Cultura

Fernando Sánchez Dragó: "El Partido Comunista nos reprochaba masturbarnos"

Cuenta Rubén Darío en sus memorias que el gran escritor Juan Valera le comentó un día que le iba a presentar “una reliquia”. Poco después apareció “envuelto en su capa,

  • Sánchez-Dragó. -

Cuenta Rubén Darío en sus memorias que el gran escritor Juan Valera le comentó un día que le iba a presentar “una reliquia”. Poco después apareció “envuelto en su capa, un viejecito de cuerpo pequeño, algo encorvado y al parecer bastante sordo” y contó miles de historias de Espronceda, Larra y toda esa generación romántica. Esa reliquia era el escritor Miguel de los Santos Álvarez y su trasunto actual, con mucha mejor planta, salud y cabeza, es Fernando Sánchez Dragó.

Más joven ahora que en su comunista vejez, parafraseando a Bob Dylan, ha reeditado su tierna novela sobre las vacaciones que pasó en 1960 en ese Torremolinos (Málaga) de tránsito a la modernidad. ¿Su nombre? Eldorado. En ella transcurren vidas todavía por decidir, en la incertidumbre, en un estío que cambiará todo. Vozpópuli habló con el escritor en una cafetería de Madrid.

Pregunta: Torremolinos, 1960: Sánchez-Dragó descubre la felicidad hedonista ¿Sería una buena sinopsis para tu novela?

Respuesta: Esta novela (como sabes muy bien) se escribe en 1960 de sopetón, a toda velocidad, casi 20 folios al día. No se publicaría hasta 1983, con éxito relativo, y ahora se reedita. Lo más interesante es que el tiempo le ha dado un significado que no tenía: no era consciente de que estaba fundando un género literario, lo que se ha dado en llamar “literatura torremolinense”. Esta literatura ha dado mucho fruto ya que Torremolinos es el antecedente de lo que luego sería Ibiza. Allí España cambia, se abre. Son los primeros atisbos, las vikingas, las suecas…Era un ambiente muy libre, no te puedes ni imaginar todo lo que era posible. Ahí descubro la libertad, la felicidad. Hace poco salió un comentario sobre este libro en El País, no sé quién lo escribió, que decía “Dragó bebía, bailaba y follaba”. Bueno ¡es verdad! Y encima salía una novela…

Podría verse como una triada “revolucionaria” en los años cincuenta…

Vamos a ver, puntualicemos: siempre se ha follado, no es que “se folle poco”. Como decía César González-Ruano“Siempre follamos los mismos...”(Risas) Que es lo que cabrea a gran parte de los españoles.

Quiero empezar un poco antes, con tu militancia comunista: cuéntanos cómo era la legendaria capacidad de seducción de Jorge Semprún para conseguir cuadros del partido

Yo eso lo he contado en el segundo libro de mis memorias. Cuando entro en el partido comunista, de la mano de Jorge Semprún efectivamente, ya estoy seducido. No es por Jorge Semprún; a mí me lo presentan cuando estoy ya preparadito para entrar en el partido comunista. Llama mucho ahora la atención “¿Cómo que Dragó?” ¡Fui uno de los fundadores del partido comunista en la universidad central de Madrid! Lo fui junto a Tamames, Múgica y no había más. Quería correr aventuras, ser un escritor a la manera de Hemingway, Jack London

Pero lo de ser escritor político recuerda más a André Malraux…

Sí, también Malraux y todos los escritores que habían combatido en la guerra civil española. Todo aquel mundo me seducía y ser comunista era la única aventura que estaba mi alcance. Yo tenía 18 añitos, era un niño bien del Pilar y del barrio de Salamanca. Yo no podía irme a cazar leones como Hemingway (risas). Mi única aventura posible era oponerme al sistema. En aquel tiempo el sistema era Franco. Siempre digo que si la República hubiera ganado la guerra yo hubiera sito antirrepublicano: jugaba a la contra (risas).

Borges afirmaba a Bioy Casares que el comunismo “le gusta a la gente porque les da un carácter y un grupo de amigos".

Más aún: te daba líos. En aquella época te convertías en un ídolo en el bar de la Facultad de Letras de la Universidad Central. Y entonces ligabas mucho. Cuando a mí me presentan a Semprún, que lo hace Julián Marcos en una horchatería del Retiro, yo ya estaba preparado para entrar. Si hubiera aparecido el monstruo de Frankenstein hubiera entrado igual. Ahora, es verdad que Semprún era guapo, elegante, culto…todo lo que luego supimos de él. Sedujo, eso sí, a toda la clase intelectual española: si se lo presentabas a un obrero no le iba a gustar nada.

