Sus tardes acaban a las seis de la mañana. Porque ellos nunca saben cuándo están trabajando. Parece que toman una cerveza, que comen en un chiringuito o dejan pasar el tiempo. Pero no: trabajan, al menos eso dice el escritor Benjamín Prado al referirse a las jornadas que consumen Joaquín Sabina y él al momento de escribir canciones.
Ya lo hicieron una vez, en Vinagre y rosas (2009). Esta vez repiten, con Leiva incluido, en Lo niego todo, el más reciente disco de estudio Sabina y del que da cuenta un libro escrito a cuatro manos con Benjamín Prado y en cuyas páginas colaboran Leiva, Rubén Pozo, Ariel Rot y Jaime Asúa. Porque, claro, si no lo cuentas es como si no hubiera pasado. Ese es el espíritu de Incluso la verdad (Planeta). Un libro de intenso, de trago corto, dicen sus editores. Y sí: algo de eso tiene.
Ese es el espíritu de Incluso la verdad (Planeta). Un libro de intenso, de trago corto, dicen sus editores. Y sí: algo de eso tiene
Sabina, que desde hace tiempo vive intentando no pasarse de la raya, se muestra en estos acordes y en estas páginas se harta de aquello de ser juglar del asfalto. Le pasa, sí. Lo cuenta, también. Que el canalla quiere ir contra su propio mito. Y eso es lo que preocuparon Benjamín Prado y él en este libro: dar fe de un disco que le permitiese a Sabina pararse "al final de sí mismo/ igual que un policía sin nadie que joder", como dice Canción de media noche. De aquí que esta sea la historia secreta de Lo niego todo, un volumen que arranca en Rota y acaba en música. La biografía de un disco que acordaron hacer en verano, porque no hay fútbol… para no discutir. Sabina, ya se sabe, es del Aleti y Prado del Madrid.
En toda esta historia, la amistad emerge como género literario. El resultado de un hilo que, aun siendo musical, de inofensivo no tiene ni una hebra. Porque Benjamín Prado y Sabina son amigos desde hace 37 años, tiempo suficiente para que haya poso. "A este tipo de cosas, como el libro o el disco, no llegas a través de la admiración o el interés, ni siquiera del cariño, sino de la amistad, que es lo que se comparte y se sabe. Y con Leiva la cosa funcionó, porque prácticamente fundamos una familia", explica una taza de café Benjamín Prado, un flaco acuchillado, como lo describe Leiva en la introducción del volumen, y que conoció al mismísimo Sabina cuando era un poeta veinteañero.
¿De qué va el libro? Puede decirse que, al igual que Lo niego todo, estas páginas se refieren al paso del tiempo. Una especie de diario íntimo de quienes escriben y crean doce canciones pero, sobre todo, de quienes las escuchan. Eso sí, ellos lo han hecho sin tomarse muy en serio, por aquello de seguir el consejo que Rafael Alberti le dio a Benjamín Prado en una ocasión. "El disco y el libro cuentan todas esas cosas que ocurren mientras el tiempo, el muy cabrón, pasa a todas horas. Y también hay algo que está en todas las canciones de Joaquín y en casi todos los poetas que a mí me gustan: la capacidad de reconocer lo inconsecuente que somos todos. Cómo del martes para el jueves nos convertirnos en personas que hacen justo aquello que no toleran o que no se parece a aquello que acaban de decir hace un rato. La coherencia es de fanáticos. Prefiero a las personas que dicen digo donde antes dijeron Diego".
"El disco y el libro cuentan todas esas cosas que ocurren mientras el tiempo, el muy cabrón, pasa a todas horas"
¿Cómo así, Benjamin? ¿Digo? ¿Diego? ¿Una cosa y su contrario? Sí, sí, sí… el escritor está bastante convencido del asunto. “La creatividad viene de la capacidad de arrepentirse, de cambiar de camino, de saltar de un tren a otro. En eso consiste este trabajo. No somos planos, no somos carreteras de una sola dirección. Mucha gente la dice, como en la canción, pero… ¿qué estoy haciendo aquí? ¿qué hago casada con este imbécil? ¿de quién es esta vida? Y además, con un reggae por detrás. De eso habla esa canción y este libro. Cuando coges una pala no sabes si buscas un tesoro o cavas una tumba”, dice Benjamín Prado refiriéndose a la décima canción de un disco que completa la docena.
Es normal entonces que se entiendan, al menos en lo esencial, un hombre al que sus canciones le salen como poemas con otro al que los poemas le salen como canciones. Tanto el libro como el disco, cuentan ellos, fue cuajando como una tortilla de patatas de las que eran motivo de competición entre lo que ellos llaman la peña de Rota, el lugar de creación, y en la que se encontraban Luis García Montero, Almudena Grandes, Felipe Benítez Reyes, Miguel Ríos…
Aunque el asunto ya comienza a empalagar, hay que aclarar que no todo fue amor, peloteo y cañas. Al menos según lo que cuentan en el libro Sabina y Leiva y que el propio Benjamín Prado apostilla en esta conversación. Que casi se matan Sabina y él por un verso e incluso bastante menos, por una palabra. "En muchas de esas discusiones Leiva estaba blanco como una pared de hospital. Decía, ¿no podéis llegar a un acuerdo? ¿Cómo que un acuerdo? ¿No ves que estamos a punto de darnos de hostias?, le decía. Y entonces Joaquín, remataba: tú no te preocupes, que de aquí salimos más amigos", dice.
Aunque el dicho al hecho, ya se sabe. "La verdad, es que si no hubiese existido la chispa, tampoco hubiese surgido el fuego. La creación siempre sale de la discusión, la propia también. Para que la palabra correcta llegue a un poema tiene que discutir con todas las demás del diccionario y en una canción, si es una canción de Sabina, ocurre lo mismo: todo proviene de una discusión tremenda. Las canciones que él ha escrito solo, por ejemplo Las de 19 y 500 noches, las ha hecho peleándose consigo mismo, solo, en una habitación de hotel. Esto es más o menos lo mismo, sólo que con otro tigre en la jaula”. Y como dicen en el caribe, a veces, tigre no come tigre.
Aunque el asunto ya comienza a empalagar, hay que aclarar que no todo fue amor, peloteo y coñac...
Que Dylan se merecía, ¡cómo no!, el Nobel es algo que Benjamín Prado tiene tan claro como la idea de llevar a Sabina a la Real Academia, un asunto que Arturo Pérez-Reverte ha dejado caer en no pocas ocasiones y Benjamín Prado está más que dispuesto a apoyar. "Ahí se ha apuntado un tanto", dice. A la pregunta, por cierto, sobre a qué escritor del siglo de Oro responde el espíritu de Sabina, Benjamín responde sin dudar: Cervantes. Un universo total. Así que siendo serios, aunque sea de aquella manera, Benjamín Prado reivindica la forma en que las buenas canciones meten poesía en la vida de la gente. Eso sí, con su truco. "Son canciones nada inocentes en las que nadie da puntada sin hilo. Coges canciones como Las noches de domingo acaban mal y aparentemente es un rockandrolito pero la lees y te das cuenta de que es una reflexión, buena o mala pero no del todo ligera, sobre la identidad. Esos son los gatos encerrados del disco a los que me refiero en este libro".