Tenemos que prepararnos para un año de despedidas. El pasado lunes se anunciaba el fin de la revista Rockdelux, fundada en Barcelona en 1984. La cabecera siempre tuvo fama de esnob y ‘underground’, hasta el punto de que estrellas como Loquillo y Andrés Calamaro proclamaban medio en broma que conocían tan pocos grupos en las portadas que sospechaban que algunos eran inventados. Otra de los emblemas de la publicación era su escepticismo militante respecto a la religión rockera: se publicaron muchas críticas entusiastas de Bruce Springsteen, pero los verdaderos ídolos de la redacción eran Pet Shop Boys, dúo tecnopop británico que se caracteriza por sus medios tiempos irónicos, aristocráticos y melancólicos (también por tener a un excrítico musical a cargo de las letras). Antes de seguir con este texto, debo aclarar que fui colaborador de la revista durante dos décadas y que decidí marcharme por su creciente hostilidad ante mi defensa de la música plebeya.
El público no es tonto: si Rockdelux aguantó 36 años en el quioscos es porque ofrecía algo sustancioso. El centro de su oferta era la potente sección de reseñas de discos, que destacaba por la amplitud de miras. Su mayor mérito fue tratar a la música popular negra con el rigor que no ponían otros medios, hasta el punto de que la revista tuvo un papel central en la explicación a los musiqueros españoles de la explosión del hip-hop. Trataron siempre con respeto al rap español de barrio, mientras otros medios cercanos como Radio 3 lo ninguneaban o directamente lo censuraban. De manera más modesta, ejercieron para muchos el papel de primer guía respecto a la salsa, la música jamaicana y los grandes clásicos de África. El periodo más brillante de la cabecera fue finales de los años ochenta, donde supieron cubrir de manera magistral fenómenos tan desbordantes como la aparición de Prince.
https://youtube.com/watch?v=dIad9ER1r7g
La importancia de Rockdelux nunca estuvo en su tirada, sino en en la influencia de una porción de sus lectores. Varios periódicos de gran difusión escogían sus especialistas en pop en las páginas de la revista. Llegaron a tener voz directa ejerciendo de asesores del festival Primavera Sound y de Barcelona Acció Musical (BAM), la programación de la fiestas de La Mercé. También tenían cierto peso en las discográficas y en muchas concejalías de cultura, donde los contenidos servían para orientar las contrataciones. Por supuesto, a finales de los noventa, cuando arranca la explosión de grandes festivales de verano, también se leía la revista en muchos de sus oficinas y se tenía en cuenta a la hora de confeccionar los carteles. Estar al día de la actualidad ‘underground’ por unos pocos euros era un chollo, como saben muchos locutores de Radio 3 que han usado sus páginas como guía (y abusado también).
Autoelogios cuestionables
El número de cierre incluye una larga nota editorial (titulada en inglés, cómo no) donde la propia dirección enumera las aportaciones que hicieron a la prensa cultural. Destacan que la revista creció “fomentando debates, provocando críticas, educando con un criterio muy particular y nada complaciente”. Hablemos claro: Rockdelux tuvo méritos, pero es dudoso que podamos atribuirle ninguno de estos tres. Para empezar, su criterio no fue tan original, tenía mucho de traducción de los quioscos británicos y, en menor medida, de los franceses. El horizonte al que aspiraban siempre fue acercar lo más posible la escena cultural española a estos dos países (ignorando olímpicamente los territorios hispanohablantes). Sí tuvieron un criterio propio, muy apreciable, respecto a artistas nacionales (sin dejar de mirar con mejores ojos a quienes encajaba en los parámetros 'anglo'). Rockdelux despertó algunas críticas, pero se fueron apagando, seguramente a causa de lo rematadamente mal que las encajaban.