Nosotros éramos los más modernos de los modernos: fundamos la progresía

Semprún tiene una sofisticación en todo que contrasta con parte de la cúpula obrerista del Partido Comunista Español. Lo expulsaron en la década de los 60.

¡Ninguno sobrevivimos allí! Lo que pasaba en el partido comunista no pasaba ni en la catequesis, por citar algo absurdo. No puedes imaginarte a qué extremo se llegaba de puritanismo y de represión. Yo me caso en la cárcel estando en el partido comunista. Ese matrimonio, que fue un disparate, duró muy poco y como consecuencia me separo. Mi superior en el partido, Enrique Múgica, me citó luego en la cafetería Montana (Calle de Goya) y me conminó a volver perentoriamente con mi mujer. Utilizaba la frase “Fernando, los comunistas estamos obligados a dar ejemplo de respetabilidad: vuelve inmediatamente con tu mujer”.

Cristianos sin Dios…

El comunismo y el socialismo son sectas del cristianismo, efectivamente. Son las únicas doctrinas que se han dedicado a predicar algo tan demencial como es el igualitarismo. Una cosa es ser iguales ante la ley, eso no se discute, otra cosa es afirmar que todos somos iguales: no hay dos tipos iguales, todos somos diferentes.

Me acabas de recordar a la película El diputado de Eloy de la Iglesia, donde un político comunista debe esconder su homosexualidad ante la 'intelligentsia' del partido

En mi segundo libro de memorias, Galgo corredor, cuento la única vez que he sido vil: en 1958 toda la cúpula del partido comunista en la universidad estaba la cárcel, la mayoría serían futuras luminarias de la patria (cineastas, poetas, políticos…), y recibíamos a un chiquito, un caco, que venía a nuestra celda y era prácticamente analfabeto. Este chico, de Málaga, no molestaba a nadie y era mariquita. Un buen día nos llamó la dirección del partido y nos prohibió que ese chicuelo fuera a nuestra celda con el argumento “nosotros, los presos políticos, somos encarcelados de honor y nos desprestigiamos recibiendo a un homosexual en nuestra celda”. Lo peor no es lo que nos dijeron, lo peor es que lo hicimos y tuvimos que explicar al chaval el porqué: “tú no puedes seguir viniendo a nuestra celda porque eres marica”. Brutal.

Para la vieja ortodoxia comunista el uranismo, la homosexualidad, era decadencia burguesa.

Unos años después, en 1962, cuando yo entro en la cárcel nos reprochaban que nos masturbáramos. Nos dijeron esa frase literal: “un buen comunista no se masturba”. Eso con 20 años ¡ya me contarás! (risas)

En los diálogos con Joaquín, en la novela, se contrapone el clima puritano de la militancia comunista con la felicidad proto hippie de este Torremolinos. ¿Fue ese hedonismo feliz, el “embruteceos” de Pascal comienza un capítulo, el final de tu interés serio por la política en la juventud

A mí nunca me interesó la política, no me interesa ni ahora; lo que me interesaba era guerrear. Siempre digo que soy un personaje secundario de película del oeste, el que acompaña a John Wayne en sus cabalgadas. Me interesaba el lado guerrero: soy más épico que lírico, lo mismo mi literatura. La política me ha aburrido soberanamente, ahora más que nunca, y me da asco. Si yo tuviera un sable turco, un yatagán, y pudiera eliminar la política de la faz de la tierra no me temblaría el pulso. La política proviene de un error de uno de los grandes filósofos, Aristóteles, cuando dice que el hombre es un animal político. No sé si el hombre lo es, pero yo no lo he sido nunca.

Me recuerdas la frase del revolucionario Louis Antoine Saint-Just: “Todas las artes han producido sus maravillas: el arte de gobernar no ha producido más que monstruos”

Es verdad. Aunque el arte moderno, el llamado arte contemporáneo, también produce monstruos (risas).

Me fascinan las referencias pop del tiempo, fantásticamente integradas: las novelas de John (“Juan”) Carter de Edgar Rice Burroughs, los vasos de Duralex como recuerdo “del cutrerío hispano”, los polos de limón que os prohibían de adolescentes ¿Eran esas muestras de modernidad vuestra salvación generacional en el gris de la dictadura?

¡Era Juan Carter en la traducción que yo leí! Claro, eran muestras de modernidad a las que nosotros, jóvenes, nos agarrábamos. Nosotros éramos los más modernos de los modernos: fundamos la progresía. La gente no es consciente de la libertad en la que vivíamos: yo no he vuelto a encontrar en ninguna parte del mundo aquella libertad. Tendría que irme a la Katmandú de los hippies y ni siquiera. Quizá Ibiza, que fue la prolongación natural de Torremolinos…

En Torremolinos había un chiringuito en la playa donde alquilabas un bañador por una pela ¡Un bañador usado!

