Sexo, nihilismo y asco máximo ante los chanchullos culturales. Este podría ser el resumen de ‘La fórmula del bestseller’, novela de Santiago Alonso Buers que destripa los entresijos del mundillo editorial y académico en España. “Debía de tomar una decisión crucial: ser un sumiso comemierda del sistema o arriesgarme a un futuro de desempleo y trabajo precario por apostar a mi última carta”, explica el protagonista en uno de los momentos más tensos de la trama. Nacido en 1988, Buers sigue el camino que tan bien sirvió a Michel Houellebecq: utilizar los formatos de las novelas de éxito para luego inyectar más sustancia cultural de la que estos suelen regalarnos. Con una prosa clara, cruda y al grano, solo necesita 137 páginas para dibujar un mapa de los principales barrancos de nuestro sistema educativo y nuestra industria editorial. ¿Veremos alguna vez un intento de enderezarla? Es dudoso, pero podemos consolarnos con esta entretenida batalla de ficción.
Su novela denuncia la corrupción en la universidad y la industria cultural. ¿Cuáles diría que son las peores consecuencias de este problema?
Siento la necesidad de escribir este libro tras los escándalos políticos como el caso ERE con el PSOE en Andalucía y el caso Gürtel y la financiación irregular que hubo en el PP. Me di cuenta que salían a la luz todo tipo de casos de corrupción política y sin embargo no se estaba hablando nada de la corrupción de la industria cultural, que es donde considero que más se da. Justo mientras lo estaba escribiendo se hizo público el tema de los másteres fantasma en la Universidad Rey Juan Carlos con Cristina Cifuentes, el plagio de la tesis de Pedro Sánchez y todo lo demás. Creo que esto no hizo más que confirmar la tesis del libro. La universidades, que en nuestro país se han convertido en empresas que venden títulos caros con cada vez menor valor de mercado, tienen una estructura feudal que no premia el mérito entre sus docentes porque no hay un concurso público nacional de oposiciones para ejercer en ellas como tal. Funcionan por cooptaciones, es decir, plazas creadas 'ad hoc', destinadas a una persona en concreto por favoritismo. Esto da lugar a que los docentes no sean
El texto señala que muchos autores han denunciado ya con pruebas la condición de timo del premio Planeta. ¿Por qué cree que no ha servido para nada?
Mi libro es una novela, así que no todo lo que digo es verdad, sino que utilizo recursos para hacer el texto más atractivo al lector. En los capítulos se entremezclan realidad y ficción. Creo, por eso, que en la reseña de Forolibro acierta quien compara mi libro con series como 'Narcos', ya que me permito algunas licencias que atentan contra la verdad histórica. No obstante, es cierto que Juan Marsé -en su libro de memorias- denuncia la corrupción del Planeta, que comprobó siendo el miembro más importante del jurado. Jaime Baily se enfadó con él porque en el 2005 le dan el premio a Maria de la Pau Janer cuando todo indicaba -porque se lo habían encargado- que se lo iban a dar a él. Por último, tanto Fernando Sánchez Dragó como Juan Manuel de Prada han admitido públicamente haber ganado el Planeta con sus peores libros. Es decir, que cuando ya tienes fama y eres una garantía de ventas, es cuando en Planeta están dispuestos a darte un premio, ya sea en condición de ganador o de finalista. Que todo esto haya salido a la luz no ha servido de nada porque es una empresa con mucho poder e influencia cultural apoyada por las cloacas del sistema.
Juan Luis Cebrián es un nefasto novelista que trató de despedir a críticos y periodistas por dar su opinión y cumplir con su deber
¿Qué otras formas de corrupción encuentra en la industria editorial?
Me parece escandalosa la censura: por ejemplo, ciertos críticos literarios de 'El País' se vieron presionados hace años para no hacer críticas desfavorables de novelas de Alfaguara porque este periódico pertenecía al mismo conglomerado (PRISA) que la editorial. Pero esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que al frente de todo estaba un nefasto novelista como Juan Luis Cebrián, que trató de despedir a críticos y periodistas por dar su opinión y cumplir con su deber.
En su libro flota cierta sensación de que en España la literatura ha muerto. ¿Es eso lo que piensa? ¿Cómo fue el proceso para que esto ocurriera?