En 2013 se censura la crónica de un concierto de Juan Magán, cortando de raíz un debate sobre el clasismo y la falta de profesionalidad de los medios 'cool'
Podemos comprender el último punto con un ejemplo: la negativa a publicar en 2013 la crónica de un concierto del discjockey Juan Magán, que ya había sido entregada para la sección fija de un colaborador habitual (no cualquiera: uno de los más prestigiosos de la revista, que había sido coordinador de redacción bastantes años). La directiva recurrió a la censura porque se negaban a publicar un texto que cuestionaba el clasismo de la prensa cultural de Barcelona. Corto y pego uno de los párrafos: “Invisibilizando fenómenos que arrastran tal cantidad de público y géneros tan ampliamente implantados en la sociedad, los medios les otorgan una apariencia de manifestaciones exóticas cuando son todo lo contrario. Nadando tan contracorriente no solo se falsea la realidad y se pierde contacto con esta, sino que se renuncia a comprender su calado en nuestro entorno”, explicaba Nando Cruz. A medida que pasaban los años, Rockdelux prefería las zonas VIP de la Barcelona hípster que tomar el pulso de la calle. Y no se terminaba de comprender que un buena publicación cultural debe ser capaz de informar sobre cualquier fenómeno relevante, coincida más o menos con sus gustos culturales.
Parece que no sea digno de diez mil palabras el único discjockey español con verdadero impacto global, gracias a su tirón popular y a una etiqueta exitosa en varios continentes: el electrolatino. La crónica, por cierto, terminó siendo publicada en la web de la revista Nativa, que es donde solían terminar los debates que superaban el voltaje intelectual de Rockdelux. Mientras Ajoblanco y Nativa concebían la vida cultural como ecosistema, Rockdelux confundía ser culto con exhibir una impecable lista de la compra de la FNAC. Con el cambio de siglo, decidieron perder el tren de estilos tan cruciales como el reguetón, el techno y la cumbia digital (que se cubrían de manera guadianesca). Su actitud ya resutaba previsible: a finales de los ochenta, trataban con respeto el acid-house y el sonido ‘Madchester’ mientras menospreciaban nuestra 'ruta del bakalao', parte del mismo fenómeno cultural.
En la puerta del baile
Quien mejor explicó esta carencia crucial fue el prestigioso musicólogo británico Simon Frith, en declaraciones a la propia revista. “El baile ha sido la puerta de entrada a la música para la mayoría de los seres humanos a lo largo de la historia. Todo el mundo quiere bailar, pero los supuestos especialistas en música estamos demasiado centrados en los discos y casi nada en los lugares de encuentro y relación. Seguramente el comienzo de este trágico malentendido está en los años setenta. Los defensores del rock, en un intento algo idiota de legitimación cultural, intentaron venderlo como ‘arte serio’, una experiencia que se disfruta sentado y en solitario. Esto es un disparate porque la mayor ventaja del rock y otras músicas populares es que están hechas para vivirlas en movimiento”, destacaba. Rockdelux siempre tuvo una doble falta de cintura: para encajar debates y para comprender a los artistas que reinaban en las pistas. En realidad, las únicas polémicas que el director llevaba con calma eran las del tipo si era mejor el segundo disco de The Pixies o el tercero. Dilemas irrelevantes, ya que puedes escuchar uno y después el otro.
Todo esto tiene mucho que ver con las dificultades para incorporar chicas a la plantilla. Ellas nunca fueron un ingrediente esencial, sino una rácana cuota. Como suele decir Patricia Godes, la firma femenina con mayor fuste de las que pasó por la revista, la historia del pop demuestra que son las mujeres quienes han tienen mayor olfato y criterio a la hora de descubrir a los artistas verdaderamente grandes: los Beatles, Frank Sinatra, Carlos Gardel, Elvis Presley, Rolling Stones, Michael Jackson y Serrat fueron apoyados desde sus comienzos -y masivamente- por el público femenino juvenil. Godes terminó tarifando con Rockdelux porque incluyeron paréntesis con comentarios sarcásticos en uno de sus artículos, sobre el grupo de punk-rock malasañero The Pleasure Fuckers. Una falta de respeto colosal, en la que nunca se incurrió con ninguno de los hombres de la plantilla.