Ese mundo de Antonio Escohotado y sus fiestas sin final

Torremolinos era territorio virgen: no estábamos preparados para vivir allí. Estuvimos viviendo allí dos meses Miguel Rubio, el coprotagonista del libro -Julio-, sin nada de dinero. Éramos dos chicuelos que llegábamos allí y nos fiaban en todas partes.

Un gran dispositivo narrativo en la novela es ese giro postal de dinero que nunca llega: vivís con la soga al cuello

El giro era un poco Esperando a Godot de Samuel Beckett (risas) Se convirtió en mítico. Todo el mundo esperaba el giro: el tendero, el camarero, el comercial. Todos. La España de los años 50 y 60 era bastante libre, aunque sea políticamente incorrecto decirlo. No hablo de los años 40, luego de la guerra civil, además yo era un niño. Aquella España que viví en mi juventud era el país más libre que he conocido nunca, siempre que no te metieras en política. No por mérito de Franco, sino por mérito de la época y de la propia España. Ese país que seducía a Hemingway, Dos Passos, Ava Gardner u Orson Welles no era una casualidad: se respiraba una libertad que no existía en ninguna otra parte del mundo.

Una pregunta marxista: quiero que nos describas cómo se sobrevivía con 200 ptas. en el Torremolinos de 1960. Es una de tus pocas obras donde hay problemas de dinero…

Por de pronto nos fiaban: cuando llegamos allí éramos dos desconocidos, dos arrapiezos, de veinte años. Solo teníamos una bolsa deportiva con dos camisas y no teníamos ni bañador. Alquilaba el bañador…

¿Cómo? ¿Lo alquilabas?

Literal. Había un chiringuito, una chabolita, en la playa, donde alquilabas un bañador por una pela ¡Un bañador usado! (risas). Hombre, lavado, pero…Todo el mundo nos fiaba y por eso nos preguntaban constantemente “¿Ha llegado el giro? ¿Ha llegado el giro?” Podías entrar en una discoteca, tomar gin-tonics, tomar chanquetes, que te lo permitían. Y eso duró mes y medio. Llegado el giro, pagamos todas nuestras deudas con eso y una traducción.

¿Qué traducción hicisteis?

R: No me acuerdo. Si vas a la Biblioteca Nacional vas a ver todos los libros que traduje, que son más que los que he escrito. Durante muchos años vivíamos yo, los hijos de Torrente Ballester, y muchos más de traducir para el editor Luis de Caralt.

¿Qué idiomas?

R: Inglés, francés, italiano y lo que nos echaran. Era un buen traductor, pero era un traductor vertiginoso. Muchos de los libros que traduje eran de Georges Simenon, en un día me cepillaba 50 páginas: en esas novelas había mucho “buenos días”, “buenas tardes”, eran fáciles de traducir.

De Simenon eran fanáticos Miguel Mihura y también Eric Idle de los Monty Python

Es que Simenon era un grandísimo escritor. También traduje Zazie en el metro, de Raymond Queneau, que eso es tour de forcé de traducción. Aunque pagaban 12 pelas, con el ritmo que llevaba me ganaba 2000 pelas al día (risas). Con ese dinero tirabas cantidad: había un restaurante cerca de aquí, en Cardenal Cisneros, que se llamaba El Anarquista que te daban tres platos, café y postre por tres pesetas.

Tengo nostalgia de la dexedrina, era apoteósica, mis mejores recuerdos de excitación sexual

¿Cuál era la banda sonora de 1960 en la costa del sol? Me encantan las menciones al jazz, al chachachá, porque parece ser un tiempo anterior a cualquier “monopolio” del rock and roll

Hay una ristra de nombres propios de discos de la época: era el jukebox. Boleros, los primeros atisbos del rock, pero no se había convertido en discurso unívoco. Las canciones eran muy importantes porque estaban unidas a nuestras primeras experiencias sexuales. Estas eran los guateques, donde se ponía ese tipo de música. En estos chicos y chicas bailábamos cheek to cheek y nos arrimábamos.

En la novela llegas a llamar “ritual” el baile sexual entre una mujer y un hombre de color…

Sí, aunque al mismo tiempo la música no tenía la gran importancia social en nuestras vidas que tiene ahora. No había grandes conciertos; era una cosa mucho más íntima…

Cuéntanos más sobre los fumaderos de sustancias “ilícitas” ¿Hacía la Benemérita la vista gorda?Esa escena en Marbella me la inventé.

