Cultura

Una victoria españolísima

Alguien ha propuesto que se trata de una victoria de Cataluña porque hay jugadoras del Barça. Esto ya se da por descontado: es metafísicamente imposible que el Barça y el nacionalismo pierdan. Para empezar, porque esperan a que termine el mundial para decidir si lo han jugado o no.

Un amigo holandés nos felicita en el chat de las vacaciones por la victoria de España en el mundial femenino de fútbol, como si fuéramos, no sé, Portugal o Corea del Sur. No sabe que aquí, cuando termina un partido importante, empieza otro a vida o muerte: el de la interpretación. Está claro que hemos ganado, lo que está por ver es quiénes.

En un principio, a medida que íbamos pasando rondas, daba la impresión de que se avecinaba un gran momento feminista, una victoria de las mujeres. Había, sin embargo, un obstáculo insuperable: dado que se trataba de un torneo femenino, la victoria de unas mujeres suponía la derrota de otras. Es más: desde el principio era casi seguro que las ganadoras serían mujeres.

Por suerte, había un homínido de guardia: el jefe del negocio futbolero, Luis Rubiales, plantó un beso no consentido a Jenni Hermoso que nos ha permitido recordar que la igualdad en España es todavía una quimera: en los más elevados estratos de la zafiedad las mujeres están infrarrepresentadas. Nuestro deporte ha puesto a otra figura en las portadas de los medios de todo el mundo: Rubiales, acabadísimo ejemplar del ecosistema federativo español sobre el que no me extenderé porque le protege la ley de bienestar animal.

La victoria también ha sido reclamada para las minorías étnicas y para los mestizos, como si el mestizaje no fuera un rasgo distintivo de lo español desde la época imperial. Por lo visto, los de derechas teníamos que rabiar porque en el equipo había jugadoras negras y gitanas. Yo no lo he conseguido, sólo he caído rendido, como todo el mundo, ante la maravillosa Olga Carmona, con su vitalidad, su corazón, su recuerdo al padre y el mejor gesto técnico de la final (deja correr el balón, levanta la mirada y lo coloca exactamente donde quiere; habrá que matizar eso de que el Madrid tiene problemas en los laterales).

Alguien ha propuesto que se trata de una victoria de Cataluña porque hay jugadoras del Barça. Esto ya se da por descontado: es metafísicamente imposible que el Barça y el nacionalismo pierdan. Para empezar, porque esperan a que termine el mundial para decidir si lo han jugado o no. Para seguir, porque cuando el rival mete más goles, la culpa siempre es de un jardinero que no cortó el césped ni regó las flores, del frío paralizante, del calor asfixiante o, por supuesto, de Franco, que tampoco podía faltar.

Victoria de todos

Victoria de todos

No Franco, no party. Se ha popularizado estos días un No-Do en el que se ridiculiza a las mujeres que juegan al fútbol y se les aplican todos los estereotipos vigentes en la época y alguno más. Lo que no se ha señalado tanto es que el fútbol federativo estuvo prohibido a las mujeres durante 50 años (desde 1921 hasta 1971) en la democrática Inglaterra. No es que quiera yo privar a nadie de poner otro clavo en el ataúd del dictador, no vaya a ser que se levante, pero algún día deberíamos empezar a tratar el franquismo como un periodo histórico y no como un hechizo.

Gracias a que el nombre de nuestro país es femenino, tal vez podríamos arriesgarnos a decir: ¡España campeona!

También fue españolísima la celebración de las jugadoras, cada una con la bandera de su Comunidad Autónoma. Como novedad, por primera vez aparecieron las siete estrellas de la Comunidad de Madrid (en ella se envolvió Jenni Hermoso), diseñada en 1983 por Santiago Amón y José María Cruz Novillo por encargo de Joaquín Leguina. Me divierte imaginar qué pensará un noruego al ver leones rampantes, torres de Castilla y cuatribarradas. En cualquier caso, la proliferación de banderas locales no supone conflicto alguno entre las jugadoras, sino todo lo contrario: las exhiben porque saben que llevan la bandera de España en sus camisetas.

Con el artículo terminado me entero de que hay una última disputa: ¿somos campeones o campeonas? Me entran ganas de decir que podremos ser campeonas el día que estemos dispuestos a ser perdedoras (¿qué somos, el Barça?). Pero me limitaré a proponer un atrevido consenso. Gracias a que el nombre de nuestro país es femenino, tal vez podríamos arriesgarnos a decir: ¡España campeona!

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