Cultura

'El toque Lubitsch': José Luis Garci y 9 retazos de un mundo que marchó

La vida tiene dos puñados de Ford, unas dosis de Sófocles, una pizca de Wilder, dos pelos de la barba de Don Quijote y un toque Lubitsch. Si fuéramos lo

  • Gran Vía en los años sesenta / -

La vida tiene dos puñados de Ford, unas dosis de Sófocles, una pizca de Wilder, dos pelos de la barba de Don Quijote y un toque Lubitsch. Si fuéramos lo suficiente buenos cocineros, seríamos capaces de añadir a la pota la cantidad exacta de cada ingrediente, darle su justo punto de cocción y engendrar así la vida. Seríamos una suerte de doctores Frankenstein pero con más suerte que la de aquel.

'El toque Lubitsch' es la salsa de nuestras vidas. Es ese cartel que lleva años en el bar de mi pueblo, en el que se avisa de que "solo se fía a personas de 90 años acompañados de sus padres". O aquella vez en que, con inocencia, mis padres y mi hermano paseamos alegremente por uno de los peores barrios de Los Angeles sin tener ni idea del peligro que corríamos. O esas anécdotas que revives año tras año en la cena de nochevieja, pero que siguen teniendo gracia, igual que los mejores gags de la historia del cine.

Lubitsch entre James Stewart y Margaret Sullivan durante el rodaje de 'El bazar de las sorpresas' (1940) / Reino de Cordelia

Se ha teorizado mucho sobre qué es 'el toque Lubitsch', esa magia para el relato solo en manos del director de cine alemán que tanto inspiraría a generaciones posteriores. El guionista Peter Viertel ofrece una versión de como nació en el último libro -ya penúltimo, porque el maestro acaba de sacar uno sobre 'Lo que el viento se llevó' y lleva ya tres libros publicados en 2021- de José Luis Garci, 'El toque Lubitsch y otros roces', editado por Reino de Cordelia.

Según Viertel, Lubitsch ideó su particular toque al mirar el cartel de un club de alto standing de Budapest, en el que se podía leer: "Los miembros de este club no están autorizados a invitar a sus amantes... a menos que las mismas sean esposas de otros miembros". Le gustó tanto la broma al director, que se dijo que tenía que trasladar ese espíritu a las películas. Y así fue.

Garci dice que 'el toque Lubitsch' es algo así como subir a nuestra tumba y reírnos fuerte. Es la venganza del hombre sobre la muerte, quizá nuestra única victoria sobre ella. Mi abuelo Manuel nunca ha visto una película de Lubitsch -que yo sepa-, pero su sonrisa cada vez que dice "cualquier día espichamos el rabo" tiene mucho de su toque.

Orson Welles ante un micrófono en los Estudios de la CBS / Reino de Cordelia.

Antología de un edificio en ruinas

A lo largo del libro, Garci desarrolla en nueve capítulos nueve retazos de un mundo que marchó. También podría haberse titulado antología de un edificio en ruinas. Y es que el primer director español en ganar un Oscar guarda un pasaje privilegiado a la Historia, una mente capaz de memorizar datos, recovecos y detalles que hacen del pasado algo verdaderamente cercano.

Las páginas del libro rezuman nostalgia, palabra griega procedente de la conjunción de nostos (regreso) y algos (dolor). Es el dolor del regreso. Aunque en el caso de Garci bien podría cambiarse por "el goce del regreso". Y es que en los vericuetos de su memoria, el autor consigue traer en carne viva a aquellos sobre cuyas historias se cimenta esa "vida de repuesto" que es el séptimo arte.

Garci volverá a Fritz Lang, el director de tantas obras maestras y el mejor cicerone del lado oscuro del alma. También al genio de Orson Welles y por supuesto a Lubitsch. Pero no todo es cine, gracias a Dios. Al margen de la vida de repuesto hay otra, más insípida, quizás, menos despampanante, sin flow en muchas ocasiones, que es la vida real, compuesta por aquellas personas que nos quieren y que queremos -no siempre coincide-.

John Huston, Orson Welles y Peter Bogdanovich / Reino de Cordelia.

Algunos capítulos son hagiografías de amigos y personas admiradas como Noemí Guillermo, Daza o Eduardo Úrculo. El arte del halago no es para todos, y aunque no conozcas de nada a las personas de las que habla Garci, su manera de dibujarlos hace el papel del escultor clásico, y de la misma forma que podemos mirar ensimismados el busto de alguien a quien no conocemos en un museo, podemos regodearnos en el savoir faire de Garci para amar.

Porque si algo genera envidiar de Garci es su "saber vivir". Su capacidad para el asombro y el goce, que muchos perdemos cuando dejamos la niñez atrás. Qué bueno sería aprender a relamerse la vida como hace Garci, a degustar cada libro, película, cuadro y tarde como ese niño que un día fuimos, cuando los abuelos nos iban a ver jugar al fútbol y lo vivíamos con la misma ilusión con la que un juvenil salta por primera vez al Santiago Bernabéu.

Y esa pasión epicúrea por las cosas buenas que tiene la vida se mezcla con esa máquina del tiempo que permite a Garci disfrutar no solo de los bienes presentes, sino de los pasados. Al final, todo se resume en esos versos de Giorgio Caproni:

Mi viaje

ha sido siempre un quedarse

aquí, donde nunca estuve.

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