Según Luis Antonio de Villena llegó a existir una escena en Marbella bohemia, anticuarios gais…

Había esa escena, pero yo no frecuentaba esos ambientes homosexuales. La verdad es que he vivido al margen de esos ambientes: Villena es homosexual y tenía acceso a esos mundos. Lo que me llegaba eran ecos, pero la escena esa de la casa en Marbella me la invento por completo.

¿Solo era posible el colocón a través del alcohol?

Hombre sí. Mi primer porro lo fumé mucho después, en Italia, aunque fue episódico. Pero fumar porros solo lo hago de manera consciente en Katmandú, en 1967.

El año del verano del amor: la fecha perfecta

Bueno, antes había kif. Podías encontrar cigarrillos de kif en las cerilleras, que los traía fundamentalmente la legión. Cuando la legión desfilaba, como lo hacía más rápido que el resto de los ejércitos, el jefe les “daba vida”. Esto significaba que sacan la petaca o fuman el kif a apenas 50 metros de Franco en los desfiles (risas). Eso ya existía en aquella España.

Aunque detesto la palabra drogas, existían en las farmacias anfetaminas. En los boticarios del tiempo podías compras absolutamente de todo. Primero fue la profamina, luego la centramina y por último la dexedrina. De esa tengo una nostalgia, era apoteósica, y te la vendían por cuatro perras en las farmacias. La dexedrina la utilizabas para follar, para estudiar, para jugar toda la noche al dominó y cosas así. La dexedrina es clave en mi vida, en nuestras vidas incluso: lo fue en la vida de Rafael Sánchez Ferlosio, que era un consumidor ilustre.

John Lennon comentaba que cuando los Beatles hacían esas sesiones sin final en Hamburgo estaban puestos de anfetaminas. Se las daban los camareros en los locales.

Todos mis exámenes los hice a base de dexedrina. Yo en una noche de dexedrina me aprendía párrafo a párrafo un manual de derecho natural. Luego se te olvidaba, pero era prodigiosa. Incluso mis recuerdos de mayor excitación sexual: me tiraba toda la noche de dexedrina. Luego iba a la facultad y hacía el examen, para luego salir con una chica, ir al cine o cualquier delirio sexual.

Conociste la Universidad Central de Madrid de Margarita se llama mi amor, 1961, cuando la ciudad universitaria estaba todavía limpia.

Ya. Antes hablábamos de follar, y por aquel tiempo en la Facultad se follaba mucho. Digo “se follaba”, pero quizá no había penetración, pero había otras ochocientas mil cosas previas y paralelas a la penetración. Es más viejo que el mundo: si los chicos y las chicas, si los chicos y los chicos, si las chicas y las chicas siempre han ligado. Ni franquismo, ni comunismo, ni nada: no hay campo para ponerle puertas.

¿Quién era esa misteriosa Laura de la novela? En sus silencios, en sus dudas, parece esconderse una de las mujeres más importantes de tu vida…

En mi vida ha habido muchas mujeres importantes. La “Laura” de la novela fue mi primer matrimonio “por rapto”, ya que no nos llegamos a casar. Esa chica existía: era hermana de una compañera del partido y de la facultad, siendo mucho más joven que yo -ella tenía 18 y yo 22-. Me la encontré en el bar Eldorado, que todavía existe. Era muy parecida a Natalie Wood, con quién estaba fascinado luego de verla en películas.

Mi mujer, acojonada con la tempestad que había provocado, me dice literalmente: 'ahora, para que se olvide todo esto, vete a Torremolinos a follar con suecas'.

Toda tu generación tiene su imaginario en una sala de cine

Mucho. De hecho, la novela es una novela de amor romántica, es el joven Werther a más no poder. La historia concreta es muy novelesca: yo me caso en la cárcel, el matrimonio dura veinte meses y acaba en una enésima pelea que es delirante. Luego me convocan a una reunión de familiar en la cual el malo era yo: me llaman el intelectual bohemio, el borrachín, el trasnochador…

Beatnik, era el término del tiempo

…el beatnik, también. Entonces, mi mujer, acojonada con la tempestad que había provocado, y ya que no quería llegar tan lejos me dice literalmente: “ahora, para que se olvide todo esto, vete a Torremolinos a follar con suecas”.

¿Cómo? ¿Te dijo eso?

