Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, recordó en su último discurso a la pensadora católica y antielitista Simone Weil: “Ante la imposibilidad de que el ser humano se convierta en cosa y las duras condiciones del trabajo fabril, exclamaba su deseo de poder dejar el alma en una caja y recogerla a la salida, pero no es posible, el alma se lleva al taller”, explicaba Díaz en el Parlamento. Luego completó el alegato en Twitter, añadiendo que “el trabajo humano es inescindible de la persona que lo presta y nuestras relaciones laborales deberán actualizar la divisa de la OIT, según la cual ‘el trabajo no es una mercancía’”. ¿Por qué una política de tradición comunista tiene interés en esta filósofa francesa que buscó una militancia cercana a la santidad?
Antes de responder, conviene mencionar que Weil también interesa a las nuevas derechas radicales, por ejemplo a la joven Marion Marèchal, nieta de Jean Marine Le-Pen y principal candidata para heredar el trono de la derecha francesa. “Hay una frase de la filósofa Simone Weil que afirma que ‘el desenraizamiento destruye todo salvo el deseo de pertenencia’. Hemos llegado a un momento en el que existe un sentimiento de carencia de raíces porque a la gente se le ha desposeído de su Historia, o como mínimo, se le ha encerrado en una forma de arrepentimiento que hace que muchas personas se sientan desposeídas de una herencia material e inmaterial que les pertenece. Porque se culpabiliza toda forma de vínculo, también el ligado a la cultura y a la identidad”, señalaba en una entrevista reciente con el diario digital español El Confidencial.
Se tiene la sensación de ser como los niños a quienes la madre da cuentas de collar para que las ensarten prometiéndoles caramelos”, escribía Weil en La condición obrera
A pesar de su enorme talento académico, Weil buscaba compartir las condiciones de los obreros de su época, así que ingresó en diversas fábricas metalúrgicas (sobre todo, Alsthom y Renault), entre diciembre de 1934 y agosto de 1935. Allí fue explotada intensamente, con jornadas a destajo que la dejaban exhausta. No es una exageración, ya que su estado llegó al extremo de sentirse indigna del autobús que la devolvía a casa. “¿Cómo yo, la esclava, puedo subir a este autobús y usarlo por mis cuatro perras con el mismo derecho que cualquier otro? ¡Qué favor extraordinario! Si me hicieran bajar brutalmente diciéndome que estos medios de locomoción tan cómodos no son para mí, que debo ir a pie, yo creo que me parecería lo más natural. La esclavitud me ha hecho perder completamente el sentimiento de tener derechos. Me parece un favor disponer de momentos en que no tenga que soportar nada de la brutalidad humana. Estos momentos son como sonrisas del cielo, un don del azar. Esperemos que conserve este talante tan razonable”, escribía en un texto de 1957. Al llegar a su habitación, se lanzaba sobre la revista de lujo Elle con la ansiedad de un drogadicto sobre su dosis de cocaína, confesaba.
La devastación del desempleo
¿Cuál era el pensamiento laboral de Weil? Una visión mística, sensata y bien hilada, que consiste en devolver el sentido a nuestra actividad. Podemos encontrar una buena introducción en el texto de dieciocho páginas Simone Weil y la libertad por medio del trabajo, firmado por el académico chileno David Solís Nova. “La gran herida por la que siguen sangrando los trabajadores, incluso ya instalado el comunismo, es la separación entre trabajo manual y trabajo intelectual”, explica. Dicho en las palabras de la pensadora: “La ignorancia total de aquello en lo que trabajamos es excesivamente desmoralizante. No se tiene la sensación de que un producto resulte de los esfuerzos que ha costado. No se siente uno en absoluto entre sus autores. Tampoco se ve ninguna relación entre el trabajo y el salario. La actividad parece arbitrariamente impuesta y arbitrariamente retribuida. Se tiene la sensación de ser un poco como los niños a quienes la madre, para tenerlos tranquilos, les da cuentas de collar para que las ensarten prometiéndoles caramelos”, escribía en La condición obrera (1951).
Se trata de rehumanizar el trabajo, pero también de revalorizarlo como crucial para el desarrollo humano. ¿Cuál es su imagen del empleo alienante? “Un equipo de trabajadores en cadena vigilados por un capataz es un triste espectáculo; en cambio es hermoso ver un puñado de albañiles, detenidos por una dificultad, reflexionar cada uno por su lado, indicar diversos medios de acción, y aplicar unánimemente el método concebido por uno de ellos, el cual puede indiferentemente tener o no autoridad oficial sobre los demás. En tales momentos, aparece casi pura la imagen de una colectividad libre. La unión del marinero y su barco es la unión de la voluntad humana y la materia hasta el punto en que el trabajador se siente dominando la materia y generando desde ella algo nuevo, una verdadera producción con el sello de su corazón y de su historia”, resume Solís Nova. “Hay en el trabajo una grandeza cuyo equivalente no se puede encontrar ni siquiera en las formas superiores de la vida ociosa”, resume Weil en la obra citada.