La prensa musical debe aprender que, sin contar con el público femenino, no habrá nunca un proyecto mediático exitoso
En la única ocasión que Rockdelux fue acusado formalmente de machismo, desplegaron una reacción enrabietada y cercana al ‘mobbing’ con la chica que redactó el texto, confirmando sus limitaciones para el debate. El crítico musical Carl Wilson, autor del brillante ensayo Música de mierda (2009), explicó el problema de las revistas hípster destripando los motivos por los que rechazaban a artistas como Céline Dion (spoiler: una mezcla de clasismo, machismo y elitismo cultural injustificado). ¿Una clave para el futuro? La prensa debe aprender que sin contar con el público femenino no habrá nunca un proyecto mediático exitoso, ya que son ellas quienes siempre han sostenido este sector. En muchos frentes, Rockdelux podría servir como perfecto ejemplo de cómo no actuar. Cualquier comentario sugiriendo incluir más firmas femeninas era contestado por Santi Carrillo (director) con la frase "a las mujeres no les interesa escribir sobre música". Es sencillamente falso: cuando en 2006 acudí a Valladolid para participar en el curso "Escribir la música" de la Sociedad Ibérica de Etnomusicología (SIBE), más de la mitad de las matriculadas eran alumnas. Un ejemplo entre mil.
https://youtube.com/watch?v=GIWMRAoNv84
Franquicia oficiosa de Pitchfork
La nota editorial de despedida también presume de que la revista ha sido “una escuela oficiosa de periodismo musical y cultural”. En eso podemos darles la razón: su estilo se reconoce en numerosos contenidos de El Periódico de Cataluña, La Razón y El Mundo, con quienes compartieron colaboradores. El problema es que los textos de Rockdelux fueron estandarizándose con los años, hasta el punto de convertirse en algo parecido a un BOE de la escena musical independiente. Cada año que pasaba, el registro sonaba menos vivo y vibrante. El enfoque con el que se cubrían los festivales de verano era el de un profesor con la ceja enarcada que va moviéndose de escenario en escenario poniendo nota a los alumnos. La prosa que manejaban terminó volviéndose plana, previsible y lastrada por una épica falta de sentido del humor. “Cuando alguien está leyendo la revista pone cara seria”, admitía el humorista Joaquín Reyes cuando le entrevisté en 2006.
Rockdelux tampoco supo escapar al influjo de las llamadas “revistas de tendencias”, esas que prescinden de argumentos para dividir el mundo entre cosas ‘cool’ y ‘uncool’. Ese esquema ahorra el trabajo, ya que basta con asignar a los discos adjetivos tipo “sutil” , “sensual”, “sedoso”, “sensacional” y “sublime”, acercando peligrosamente el lenguaje a las revista de decoración. No atendían a artistas como Juan Gabriel, Luis Miguel ni a Isabel Pantoja por sus presuntos excesos sentimentales, pero iconos "modernos" como Radiohead, Portishead o Bon Iver chorrean sensiblería gimoteante y eran ensalzados por ello. Desde mediados de los dos mil, dejaron de ser una revista con entidad propia para convertirse en una especie de franquicia oficiosa de Pitchfork, medio de moda entre los universitarios de Estados Unidos. Quien supiera inglés y tuviera Internet, podía intuir medio Rockdelux antes de abrirlo cada mes.
Mientras la revista entraba en franca decadencia, competidores como la edición española de Rolling Stone y la de Vice les comían la merienda aplicando fórmulas mucho más audaces, poniendo la experiencia en el centro y hablando de sexo, política, drogas, psicología y dinero. Aunque Rockdelux se fundó a mediados de los ochenta, actuaban como si no existieran los recursos narrativos del Nuevo Periodismo, que explotó en los años sesenta. ¿Por qué dejó la gente de comprar la revista? Basta echar un vistazo a las redes estos días para enterarse. Llegó un punto en sus contenidos eran indistinguibles de los de competidores como Mondo Sonoro, Go Mag o Je Ne Seis Pop. El periodismo musical disponible en las redes (por ejemplo, Playground Magazine) ofrecía un debate musical mucho más rico donde participaban sociólogos, politólogos, miembros de la industria y expertos en estética. Pagar por Rockdelux se convirtió en una decisión tirando a excéntrica.