Literalmente (risas). Una chica cristiana, de colegio de monjas. Le dije “hombre, me parece una idea de perlas, pero no tengo un duro”. Yo estaba haciendo la mili: me ponía boca abajo un caco y no salía dinero. Ella me llegó a ofrecer capital, pero dije que no y entre pecunia ahorrada de mi familia, pesetas de mis amigos y demás me voy a Torremolinos en autoestop. Se produce esta ruptura, salgo de mi casa para volver a la de mis padres. Eran los últimos días de junio, inicios de julio en Madrid, un calor brutal.

Me voy al bar de Canaletas, que estaba en Cibeles, y con mi amigo Miguel Rubio (el Julio de la novela) se nos sientan al lado dos chicas vestidas de negro (atractivas, pero no guapas) junto a un paracaidista con el uniforme de “paraca”. Nosotros estábamos aburridos y oímos hablar a estas chicas: charlaban del Congo, de África, y luego se levantan y se van a la estación de Atocha. Pagamos y nos vamos detrás de ellas. Entramos en el andén y vemos que se suben a un tren con destino Granada. Y el “paraca” se queda en tierra. Yo le digo a Miguel “vámonos con ellas”. Miguel dice “no tenemos un duro, no tenemos ni el DNI”. Yo “no importa ¡vámonos con ellas!” Y en eso se fue el tren: nos quedamos con el sabor de la cobardía pegado al paladar. Aquella noche convocamos a los amigos, hicimos una colecta -recogimos como cinco duros-, y nos fuimos en autostop. Él y yo hacia el sur; no íbamos a Torremolinos, pero acabamos allí. Llego allí casado y separado: en aquella época no podías estar separado, nadie lo estaba…

¿No estaba Rosa Regàs ya separada?

No, lo de Regàs vino mucho después. ¡Fui el adelantado a todos! Esto era 1960, el pleistoceno. Esta chica, la Laura “misteriosa” que citas, vive. Lo que pasa es que tuvo una hemiplejia, se quedó totalmente paralizada. Entonces, para conquistar esta chavala, que era de buena familia también, lo tenía complicado porque la prevención de una chica con un hombre separado era impensable. Yo a sus ojos era un leproso, no podía ser objeto de amor.

De ahí que yo escriba esta novela: lo hago para conquistarla. Naturalmente, lo logro. Pero un escritor, con un par de sonetillos se apaña; yo escribí una novela entera para superar mi hándicap de hombre separado. La escribo a toda velocidad, en 27 días, a toda hostia, 327 páginas. ¿Cómo se va a resistir a una novela que es el joven Werther? Con esta chica soy novio durante dos años y luego me dan un lectorado en Italia.
Entonces, la familia de esta chica se malicia que va a fugarse conmigo a Italia. Lo cual era cierto. Y le quitan el pasaporte. Me la llevo, entonces, con pasaporte falso: el de Silvia Suárez, que era la hermana de Gonzalo Suárez el director de cine y escritor. El hijo de Gonzalo Torrente Ballester, Gonzalito, había descubierto un gestor en la calle Sainz de Baranda que llevabas un pasaporte y por 1000 pelas te cambiaba la foto.

No parecen haber sido muy buenos los servicios secretos del franquismo detectando identidades falsas: Domingo Malagón permitió a todo el PCE sobrevivir gracias a sus pasaportes falsos

Era así de fácil falsificar. Así me llevo a Laura a Italia: con un pasaporte falso. Entra en Italia llamándose Silvia Suárez, no como en realidad se llamaba. Fíjate la tolerancia que existía con los papeles, sino también a los líos de faldas. Cuando, un año después, me separo de esta chica y encuentro a Caterina Barilli, la madre de mi hija Ayanta, y vuelvo a España la brigada político-social me detiene. Lo hacen en Sol, en la llamada Dirección General de Seguridad -sede de la presidencia regional ahora-, y echan en la mesa el pasaporte de esta chica encima de la mesa: “Mira, Fernando, has falsificado un documento público y te podíamos detener por ello…pero es un lío de faldas y nosotros en líos de faldas no nos metemos”. ¡Y me devuelven el pasaporte! (risas).

