Cultura

El temporal que casi acaba con la vida de Juana la loca y Felipe el Hermoso

En enero de 1506 un temporal casi hunde el barco en el que viajaban los reyes castellanos poco después de la muerte de Isabel la Católica

  • Juana la Loca velando el cadáver de Felipe el Hermoso, de Francisco Pradilla.

Los nuevos reyes de la que se estaba erigiendo como principal potencia europea y mundial se abrazaban aterrados y ateridos en la popa de un barco. Uno juraba a los santos y la virgen ofrendas en kilos de plata, mientras que la otra se ataviaba con sus mejores joyas para ser reconocida y enterrada adecuadamente. Una flota de cuarenta navíos estaba tropezando una y otra vez en el Canal de la Mancha con un fuerte temporal que, en un momento decisivo de la historia hispana, estuvo a punto de acabar con la vida de Juana I, apodada “la loca” y Felipe I, “el Hermoso". Durante nueve días, no se supo nada del paradero de los jóvenes reyes castellanos. 

Desde noviembre de 1505, la Concordia de Salamanca trataba de apaciguar la difícil sucesión tras la muerte de la reina Isabel, ocurrida justo un año antes, y que había enfrentado a Fernando el Católico con su hija y su yerno. Mediante el acuerdo salmantino, Fernando, Felipe y Juana se convertían en gobernantes de Castilla. Juana y Felipe como reyes propietarios del reino, y Fernando el católico como gobernador perpetuo. 

Si en épocas de DANA no es muy prudente coger el coche, en enero de 1506, a los jóvenes reyes castellanos les tendrían que haber saltado en sus móviles todas las alertas de emergencia por temporal. Pero como hombres medievales que eran, sabían que nunca había sido recomendable dejar un trono desierto y un reino sin rey, más cuando tenían al enemigo tan cerca.

Lucha por Castilla

En el momento de la firma de Salamanca, Juana y Felipe se encontraban en Flandes (actual Países Bajos), lugar de origen de Felipe. Un gélido temporal asoló Europa congelando ríos desde el Támesis hasta el Tormes. El 10 de enero, los reyes embarcaron en la carraca Julienne. La inquietud por tomar las riendas de Castilla superaba el temor a las olas y truenos y querían prestar y recibir juramento en las Cortes de Castilla y negociar con Fernando, antes de asentar su propio gobierno.

La flota partió desde la tierra natal de Felipe, compuesta por 40 barcos que transportaban cerca de 2.000 soldados alemanes, se dispersó y a las pocas horas, algunas barcas encallaron en las costas de Cornualles.

La nave de los reyes aguantó en mar abierto y se adentró en una impenetrable tiniebla, antes de ser zarandeada por vientos atroces que le hicieron cambiar de rumbo. Una semana después de partir, nadie sabía nada del estado de la pareja real.

Mostró allí la reina ánimo varonil, porque diciendole el rey que no escaparían, se vistió ricamente y se cargó de dineros para ser conocida y enterrada

Desesperación ante el naufragio

Los testimonios sobre lo que ocurrió a bordo de la nave real difieren aunque coinciden en algunos aspectos como los incendios que sufrió la carraca. También concuerdan algunas cartas "entre lágrimas" en las escenas de Juana y Felipe abrazados esperando y preparándose para la muerte. Las fuentes españolas destacan la entereza de la reina: “Mostró allí la reina ánimo varonil, porque diciendole el rey que no escaparían, se vistió ricamente y se cargó de dineros para ser conocida y enterrada”.

En tan crítica hora, también llegó el momento de las ofrendas y promesas a la Virgen o Santiago, Felipe llegó a prometer más del doble de su peso en plata. Según apunta César Cervera en Los reyes católicos y sus locuras, Felipe también se cosió al cuerpo un gran odre hinchado con una inscripción a la espalda que decía "Rey don Philipe", para que le sirviera como salvavidas o, como las joyas de su mujer, como identificativo en caso de ahogamiento. Como señala Gillian Beatrice Fleming, que recoge los testimonios de este pasaje, Isabel era una experimentada marinera, a diferencia de Felipe y la mayor parte de la Corte.

El barcó abordó en Melcombe, algo al norte de la isla de Portland, entre el 16 y el 17 de enero con otros dos barcos más. Los ingleses que vieron llegar a la nave española imaginaron un nuevo ataque francés y confundieron la carraca real con la avanzadilla de una flota gala. Sanos y salvos, los reyes se reunieron con el rey inglés Enrique VII en Windsor, primer monarca de casa Tudor que acababa de asentarse en el poder tras vencer en la guerra civil que había enfrentado a la Casa Lancaster y la Casa de York. 

Ironías de la vida, después de sobrevivir a esta marejada, en septiembre de ese mismo año y ya en Castilla, Felipe, de 28 años, murió súbitamente, según la leyenda por la ingesta de una jarra de agua fría después de una jornada de deporte. Aunque la peste o incluso un envenenamiento se apuntan como motivos más probables.

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