Por la evolución de Internet y las nuevas tecnologías la literatura ha perdido el papel que tenía. Las nuevas generaciones están acostumbradas a los videoclips, YouTube y los videojuegos, que cada vez son más sofisticados. El esfuerzo y la capacidad de concentración que requiere leer un libro ya no se la toma casi nadie. ¿Para qué tomarme la molestia de leerme un libro si en cuestión de segundos tengo acceso gratis a cualquier tipo de información en la que estoy interesado a través de Google? El segundo problema es la democratización del arte. El hecho de que cualquiera puede publicar una opinión sobre cualquier cosa en una red social – y lo que es peor – verse con la autoridad de hacerlo, hace que cada vez sea más difícil distinguir entre la calidad y la morralla. Hay ya mas “escritores” que lectores. Por último, en el caso concreto de España, la culpa ha sido de que las editoriales y los negocios editoriales han estado mucho más interesados en hacer dinero que en producir cultura.
¿No es esta tesis un poco exagerada?
Puede ser, ya que las cosas no se destruyen sino que se transforman. Las personas sentimos la necesidad, desde los juglares y los cantares de gesta, de que nos cuenten historias. Sin embargo, ha muerto la forma tradicional como la concebíamos. Desde ahora el escritor que podrá vivir de su trabajo será aquel que sea capaz de vender sus novelas para la adaptación a series y películas en plataformas streaming como Netflix, HBO, Fullscreen, Amazon Prime… El buen guionista será el que salga mejor parado.
El protagonista de su novela dice que “escribir es un oficio de samurais”. ¿Así lo afronta usted?
Paul Valéry dijo, cargando las tintas, que con buenos sentimientos solo se hace mala literatura. Yo creo que una de las funciones de esta es alertar a la sociedad y anticiparse a los acontecimientos. Para mí escribir significa transgredir; lo contrario a la corrección política. Por eso me gustan novelas como 'Sumisión' de Houellebecq, libros visionarios que no solamente son capaces de capturar el ‘zeitgeist’ de una época sino que también son anticipadores o visionarios. Como la literatura es un arte mi enfoque es artístico, nace de la inspiración. Nunca me supone un trabajo ni un esfuerzo. Es algo difícil de explicar y de entender puesto a que creo que en cada escritor es diferente, pero en mi caso tengo que sentir la necesidad de hacerlo. Hay un momento en el que me llega una idea que me persigue y obsesiona, es entonces cuando no me queda otro remedio que sentarme a escribir y desde ese momento hasta que termino el libro no me interesa ninguna otra cosa.
Juan Domingo Perón, un personaje nada ejemplar, tiene una frase muy afortunada: “El ser humano es bueno, pero si se le vigila es mejor”
¿Se le ocurren cuáles serían las principales medidas para atajar la corrupción académica y cultural?
Es muy complejo porque habría que volver a la Transición y disolver el sistema de Partidos. No hay democracia sin separación de poderes y aquí vivimos en una oligarquía de partidos donde ni el poder legislativo emana de la sociedad civil, ni el poder judicial es independiente. El Gobierno crea las leyes que aprueba y los partidos son estatales, es decir financiados en su mayoría por los bancos y el Estado (y uno es de quien le paga). Las asignaciones de jueces se producen en el Tribunal Supremo a dedo por el partido que está en el poder y en instituciones como las universidades y la Real Academia pasa algo parecido. Para evitar la corrupción académica y cultural habría que llevar a cabo una reestructuración democrática. Una regeneración solo es posible extrayendo el cáncer de raíz y saneando las instituciones desde la base.
¿Hay algún país del mundo donde crea que la industria cultural y el mundo académico se libran de corrupción y ofrecen un modelo digno?
Ningún país puede librarse del todo de la corrupción porque esta es consustancial al ser humano. Perón, que para nada es un personaje ejemplar, dijo una frase muy afortunada: “el ser humano es bueno, pero si se le vigila es mejor”. Por eso hay países escandinavos que tienen un mejor modelo educativo (como Finlandia y Noruega) y hay otros que tienen democracias más limpias, como es el caso de Estados Unidos, que tiene una democracia garantista o cautelar, donde frente a todo poder hay otro que lo vigila o controla; eso repercute en el mundo académico y en la calidad de la educación.