Hubo un momento revelador en el primer concierto de Taylor Swift en el estadio Santiago Bernabéu: la diva country-pop se toma un respiro para mirar con calma el recinto y se muestra boquiabierta, abrumada por la cantidad de personas que han pagado una entrada para verla esa noche. Por supuesto, no es una reacción espontánea sino coreografiada: cualquiera que mire ese minuto notará que sus gestos son de cartón piedra, ya que lleva meses viendo estadios parecidos con cifras similares de asistencia. Sin quitar méritos a su repertorio, ni a sus capacidades como estrella, el éxito del Eras tour consiste en facturar un espectáculo a medida de un mundo homogeneizado a golpe de Spotify e Instagram, donde las aspiraciones y referentes de una joven de Pensilvania pueden ser comprendidas al instante sin decodificador en cualquier parte del planeta.
Cada noche de concierto es indistinguible de la anterior, como saben quienes han visto quince veces el show en Disney+ antes de cruzar la puerta del estadio del Real Madrid. Como en el porno o las bodas reales, la satisfacción está en que todo ocurra exactamente como esperas que ocurra. Justo lo contrario vemos en la plaza de toros de Las Ventas, donde la tarde del concierto de Swift toreaba un Morante incómodo, arrugado, que despachó al primer toro por la vía rápida, víctima del miedo, del divismo o de una mezcla de los dos. La fiesta terminó con el maestro abucheado por un público unánime en el veredicto de que no había estado a la altura. Aquí hemos venido a ver una lucha imprevisible, donde se permiten errores siempre que tengan algo de grandeza, donde no se perdona la pirotecnia ni la simple eficacia militar. Se adora a las figuras que respetan la tradición, torean lento y saben adaptarse al carácter concreto de cada bicho de hasta 600 kilos. ¿Puede haber mejor metáfora de la lucha cultural entre globalismo y soberanismo?
Swift es una especie de Agenda 2030 con pintalabios y lentejuelas
También hubo en Las Ventas un momento significativo. Fue en el segundo de Talavante, cuarto de la tarde, cuando estaba encarando la suerte de matar. El tendido estaba en silencio pero alguien rompió el ritual gritando “imagínate que es Pedro Sánchez”. Hubo un murmullo general de reproche, salpicado de alguna risa nerviosa. La escena es para felicitarse, ya que confirma que la tauromaquia todavía tiene la condición de algo sagrado, que se mueve por encima de las trifulcas políticas. Por desgracia, hoy el fango salpica cualquiera cosa y unos días después -apoyándose en unas imágenes defectuosas, con pésimo sonido- circula el bulo de que la plaza celebró el grito antisanchista (entre otros, seguro que sin mala fe, lo defendieron voces tan distintas como Raúl Del Pozo, Ramón Espinar y El Español). La mentira no se sostiene porque ningún aficionado quiere chascarrillos en un momento solemne.
Batallas más allá del pop
La fiesta nacional nos conecta con un mundo antiguo, mientras Taylor Swift encarna los valores dominantes. En principio, la cantante no mostraba sus opiniones políticas, pero cambió de enfoque tras la elección como presidente de Donald Trump en 2016. Comienza entonces a apoyar a candidatos del Partido Demócrata, a enarbolar la bandera del arcoiris y defender la cultura woke. Rizando el rizo, llega incluso a defender el aborto a pesar de su condición de cristiana. La rubia más famosa del planeta pop actual representa mejor que nadie la noción de unos principios morales globales que pueden decidirse en los campus de EE.UU. y en su industria cultural sin necesidad de atender la tradición ni a las particularidades de los países que visita de gira. Swift es una especie de Agenda 2030 con pintalabios y lentejuelas. Y también ha servido como refugio para tantos oyentes anglófilos que buscaban guarecerse frente a la tormenta tropical de reguetoneros del Caribe, insoportablemente hispanos, sudorosos y plebeyos.
El PSOE, con su habitual olfato pop, siempre ha visto claro el potencial político de Swift. Óscar Puente intentó que la estrella actuase en Valladolid en su gira anterior, así que era normal verle en el Bernabéu, donde también acudió la vicepresidenta Yolanda Díaz. Pedro Sánchez se apuntó a la fiesta en diferido, mencionando a la cantante durante un mitin de Murcia, donde declaró que “España es la Taylor Swift de las economías europeas”. Triunfalismo globalista contra resistencia soberanista, cada uno escoge su posición vital.
kunst
Que dilema más agudo nos propone el filósofo/columnista. Yo propongo este: sadismo cavernícola frente a inanidad musical.
Markdos
Estoy bastante harto de las conspiranoias que se han montado los del NOM. Puede que Putin no sea bolchevique, pero me da igual. Cuando un tirano decide dar rienda suelta a sus instintos homicidas, a la postre da igual en qué bandera se arropa.