El encargo fue hecho en 1993. Un año más tarde, en 1994, el pintor Antonio López se puso a trabajar en el que sería el retrato más largo y esperado en la historia de las colecciones reales: La familia de Juan Carlos I, que ya cuelga en la pared del que será su lugar permanente de exhibición: el Palacio Real. Un lienzo con aspecto de bodegón –acaso de naturaleza muerta- que se incorpora así a una historia de cinco siglos de retrato real.
La familia de Juan Carlos I se presentó este miércoles como parte de las 144 obras que integran la exposición El retrato en las Colecciones Reales. De Juan de Flandes a Antonio López. Visto con detenimiento, el perfil de sus retratados –el anterior rey, su mujer y sus hijos- tienen más el espíritu de Nevera nueva que de cualquier retrato, un género que Antonio López no ha trabajado con especial énfasis, si se le compara con los paisajes y las muchas naturalezas muertas que rebrotan en los modos de La familia de Juan Carlos I. En el lienzo, cada uno de los Borbones retratados luce un aire estropeado, acaso sin espíritu, como el que tendría una fruta. Y ya lo dijo el periodista Peio Riaño: que son Borbones, no membrillos.
Veinte años separan la realidad de los retratados de su perfil en el lienzo
Colocado justo frente a El Príncipe de ensueño, de Dalí, el cuadro aparece en la base de datos de fotografía de la Agencia EFE en distintas estampas. Una de ellas, la más curiosa, muestra a un grupo de periodistas, quienes se hacen un selfie ante tan esperado e irónico cuadro. Ríen y hacen click. Ríen y hacen click. ¿Qué tienen en común la espera y la ironía; o mejor, la espera, la ironía y la socarrona sonrisa del selfie? Pues los veinte años que separan la realidad de los retratados -el rey abdicado y la infanta imputada por la justicia, por ejemplo- de su perfil en el lienzo.
"Hemos sido muy generosos con Antonio López", dijo el presidente de Patrimonio Nacional, José Rodríguez-Spiteri, al presentar el lienzo. El tiempo no fue tan benévolo, en cambio, con los retratados. Hace veinte años, las infantas no habían ni siquiera contraído matrimonio con los que serían sus futuros esposos, por eso aparecen solas: Elena posa sin el que se convertiría en ex duque de Lugo, Jaime de Marichalar; faltaban todavía dos para que Cristina conociera a Iñaki Urdangarín en Atlanta y 16 para que la Fiscalía decidiera imputarlos a ambos por el Caso Noos y el entonces príncipe de Asturias –hoy rey Felipe VI- no conocía todavía a Letizia Ortiz, que en aquel entonces –libre, periodista y plebeya- hacía un postgrado en Guadalajara.
Pintados con el detalle que tendrían las hortalizas de su Nevera nueva, López ha hecho un retrato cenizo
Corinna zu Sayn-Wittgenstein no había aparecido aún –de manera pública- en la vida española y la afición del rey a la caza y los elefantes, si no era más discreta al menos no era tan accidentada. De todos, la reina Sofía es la que mantiene no sólo su corte de cabello –es el mismo desde hace décadas- sino el aire impasible y resignado de quienes no tienen otra opción... Los duros estragos del tiempo que estaba por llegar –el humano, es decir, el que se vive y se imprime en el alma- no toca jamás a los retratados -y no tiene por qué, claro-.
Sin embargo, algo inanimado los domina: permanecen congelados en una especie de neblina que pretende ser inofensiva y que hace lo que las breves lloviznas: enmohecer y ablandar cualquier emoción. Así, retratados con el detalle que tendrían las hortalizas de su Nevera nueva, Antonio López ha hecho el retrato más cenizo y triste que se haya visto jamás.
Hay quienes aseguran que uno de los muchos problemas que tuvo que enfrentar el pintor fue el hecho de que tuvo que trabajar a partir de una fotografía. Otros han sido en cambio más directos: el retrato no es ni ha sido el género de Antonio López, que en lugar de un retrato real parece haber pintado una naturaleza muerta.