Enrique Tierno Galván afirmaba que el franquismo era “un totalitarismo minado por la incompetencia”

Eso es el mal de España, es verdad. Todavía seguimos jodidos por ella. Luego de Caterina, seguí siendo amigo de esta chica misteriosa -se casó con un gran amigo mío- pero es verdad que, en un determinado momento, y eso está en el prólogo, ella no quiso verme más. Hace muchos años que no la veo…

Quiero preguntarte sobre el estilo, que me parece curiosísimo: mezclas narración simple, poco descriptiva, con torrentes de “yo” en cursiva ¿A quién pretendías imitar? Tu estilo posterior tiene poco que ver con esta novela…

Bueno, no sé si tiene poco que ver con mi estilo posterior. Esta novela se ha beneficiado extraordinariamente con aquello que se llama la pátina del tiempo. No soy consciente cuando la escribo de que va a tener una dimensión que ahora sí tiene porque, aparte de ser una apasionada historia de amor, es un retrato de época. Es un retrato de aquel Torremolinos, inaugura la literatura “torremolinense”, la cual ha estudiado Juan Bonilla. Yo no era consciente, también, que era un retrato psicológico de mi generación, aquella del 56, y que se levantó frente al régimen de Franco. Ahora, leída, está gustando mucho. Incluso a mí (risas) ¡Caramba! Tenía una especie de intuición ya en aquella época

¿No crees que los monólogos a lo Joyce enfangan la narración? Son notables piezas de divulgación, pero quizá los momentos más bonitos son aquellos parcos en adjetivos y situados en una frase sin respuesta… (el “yo te amo” que finaliza un capítulo)

Estaban por aquel tiempo muy de moda los monólogos internos a lo Joyce, y sí, seguramente. Era una parte doctrinaria; ahí quería exponer lo que era la ideología de nuestra generación. Son remansos de ese tiempo.

¿No consideras al ex alcalde de Benidorm, Pedro Zaragoza Orts, uno de los mayores benefactores del aperturismo en España? Todas sus descripciones de bañadores, de desnudos, serían imposibles sin su visita en vespa a Franco en 1953

Seguramente: yo conocí a Zaragoza y era una persona muy agradable, muy simpática y abierta, pero a mí me horroriza lo que sucedió luego en Benidorm. Yo, que soy medio alicantino -mi infancia pasó en ese lugar-, y tenía el recuerdo de los nueve años: dos playas maravillosas, impolutas, con unas cuántas casas de pescadores y dos chiringuitos que preparaban paellas. Esa es mi imagen de Benidorm, pero cuando ahora veo turistas, rascacielos, asfalto me quedo horrorizado. Benidorm se convierte para mí en el símbolo de la destrucción de España.

Madrid en los sesenta era un sueño: no había coches, ni yonquis… ¡no había policía!

¿No te sorprende ahora que eres perro viejo la inocencia de la novela? Tiene un aire a filme generacional, en el estilo 'American Graffiti 'o las películas de Rohmer, donde un verano marcará siempre a sus protagonistas…

El verano marca, sobre todo en aquella época. Pesaba más el estío que el invierno, el otoño, que la primavera. Era el periodo de la libertad, cuando no íbamos al cole, era el periodo donde te asomabas al sexo y conocías a las primeras chicas (¡o chicos!). Era el periodo donde te dejaban libre las familias, las playas. Eran lugares libertarios, lugares abiertos. Pero no solo los alicantinos, también los de Soria: Soria me ha marcado. Me marcaba la playa, el litoral, y también el interior.

La ciudad era opresiva, aunque hasta cierto punto: tú no sabes lo que era Madrid. La capital era un sueño, ya que no había coches, yonquis… ¡no había policía! Era una ciudad limpísima: se regaba todos los días. No sé donde salía tanta agua, chorros enteros, y estaban las calles como para tomar sopa en ellas. Y bueno, el sexo, había sexo por todas partes: que si putas, que si maricones, cines donde pasaba de todo. Era Sodoma y Gomorra.

Es el Madrid de la coctelería Chicote y los actores…

Exacto. Café Gijón, Sésamo, Chicote y todo ese mundo. Cuando llegaban los periodistas extranjeros, que nosotros los acogíamos, y venían a contar "los horrores del Madrid franquista" se quedaban asombrados. “En esta ciudad todo el mundo hace lo que le da la gana y no hay policía”. ¡Y era verdad! Habría policía secreta, pero policía, policía no la veías…

Es interesante la generación de los 50, anterior al mundo Costa Fleming, porque es la primera que ve un boom económico en España a inicios de los 60

Es verdad. Quizá circulaba el dinero porque España era uno de los países más baratos del mundo: no te puedes imaginas cómo costaba casi todo cuatro perras. Costa Fleming no me pilla, yo salía por la calle Ballesta y te codeabas con la bohemia madrileña, las putas, etcétera. La gente era correcta, simpatiquísima, y no tenía esta agriedad que hay ahora que puede haber en los botellones. De hecho, no había botellones: todo el mundo era más educado y culto.

