Cultura

Prohibir fumar a los pobres

El hombre, que no ha sido arrojado al mundo para perdurar como las piedras, pierde las razones para preservar su vida cuando tan sólo se afana en preservarla

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Hoy he encendido la televisión y he dado con una tertulia perturbadora. Ferreras y sus invitados elogiaban a Mónica García, recién nombrada ministra de Sanidad. Entiéndaseme. Esto no es en sí mismo perturbador; incluso Mónica García puede acertar de vez en cuando, por error. El problema, en realidad, radica en el motivo por el que la felicitaban: la ministra parece haber manifestado su voluntad de desempolvar un viejo plan para prohibirnos fumar en las terrazas, en las playas y en los parques. Ferreras y sus amigos bendicen esta iniciativa porque, ya se sabe, el tabaco mata y el ministerio de Sanidad debe honrar su nombre y velar por la salud del pueblo, que es libre para perpetrar golpes de Estado pero no, por desgracia, para echarse un cigarrillo.

Esto puede abordarse desde infinidad de puntos de vista. Ya hemos comentado en esta página la penosa, también lógica, degradación del bien común a bienestar común, así como la inconveniencia de elevar la supervivencia física a la condición de horizonte último de la existencia humana. El hombre, que no ha sido arrojado al mundo para perdurar como las piedras, pierde las razones para preservar su vida cuando tan sólo se afana en preservarla. La vida, como han sabido todas las generaciones de la historia salvo la nuestra, sólo tiene sentido cuando no la veneramos idolátricamente, cuando aceptamos que hay bienes más altos, más dignos, más nobles que su mera conservación. Tal vez fumar mate, como se dice, pero es uno de esos humildes placeres que a cambio nos permiten saborear la existencia, paladear su pulpa, gustarla. La muerte, creo, nos dolería un poco menos en un mundo sin tabaco.

Pero no quiero considerar la noticia desde este punto de vista, ya sobradamente explorado. Prefiero centrarme en la peculiar, paradójica, relación de la 'izquierda' con sus votantes. Es casi un lugar común que los partidos progresistas conspiran contra esas personas a las que dicen defender. Con la prohibición de los coches contaminantes, perjudican a esa muchedumbre que no puede comprarse uno que lo sea menos. Con las subidas de impuestos, empobrecen a los que ya serían pobres sin ellos, a esos trabajadores desguarnecidos que, además del expolio de los empresarios, ahora han de resistir el del Estado.

Fumar o morir

Creo que la prohibición del tabaco en las terrazas puede juzgarse desde el mismo punto de vista, como una conspiración más de la izquierda contra sus votantes. Porque ¿a quién perjudica este proyecto? ¿Contra quién está pensado? Alguien podría decir que contra el sujeto universal oprimido, vejado, tomado como chivo expiatorio, de los fumadores. Aunque no podría yo quitarle la razón, habría de añadir acto seguido que perjudica más abiertamente a ese colectivo de personas que, además de fumadoras, también son pobres. Los ricos apenas sufrirán las intenciones de Mónica García. Ellos podrán seguir fumando en sus jardines, en sus azoteas, en sus clubes privados; nadie les privará del placer de una sobremesa neblinosa. Pero ¿dónde lo harán los pobres? ¿En sus pisos de setenta metros cuadrados, asomados a la ventana como una maruja? ¿En un banco, a la intemperie, sin una cerveza con la que aliviar la sed?

Al aparentemente feliz proyecto de restringir el tabaco le sigue la manifiestamente discriminatoria consecuencia de convertirlo en un lujo

A un gobierno socialista le presupongo otra forma de actuar. Yo, que no soy liberal, entendería una persecución encarnizada contra los jugadores de polo o contra los coleccionistas de relojes. Tal vez no fuese justa, pero sin duda sería de izquierdas. ¿Lo es perseguir a los fumadores? ¿Lo es ensañarse con los cultivadores de un vicio tan incuestionablemente universal, uno que hermana a ricos y a pobres, uno que, en una escandalosa inversión de las jerarquías, puede volver mendigo al poderoso y poderoso al mendigo en caso de que aquel necesite un mechero y este lo tenga? Restringir el tabaco implica erosionar aún más la ya maltrecha hermandad de los hombres, desgastar los vínculos que unen a las clases medias y a las altas, arrasar las tímidas probabilidades de una cohesión social futura.

Al aparentemente feliz proyecto de prohibir fumar en las terrazas le sigue la manifiestamente discriminatoria consecuencia de prohibir fumar a los pobres. Al aparentemente feliz proyecto de restringir el tabaco le sigue la manifiestamente discriminatoria consecuencia de convertirlo en un lujo. Los ricos, encastillados en sus jardines, en sus azoteas, en sus clubes privados, seguirán exhalando humo en sobremesas interminables. Los demás, por nuestra parte, seguiremos igual, viendo cómo el precario andamiaje del progreso se desmorona, cómo todas las promesas de nuestros redentores de medio pelo se evaporan una a una. Seguiremos igual de jodidos, pero sin el inofensivo consuelo de echarnos un cigarro a la boca. 

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