Cantera 'indie'
Guille Milkyway, cerebro y corazón de La Casa Azul, dejó estos días un bonito mensaje en redes: “Muchas gracias a Rockdelux por haber dado visibilidad y apoyo a muchos grupos como el mío durante tantísimos años cuando casi nadie lo hacía. Os echaremos mucho de menos”, explicaba. Acertó con la frase, ya que la revista barcelonesa fue refugio para decenas de grupos pequeños, alejados del sonido de las grandes emisoras y discográficas. El “pero” está en que atendían desproporcionadamente a un sector, que podemos llamar indie-hípster-gafapasta. Pasaron de ser la revista de los musiqueros más abiertos a la de quienes aspiraban a exhibir unos gustos culturales lo más parecidos posibles a los de los habitantes de barrios cool de Occidente como Williamsburg (Nueva York), Mitte (Berlín) o el Hackney gentrificado (Londres).
Muchas gracias a @rockdelux por haber dado visibilidad y apoyo a muchos grupos como el mío durante tantísimos años cuando casi nadie lo hacía. Os echaremos mucho de menos. pic.twitter.com/aFYkhKCGQB
— Guille Milkyway (@guillemilkyway) May 6, 2020
Su devoción por indie español -el previo a la exitosa oleada de Vetusta Morla- acabó por pasarles factura: estamos hablando del subgénero que ha dejado un menor número de himnos y de obras destacables en la historia del pop-rock español. Casi nadie echa de menos a sus grupos emblemáticos y apenas registran demanda para que vuelvan a los escenarios, algo comprensible recordando el bajo nivel medio de sus directos. Otorgar tanta importancia a aquello seguramente fue un el gran fallo en el GPS de lo que en otra época fue una revista musical abierta de oídos.
Restos del naufragio
Volvamos a la actualidad. A finales de febrero, los redactores de la legendaria cabecera Cahiers du Cinéma se amotinaron ante la posibilidad de que un grupo de productores de cine comprasen la empresa. Temían que los intereses económicos de estos terminasen marcando los contenidos. En las antípodas de esta situación, Rockelux pasó unos años finales donde muchos de sus textos eran difíciles de distinguir de las notas promocionales de los productos de Gabi Ruiz, su anunciante estrella. Me refiero al empresario con mando en el Primavera Sound, Primavera Club, Radio Primavera, la discográfica El Segell y la sala de conciertos Apolo. Una revista de crítica cultural no puede convertirse en un catálogo comercial, ni siquiera parcialmente. El riesgo es espantar a los lectores, por ejemplo dedicando una portada al reguetonero colombiano J. Balvin -cabeza de cartel del Primavera- cuando llevaban catorce años tratando el reguetón como un fenómeno anecdótico. Ya era tarde para recuperar la credibilidad.
Paradojas del periodismo: competidores que Rockdelux consideraba "dinosaurios", caso de Popular 1 y Ruta 66, le sobreviven en los quioscos y en las redes. Recemos porque no haya mas despedidas. Me quedo con las líneas finales del citado editorial: “Nos vemos en la obligación de bajar la persiana para poder afrontar con dignidad un cierre que queremos que sea acorde a la línea de actuación que siempre ha caracterizado a Rockdelux: no dejar deudas y poder atender a los compromisos con nuestros trabajadores, colaboradores y proveedores en este momento final”. Este gesto de dignidad caracterizó siempre a la revista y hay que agradecerlo. Ánimo y suerte a quienes se quedan sin trabajo.