En el sótano del Teatro Bellas Artes hay un mirador a Hollywood. La colina representa los sueños y anhelos de todos, ese mundo de estrellas de cine donde parece que todo es posible. Es la terraza de un cutre motel la que nos permite divisar a lo lejos aquellas letras blancas que representan el destino ansiado por muchos. Es el escenario donde se representa 'Un Oscar para Óscar', la nueva comedia de Mario Hernández donde se aventura que ganar nunca será mejor que enamorarse.
La obra cuenta la llegada a Los Ángeles de Óscar Manzano (Jon Plazaola), un director de cine español nominado al Oscar a mejor cortometraje. Le acompañan dos ministros que no se pueden ni ver, el encargado de la cartera de Cultura, Guillermo Barrientos (Agustín Jiménez), y la de Hacienda, Irene Navarro (Mara Guil). A este trío se une Pauline (Rebeca Sala), una escort que ha sido contratada por Barrientos para que Óscar no vaya solo a la gala y dé una "buena imagen" de España.
La función aborda la disyunción entre el alcance del éxito y la búsqueda de un sentido vital. Óscar Manzano ha alcanzado la cima de cualquier realizador cinematográfico, estar nominado a los premios más prestigiosos del mundo del cine (aunque sea en la categoría de cortometraje). Pese a ello, el protagonista llega a Los Ángeles desanimado. Se nos presenta como un pavisoso que arrastra los pies con la monotonía del que se levanta todas las mañanas para ir al gimnasio en una rutina eterna y, a menudo, poco apetecible.
El éxito no llena a Manzano, que se encuentra en una situación personal complicada. Su novia le ha dejado recientemente y mantiene una complicada relación con su madre. Por si fuera poco, sus acompañantes, los ministros, son dos auténticos lunáticos. La verdadera luz la encontrará en el otro, o en la otra, mejor dicho. Quien iluminará de verdad su aventura americana será Pauline, la escort española que huyó a la meca del cine en busca de sueños y terminó currando en una agencia de chicas de compañía (¡no prostitutas!).
La narración sirve de metáfora perfecta de que lo valioso tras cualquier éxito, lo que de verdad alimenta nuestro sentido, no es alcanzar el premio dorado que sostenemos en nuestras manos tras mucho esfuerzo y que termina decorando la repisa del salón. Lo que pervive en nuestra memoria son las personas que hayamos en el camino, ¿y qué mayor impacto que enamorarse?
El otro gran tema de la obra es la sátira política. Agustín Jiménez y Mara Guil caricaturizan con sorna y talento a la clase política de nuestros días. Dos narcisistas más pendientes de su imagen y bienestar que del de los ciudadanos a los que representan. Un momento mágico es cuando se descubren los audios de Barrientos -claro guiño a los audios filtrados de Villarejo- en los que pone a parir a la "mierda de cine español". La experiencia de Jiménez se nota sobre las tablas y nos regala un momento de pantomima absolutamente delicioso en el que baila de manera ridícula junto a Plazaola. Ambos muestran una química maravillosa.
La ministra de Finanzas representa otro de los males de nuestro tiempo, la adicción a las redes sociales. Mara Guil hace el papel con tanta dedicación que consigue que su personaje resulte absolutamente despreciable. Esto es un gran mérito de la actriz. Cabe destacar también el trabajo de Jon Plazaola, al que le toca lidiar con uno de esos personajes contenidos que lucen poco pero que si se hacen bien, como es el caso, resultan del todo creíbles. En los primeros minutos de la obra, su personaje apenas habla, pero su lenguaje corporal lo dice todo.
Rebeca Sala, en su papel de Pauline, está deslumbrante. Cuando entra en el escenario consigue que todas las miradas se centren en ella. Lleva un vestido rojo que le sienta fenomenal y consigue que el espectador también, a medida que avanza la obra, se enamore de ella como le ocurre al personaje protagonista. Por poner alguna pega a la obra en su conjunto, creo que el monólogo final, con el que se cierra la historia, sobra. Lo que acontece justo antes es el cierre perfecto a la trama y el discurso de la escort no consigue enganchar (aparte de que es, quizá, demasiado largo).
Al margen de esta puntualización, lo cierto es que merece mucho la pena ir a ver 'Un Oscar para Óscar', teatro ameno, divertido, con mensaje y gran plantel. Gracias a la representación uno se da cuenta de que hay que mirar menos a lo lejos, al cartel blanco de Hollywood, y centrarse más en las personas que pasan por nuestra vida a escasos metros. En el otro siempre está la salvación.