¿Eras tan intenso como parece en esta novela? La inocencia en ocasiones roza un poco la carcajada. Recuerda a una obra de Umbral primeriza, “Si hubiéramos sabido que el amor era eso” …

Hombre…

Estabais todos “contaminados” por la literatura

Especialmente yo: me llamaban el principito porque todo lo aprendía en los libros. No es una casualidad que durante cincuenta años me haya dedicado a hacer programas de libros en radio, televisión; por todas partes. En mi casa de Soria, en Castilfrío de la Sierra, está probablemente la mayor biblioteca privada del mundo: tengo 120.000 ejemplares ¡nadie tiene eso en el mundo!

¿A quién la vas a donar si te pasa algo?

Estoy intentando hacer con esos libros la primera pirámide de libros de la historia de la humanidad, estoy intentando tener negociaciones con empresarios importantes sobre esto. ¡Quiero ser como Keops y que me entierren dentro!

Un monumento duchampiano

Es una obra de ingeniería como es debido: con las portadas vitrificadas y que sea una biblioteca abierta al público y dentro una hornacina donde yo me momifico con mis gatos; el faraón de los libros. Tendría visitas de dos millones de chinos al año (risas). Dejo a toda mi descendencia colocada, pero hay que hacerlo a pachas con un empresario (hay que hacerlo bien). Hay que invertir un dinero, que, por supuesto no tengo, pero la mitad sería para el emprendedor y la otra para mí y para mis hijos. Esto es un delirio, es una fábula literaria, pero a veces estas cosas salen: a un euro, dos euros, turista por visita tu fíjate…

Recuerda al final de Patrimonio Nacional de Berlanga y Azcona: “Marqués de Leguineche and son, end of the saga”. Quiero volver al libro ¿Has pensado esta novela como una obra política a favor del divorcio? Es la cadena al cuello que le impide ser feliz al protagonista…

Martirio al inicio, pero poco a poco te vas dando cuenta que era una protección contra el suplicio. Gracias a que de ese primer matrimonio no me pude divorciar, mi mujer se fue a Suecia, se hizo sueca y se divorció allí; yo era español y no podía hacerlo. Me he divorciado, yo que sé, como cuarenta años después. Gracias a eso en lugar de meterme en 77 líos conyugales, me he metido en siete. Ese matrimonio era como un freno… ¡no era tan malo como parecía!

Voy a citar una contraposición en la novela. En ella se comenta que la “moral cristiana” acaba en Despeñaperros ¿era tanta la diferencia entre el interior y la costa en el trato de pareja? En toda su generación, en los filmes de Saura o Berlanga, el choque es frontal

Ahí estoy haciendo una referencia al mundo musulmán, al sur, que siempre ha sido más tolerante frente al rigor de Castilla. Aunque yo no recuerdo una España donde hubiera una represión de la sexualidad, aunque en ocasiones, por ejemplo, podía estar metiéndome mano con una chica en el Retiro y un par de guardias te llamaban la atención. Eran episodios mínimos. Ahora, me sorprendo muchísimo al volver con Caterina, la madre de Ayanta, y entrar en un hotel de Málaga donde nos piden que demostremos que estamos casados. No nos alojaron y es la primera vez que me pasó esto. Y ese era un lugar más liberal, en el año 1962.

En un catálogo sobre escritores que hacen los socialistas para la Feria de Frankfurt de 1991 no figurábamos ni Sánchez Ferlosio, ni Antonio Gala, ni Buero Vallejo…

En la obra se cita con admiración los escritores literarios del viejo ABC de los años 50…

Era el periódico que se leía en mi familia, como en muchas familias del barrio de Salamanca: lo metían debajo de la puerta. Yo me despertaba y lo primero que hacía era leer el periódico. Luego salía y me compraba el periódico literario, camino de la universidad. ¿Sabes cuál era?

¿Cuál?

El Arriba. Las mejores plumas en castellano escribían en el diario falangista: Rafael García Serrano, Salvador Jiménez, Jaime Campmany…Los herederos de José Antonio, en general todos epígonos de la prosa alambicada de Valle-Inclán. Es el mundo de Las armas y las letras de Andrés Trapiello
También Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Jacinto Miquelarena. Giménez Caballero los educó a todos con La Gaceta Literaria. De hecho, él lleva la bandera de la CNT a la Falange: la bandera del sindicato es la de ese partido. Es la misma bandera, pero le añade el yugo y las flechas. Nunca se perdió el contacto entre anarquistas y falangistas.

Carlos Saura contaba que sus películas críticas con el franquismo eran protegidas por falangistas rebotados

Todo el movimiento que hicimos en el año 56 es porque los falangistas nos permitieron hacer el congreso. ¡A mí me llegaron a ofrecer el cargo de delegado nacional de cultura de Falange cuando yo era un público y notorio comunista! (risas).

