¿Cómo se convierte alguien en uno de los mayores criminales de la historia? En ocasiones no hace falta ser un teórico del genocidio y ni el cerebro de los planes de un exterminio, a veces, solo es necesario seguir órdenes. Así contempla Primo Levi a Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz.
La historia de Höss sigue el modelo de tantos otros nazis que pasaron a la historia. Pérdidas en la infancia, participación y condecoración en la Primera Guerra Mundial, alistamiento a grupo paramilitar, cárcel por delito grave, y afiliación al nazismo. Crímenes de guerra, intento de huida y horca. Su particularidad que hizo que su nombre siga en las páginas más oscuras de la historia fue el encargo de dirigir el mayor centro criminal creado por el hombre.
En la primavera de 1940, Höss se puso al frente de un nuevo campo cerca del pueblo polaco de Auschwitz. Nombrado comandante de las SS, fue el encargado del centro hasta agosto de 1943; y una segunda etapa entre mayo y septiembre de 1944 cuando regresó para organizar el gaseamiento de 320.000 húngaros en dos meses.
Detenido por el ejército británico, participó como testigo en los juicios de Núremberg con un relato que incomodó a los jerarcas del Tercer Reich sentados frente a él. Posterirmente fue juzgado y condenado por el Tribunal Supremo polaco y fue ahorcado el 16 de abril de 1947, cerca de uno de los antiguos crematorios de Auschwitz.
Yo, comandante de Auschwitz
La editorial Arzalia publica ‘Yo, comandante de Auschwitz’ la biografía que Höss escribió durante su estancia en una prisión polaca entre enero y febrero de 1947. Un testimonio extraordinario en primera persona del principal responsable del campo de exterminio durante la mayor parte de su periodo en funcionamiento. Primo Levi, superviviente del Holocausto y autor de ‘Si esto es un hombre’ califica a Höss, en el magnífico prólogo que encabeza la obra, como “un canalla estúpido, verboso, basto, engreído y, por momentos, manifiestamente falaz” que busca en sus escritos justificarse.
Pero Levi insiste en la condición circunstancial de uno de los mayores criminales de la humanidad. A su entender, Höss no era un sádico ni tenía una mente perversa, y en cualquier otra coyuntura hubiera sido un gris funcionario, uno más de ‘aquellos hombres grises’ que recogió el historiador Christopher Browning, que se limitaban a seguir órdenes. “Rudolf Höss se habría convertido en un gris funcionario del montón, respetuoso de la disciplina y amante del orden; como máximo, un trepador de ambiciones moderadas. En cambio, paso a paso se transformó en uno de los mayores criminales de la historia”, señala Levi.
Las páginas muestran una descripción del Holocausto que desprende la frialdad con la que fue conocido en vida, tienen un clara intención autoexculpatoria, pero siguen apestando al antisemitismo del que nunca se curó. Höss asegura en sus últimas líneas que nunca fue cruel ni maltrató a ningún preso. Reconoce en varias ocasiones la congoja que le ocasionaban algunas escenas como las de las madres rodeadas de sus hijos suplicando la salvación de los pequeños de camino a la cámara de gas, plenamente consciente de su inminente final. Estas escenas, según su relato, volvían a su cabeza cuando estaba con su familia y le hacían abandonar la casa, al verse incapaz de soportar el ambiente familiar.
Ante el espectáculo de mujeres y niños que se encaminaban hacia la cámara de gas pensaban, sin quererlo, en sus propias familiasRudolf Höss
“Los hombres casados que trabajaban en los crematorios o en otros locales me confesaron muchas veces que experimentaban sentimientos similares a los míos. Ante el espectáculo de mujeres y niños que se encaminaban hacia la cámara de gas pensaban, sin quererlo, en sus propias familias”.
También revela que mandatarios de las SS y del partido nazi que deseaban visitar el funcionamiento del campo, quedaban petrificados al ver ante sus propios ojos la industrialización del asesinato que supuso Auschwitz: “Algunos de ellos, que antes habían defendido con fervor el exterminio, se espantaron y se encerraron en el más absoluto silencio tras asistir a esa ‘solución final del problema judío’”. “Nadie me envidiaba por la tarea que me habían encomendado”.
Yo, comandante de Auschwitz
Editorial: Arzalia
312 páginas.