Ninguna prosperidad salvará a las generaciones que han pasado su juventud en una ociosidad más extenuaste que el trabajo", profetizaba
Entender por completo la cosmovisión política de Weil requiere subir un peldaño. Para ello podemos recurrir a la antología Libertad y opresión, publicada el pasado otoño por Página Indómita, una de las editoriales españolas de referencia en pensamiento político. Weil fue miliciana del ejército republicano español, pero supo reconocer las atrocidades de ambos bandos, hasta el punto de llegar a la conclusión de que el fascismo y el comunismo son rechazables por su dinámica de “un partido político en el poder y todos los demás en la cárcel”. Sobre el capitalismo, escribe que “los tecnócratas norteamericanos han dibujado una imagen encantadora de una sociedad en la que, suprimido el mercado, los técnicos serían todopoderosos y usarían su poder de tal manera que daría a todos el mayor ocio y el mayor bienestar posible. Esta concepción, por su carácter utópico, recuerda al despotismo ilustrado que tanto apreciaban nuestros ancestros”, destaca.
Otro párrafo demoledor, relevante para nuestra situación actual: “Si bien el desempleo ha exterminado menos hombres que la guerra, ha producido un abatimiento más profundo, reduciendo a grandes masas obreras, y en particular a toda la juventud, a una condición de parásitos que, a fuerza de prolongarse, ha terminado por parecer definitiva para quienes la sufren. Los obreros que han seguido en las empresas han terminado por pensar que el trabajo que realizan no es una actividad indispensable para la producción, sino un favor concedido por la empresa”, lamenta. “Por tanto, el desempleo, allí donde está más extendido, termina reduciendo al proletariado entero a un estado mental parasitario. Sin duda, la prosperidad puede retornar, pero ninguna prosperidad salvará a las generaciones que han pasado su juventud en una ociosidad más extenuante que el trabajo, ni preservará a las generaciones siguientes de una nueva crisis o de una nueva guerra”. ¿Les suena aplicable a nuestro tiempo?
Miguel
Posiblemente Simone Weibo es, con Albert Camus, la más honrada intelectual del siglo XX, tan pleno de sectarios intelectuales. Como dice la Sra. Ministra, Simone Weil era anticapitalista porque entendía el proceso de alienación y sus consecuencias. Y lo vivió desde la experiencia no a través de las discusiones en cafés de la Rive gaucha como tantos intelectuales de a época. Pero seguramente la Sra. Ministra que utiliza a S. Weil con el desparpajo de neófita, nomestaría dispuesta a repetir su desesperación ante la brutalidad de las tropas republicanas en el frente aragonés. Ella, pacifista, antimilitarista,fue de las primeras que vinieron a España a luchar por la causa republicana, por los pobres como repite en varias ocasiones, no como periodista o como visitante de trincheras como tantos otros, sino integrada en una columna anarquista en el frente aragonés como nadie combatiente más. En agosto de 1936, se suma a una incursión en el lado del Ebro ocupado por los todavía no “nacionales”, siente que puede ser apresada por lo sublevados y hace la siguiente reflexión “yo me tumbo de espaldas, miro las hojas, el cielo azul. Es un día precioso. Si me cogen me matan. Pero me lo merezco. Los nuestros han derramado demasiado sangre. Soy moralmente cómplice”. Había asistido, escuchado jactarse de demasiados fusilamientos en aquellas febriles semanas de julio y agosto de 1936, cuando entre Barcelona y Huesca la crueldad imperó sin freno. Una grave quemadura accidental le apartó del frente y pocas semanas después, tras la intervención de su padre, abandonó España. De no haberlo hecho, su honradez le hubiera llevado tal vez al paredón “de los suyos”, como le pudo pasar a Orwell solo unos meses más tarde. A Simone Weil no se le debe trocear como hace la Sra. Ministra, que no creo fuera capaz de repetir las palabras que le dictó la recta conciencia de revolucionaria honrada ante las atrocidades de los republicanos, ahora elevados a altar de la democracia más virginal, gracias a una memoria qué, por sesgada, no puede ser democrática.
Jack Fernandez
Cuando se darán cuenta estos progres, que el socialismo es una mala parodia del cristianismo. La belleza salvará el mundo y lo demás tonterías
vicente sorribes
me gustaría comentarlo con el autor, siempre he considerado a Hannah Arendt y Simone Weil como las grandes humanistas del siglo veinte.Ojala volvieramos la vista a sus escritos , sus reflexiones llegan al alma humana ,son cuál cuchillos que nos separan de lo banal y nos sitúan sobre el sentido del ser. gracias por su articulo
Minority Report
En España se alistó en la columna Durruti muy feliz, hasta que vio como los rojos asesinaban a un sacerdote y a un joven falangista adolescente al que intentaron adoctrinar sin conseguirlo. Posteriormente, tanto los nazis como De Gaulle consideraron que estaba loca. ¿Cuantos puestos de trabajo digno creó esta filósofa burguesa comunista?