Volver a casa de los padres es reencontrarse con un mausoleo de vidas pasadas. La vivienda familiar se convierte en una suerte de museo arqueológico donde permanecen intactas las mismas fotos que hace décadas. Como si cada una ocupase una Jefatura de Estado vitalicia en su rincón del mueble.
Ha habido reformas aquí y allá, pero sigue presidiendo el hall esa foto de familia en que miras con cara enfurruñada a la cámara porque mamá te ha pedido que dejes la Game Boy. O aquella otra en la que te falta un piño y sonríes de oreja a oreja como si te acabase de tocar la lotería. Me sigue sorprendiendo comprobar, en un lugar preeminente, una foto de adolescente que me tomaron en el colegio con 16 años. Raya al medio y pelo largo en una emulación de Kurt Cobain palentino.
También siguen estando ahí papá y mamá jóvenes. Es decir, con la misma edad que tienes tú ahora, que contemplas esas fotografías tantas veces repetidas. En realidad, cuando piensas en cómo eran ellos en tu niñez te cuesta desligarles de la imagen que mantienes de ellos en la actualidad. Aunque hayan pasado al menos tres décadas, te los imaginas más o menos con el mismo aspecto.
Esos retratos no son solos testigos de un tiempo que no volverá, son también ecos de vidas pretéritas. De cuantas cosas pudieron haber ocurrido –para bien y para mal- y no lo hicieron. Es inevitable ahondar en todo lo que pudo ser y no fue cuando uno se acerca a ‘Vidas pasadas’, nominada al Oscar en esta última edición.
La película coreana, dirigida por la novel Celine Song, cuenta la historia de dos niños enamorados cuyos caminos se bifurcan y no se vuelven a encontrar hasta 12 años después. El reencuentro será por vía digital, ya que él sigue en Seúl y ella ahora vive en Nueva York. Tras un nuevo período de separación de 12 años, se reencuentran en Manhattan. Ella lleva siete años casada.
Mientras ambos pasean por Nueva York resuenan destellos de Haruki Murakami. Las miradas de los personajes dicen mucho más que las palabras que están escritas en el guion, hasta un abrazo final en el que está contenido el desgarro de un adiós que se repite con demasiada frecuencia en el tiempo. Una historia sobre el amor más intenso, que es aquel que no llega a consumarse, y sobre las despedidas que van despacio.
Aquellas escenas de Nueva York tan bien reflejadas por Song me retrotrajeron al tiempo que pasé allí viviendo, cuando fui becario en el Consulado español. Pasear por Manhattan fue uno de mis pasatiempos favoritos. Lo hacía de día y de noche. Muchas veces empezaba desde mi barrio, Harlem, y acababa en Central Park. Fueron tiempos de reflexión, pero sobre todo de felicidad; el destino estaba por escribir.
Porque otra de las reflexiones que nos deja ‘Vidas pasadas’ es si nos mueve el destino o una serie de casualidades. Pero muchas casualidades juntas: ¿hacen un destino? Los coreanos utilizan un concepto budista que aparece en la película: “In-yeon”. Alude a que si dos personas interactúan, aunque sea poco tiempo –aunque sea el roce de una prensa-, estuvieron conectadas en otra vida.
El destino es un concepto muy presente en la cultura asiática, pero no aparece en solitario. Está íntimamente ligado al karma. Platón, y antes que él Pitágoras y sus seguidores, creían en la migración de las almas. Si alguien se comportaba de manera virtuosa se reencarnaba en una vida mejor.
El destino y el karma son conceptos antiquísimos que en una sociedad cínica y futurista como la de hoy suenan a anticuario. Pero en muchas ocasiones son la única balsa a la que nos queda agarrarnos en mitad de la tormenta. “No fue culpa mía, fue el destino”.
Por mucho que sigamos cumpliendo años y avanzando en esto de la vida, los ecos del pasado nos hablarán. Nos dirán que quizá tendrías que haber estudiado Medicina o una Ingeniería en lugar de Humanidades. O te atormentarán por no haber hecho lo suficiente para amarrar a aquella persona que te rompió los esquemas. Tu “in-yeon”. Pero también te dirán que al menos no eres aquel chaval que preside el hall de casa de tus padres, caprichoso y adicto a la Game Boy o con la cabeza llena de pájaros adolescentes. Quizá, con algo de fortuna, te digan que has conseguido parecerte al que sonríe sin piños como un sabio feliz. A las vidas pasadas también se vuelve a cara o cruz.
Sin_Perdon
La realidad es que la película refleja una relación donde el chico quiere estar con la chica pero ella nunca lo tomó en serio ni hizo ningún esfuerzo por estar con él, ella siempre se priorizó a ella y a sus intereses así que enamorada, enamorada,...como que no, aunque nos lo quieran vender así para que la película tenga algo de morbo. Básicamente lo metió en la "friendzone" y allí lo dejó, sin decírselo, claro, que las mujeres son mucho de alimentar con migajas a admiradores a los que saben que NUNCA darán una oportunidad porque sus opciones reales son otras muy distintas.
Yomismo
No olvides al PP, o es que es inocente de tamaña barbaridad.