De todos los fascismos europeos el que dio mejor literatura puede que fuera el español

Italia dio buenos escritores, también: D’Annunzio, Curzio Malaparte, etcétera

¿De verdad encontraste un libro de Rafael Alberti en la mesilla de un hostal en 1960? Podrías haber sido procesado

Sí. Sonríe China, se llamaba.

Estuve buscando referencias de ese libro y es una especie de libro de viajes donde Alberti y su mujer “volaban” con el primer comunismo chino

Él viajó a China y escribió ese libro. Tuve mucha relación con Alberti, en Roma…

¿Cuántos amigos te sobreviven de aquel tiempo? ¿Qué fue de Laura, Julio o Joaquín?

Laura, ya te he dicho, vive: se casó con un amigo mío, estuvo en China y fue muy aventurera. Julio, Miguel Rubio, es un cineasta y estuvo vinculado al grupo de Juan Cobos, además de colaborar con Orson Welles. No sé si sigue vivo. Vive también el realizador Gonzalo Suárez, que aparece en la novela.

¿Qué queda de esa Costa del Sol feliz, un poco rural, y sus bares ahora? ¿Los hoteles Eurobuilding destruyeron el encanto de esas localidades?

No queda nada. Nada. No solo en la costa del sol, no queda nada en España. Me paseo por Madrid, por la calle Lope de Rueda -la he evocado en uno de mis libros-, y no queda nada. Ha cambiado todo por completo. España es un país vesánico que autodestruye constantemente todo. En París quedan incluso las puertas art déco de los metros; aquí se lo cargan todo, parece que el español se odia a sí mismo. Por eso hay tantas guerras civiles en España: es una herencia africana. Eso que se decía de “África empieza en los Pirineos” es que es verdad: hay un tribalismo, las guerras púnicas se libran aquí con naturales de la península, y es el país del mundo con más guerras civiles (es un frío dato objetivo). Ahora estamos igual, pero afortunadamente sin pistoleros en las calles: el espíritu guerracivilista está igual. A mi padre, el mejor periodista de su generación, lo matan en Burgos.

Escribiste una biografía sobre esto…

Cuando empezaron con toda esta macana de rescatar a los muertos, abrir tumbas o hacer propaganda aparece en un pueblo de Burgos una tumba con 27 cadáveres. Dos de ellos parecen coincidir las fechas con mi padre y un amigo suyo, los dos asesinados en esa ciudad en 1936. Ellos llegan a la conclusión de que uno de los cuerpos es de mi padre y me digo “vamos a investigar”. Necesitan el ADN, vienen a mi casa y les doy un rastro de mi saliva. Pasan los meses y no dan señales de vida y mi novia, luego de este tiempo, se pone en contacto con ellos mientras grabamos la conversación. El responsable de esa investigación nos dice: “el nombre de Sánchez Dragó no es cómodo para nosotros y hemos decidido parar la averiguación”.

Es absolutamente miserable esa respuesta

Es la hostia. Es ese sectarismo brutal que tiene la izquierda en España y que la derecha no lo ha tenido.

¿No crees que ese sectarismo ha jugado en tu contra a la hora de juzgarte no solo como novelista, sino en algo más indiscutible como tu faceta de divulgador literario?

Evidentemente. No voy a autojuzgarme como escritor, eso lo harán los lectores o la posteridad, pero te puedo contar anécdotas estremecedoras sobre esto. En un catálogo que hicieron para la Feria de Frankfurt del libro en el año 1991 sobre escritores españoles, en un gobierno socialista, no figurábamos ni Sánchez Ferlosio, ni Antonio Gala, ni Buero Vallejo

Buero Vallejo estuvo años en las cárceles de Franco

R: …ni yo. A Buero le dieron el premio Lope de Vega en la cárcel en 1948. Cuando yo estaba en la cárcel jamás tomaron represalias académicas contra ninguno: nos llevaban a examinar a las universidades. Más aún, les mantenían el trabajo y el sueldo todo el tiempo que estuvieran encerrados. Pude conseguir un puesto de lectorado en Italia a pesar de mi militancia política, de hecho

Hay una divisa en la novela que casi resume tu vida: “Hay mucha gente que nace vieja. Y lo contrario: viejos que mueren jóvenes” ¿Sigue siendo válida para ti ahora?

R: Sí, tengo un hijo de nueve años y una novia de 28 años (risas). Yo trabajo 12 horas al día, 365 días al año. Soy un trabajador de la literatura y la gente no se lo puede creer. A lo mejor me muero ahora nada más salir, es lo que pasa a los 85 años, pero hasta ahora, chico, hasta aquí hemos llegado.

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