Antes de cantar la primera nota, ya quedó clara la capacidad de Joan Manuel Serrat para coser a las dos Españas. En el sector 304 del Palau San Jordi (Barcelona) cuchicheaban Arcadi Espada y Cayetana Álvarez de Toledo vestida de 'brilli brilli', mientras los móviles zumbaban informando de que por distintas partes del recinto se veía a personalidades tan distintas como Jordi Évole, Tricicle, Isabel Coixet, Ada Colau, Carles Puyol, Ismael Serrano y Marina Rossell.
Lleno hasta la bandera y actitud de respeto reverencial, que el artista rebajó en los primeros minutos diciendo que esta era una despedida escogida y que aspiraba a bajar el telón "sin melancolía ni nostalgia". Aplauso general cuando se reconoce a Miquel Iceta, ministro de Cultura, que solo fue eclipsado por la noticia de que Pedro Sánchez había movilizado el Falcon para asistir al recital (no solo de The Killers vive nuestro presidente más hípster). Que ambos acudieran esta noche les honra porque se retiraba uno de los nombres más grandes de la música popular en nuestro idioma.
Aunque en el noventa y nueve por ciento de este concierto se dirija al público en catalán, resulta emocionante lo que Serrat ha hecho por la difusión de la poesía en castellano. ¿En qué otro contexto de nuestras vidas podríamos escuchar a casi 18.000 personas cantar a pleno pulmón a Antonio Machado y Miguel Hernánez? Los "Cantares" del primero suenan a catarsis vitalista y las "Nanas de la cebolla" son el punto más emocionante del recital. "Tu risa me hace libre/ me pone alas/ soledades me quita/ cárcel me arranca", recita Serrat con su voz de cuasi-octogenario, emocionando a cualquier padre que se enfrente a la separación física impuesta.
Reescuchando a Serrat se revive la historia de España, por algo ha sido un nombre central entre 1965 y 2022. Si alguien lo duda, arranca el recital con "Temps era temps", por donde desfilan Elena Francis, el estraperlo, Quintero, León y Quiroga, el oro de Moscú, Kubala, la Metro Goldwyn Mayer y las clases Formación del Espíritu Nacional. Luego llegan otros versos inmortales: "por la mañana el rocío, al mediodía el calor/por la tarde los mosquitos, no quiero ser labrador", con los que adorna "Cançó de bressol". Serrat también es España en la indumentaria que escoge para su último baile: riguroso negro excepto una chaqueta azulada con unas flores que parecen el estampado del sillón más horroroso de tu abuela, todo un desafío a la ciudad donde más se aprecia la modernidad y el diseño.
Serrat antielitista
Por supuesto, sonó "Mediterráneo" por última vez, pero no fue más catártica ni celebrada que "La tieta", donde se retrata a esas mujeres que pasan la vida medio solas preocupándose por los demás. Ese cantar a personas que pocos tienen en cuenta (la tía soltera, los migrantes que arriesgan su vida en cada viaje, a los que hace referencia en sus discursos sobre "Mediterráneo") dice mucho de un superventas que podría cantar sobre cualquier otra cosa mucho más frívola (como siempre hizo su amigo Joaquín Sabina).
Luego cayeron "Para la libertad", con visuales de Banksy y el muro de Palestina y "Hoy puede ser un gran día" con una sucesión de giocondas (punki, porrera, borracha, culé...) más propias de un show de Melendi. Mencionó a su abuelo y a Josep Lluís Nuñez antes de una versión muy sentida de "Pueblo blanco", aunque más descarnada sonó "Algo personal", un escupitajo en la cara de las poderosos que viven desconectados de quienes sufren sus decisiones.
Serrat cose brechas políticas y territoriales, recordando que a los españoles siempre nos ha unido mucho más de lo que nos separa
"Siento que os he decepcionado en dos cosas: no he llorado esta noche y no habéis cantado mucho", bromeó. Cerró el concierto con versión apoteósica de "Fiesta", le llegue o no la voz a donde llegaba antes. Luego volvió entre una tormenta de aplausos para dedicar su última canción a la familia y sus tres amigos más cercanos, los que quedan alrededor cuando en la vida "pintan bastos" (citó por nombres y apellidos a Salvador Escamilla, Quico Sabaté y Joan Ollé).
Puso el broche de verdad con "Una guitarra", donde explica cómo le cambió la vida el regalo que le hicieron a los dieciséis años y que él empezaba a descubrir con "manos que me temblaban". Como en las grandes ocasiones, la guitarra concreta que sostenía le falló después de la primera estrofa y tuvo que parar su último bis para dejar el escenario y coger otra. Esta vez salió perfecto y el Sant Jordi le despidió con ocho minutos de aplausos. El público seguía en pie y solo cuando pusieron jazz por megafonía empezaron a desfilar hacia casa.
Hay que decir que la noche fue casi primaveral y muchos de los miles de asistentes acudieron y se fueron del recinto caminando por las cuestas de Montjuic, como asistiendo a una romería. Mezclarse entre ellos y escucharles fue toda una experiencia, ya que unas hablaban de novios de los setenta, otros de aulas embobadas cuando les explicaban poesía con un disco de Serrat o a dos amigos mayores analizaban como Serrat había dispuesto el repertorio de tal manera que a cada canción animada le siguiesen dos tranquilas para recuperar el resuello.
El concierto de anoche se retransmitió en vivo por TV3, mientras que en Navidad Televisión Española emitirá la última noche de Serrat en Madrid. ¿No hubiera sido mejor que TV3 emitiese el concierto de Madrid y TVE el de la ciudad condal? Da lo mismo: Serrat cose brechas políticas y territoriales, recordándonos que a los españoles siempre nos ha unido más de lo que nos separa, entre otras cosas el temperamento, las ganas de vivir y ciertos poemas que seguramente ya sean inmortales.
FDP
¡Que alivio!.
Yorick
Serrat no ha hecho nada que merezca la pena en los últimos 50 años. Y si lo ha hecho, yo no lo he oído.
Luzmasluz
¿Por qué fue tan grande Serrat?. Desde luego, no por su chorro de voz... Pero... por unas cosas y/o por otras, la casualidad también juega: la bola se fue haciendo grande, grande, y hasta aquí llegó... Serrat empezaba cuando llegué a Barcelona... ¡Qué rumbos tan distintos! Convergemos...