después, la cineasta Sofia Coppola abordó esta historia en una película que llega ahora a los cines españoles en la que pretende mostrar el lado más humano de una relación tan tóxica como cercana.
Si uno observa su filmografía, se dará cuenta de que en muchas de sus películas, Coppola aborda la soledad y el aislamiento de los personajes femeninos protagonistas, casi todos deseando evadirse del mundo en el que se encuentran y al mismo tiempo obligadas a hacerlo por las circunstancias, tal y como ocurre en Lost in translation (2003) y María Antonieta (2006), y ahora también en Priscilla.
La principal misión de la directora es acercar este personaje al común de los mortales, y convertir en algo humano esta relación que tanta fascinación causa y tanto misterio despierta. Para ello, recurre a la intriga y cierto enigma, que deja al espectador con ganas de adentrarse en esta historia de amor que también es perturbadora y tenebrosa.
Lo cierto es que nadie como ella sabe retratar la dulzura arrebatadora y también la pasión más comedida. Coppola, que rodó uno de los videoclips más exuberantes de la historia del pop de los primeros años del siglo XXI -aquel en el que Kate Moss se movía al ritmo de la música de los White Stripes en torno a una barra- sigue manteniendo esa capacidad para caminar entre el candor y el misterio de los personajes a los que retrata, como demuestra en Priscilla, protagonizada por la brillante Cailee Spaeny y el actor de moda Jacob Elordi.
Priscilla y Elvis al descubierto
Sofia Coppola dejó claro ante los medios en el Festival de Venecia, donde se presentó Priscilla junto al equipo del filme, que su película no pretende mostrar a Elvis como un ser monstruoso sino como alguien vulnerable, y lo cierto es que consigue su misión de observar sus debilidades, sus inseguridades y el terrible vacío que dejó en él la muerte de su madre. Sus grietas vienen a complementar de alguna forma el retrato un tanto piadoso que hizo sobre él Baz Luhrmann en su película de 2022, donde aparece como víctima de su representante.
Sofia Coppola se queda en una postura demasiado correcta y en ocasiones ensimismada en sus anacronismos estilísticos y en todos los elementos que caracterizan su sello personal
En esta ocasión, la jaula dorada en la que está Elvis se convierte en una especie de "matrioshka" en la que, a su vez, en el interior, encierra otra prisión en la que se encuentra Priscilla y de la que busca liberarse. Sin embargo, da la sensación de que en el reto de arrojar luz en la dimensión de esta mujer que se queda al margen y en la sombra, y en su dinámica de relación tóxica o incluso de denuncia feminista, Sofia Coppola se queda en una postura demasiado correcta (¿poco valiente quizás?) y en ocasiones ensimismada en sus anacronismos estilísticos (sonoros y visuales) y en todos los elementos que caracterizan su sello personal.