Te despiertas, citas ante el espejo y ves una serie de ingratas escamas ondeando en tu cabello o sobre tus hombros. Es otoño y tu pelo lo sabe, manifestándose con la incómoda caspa con más vehemencia de lo habitual y además acompañando su presencia con una caída del cabello más acusada que en otras ocasiones.
Fragilidad, sequedad, escamas, cambios de temperatura, incluso menor incidencia de la luz solar... Los enemigos para nuestro pelo no descansan con el cambio de estación, siendo primavera y otoño los dos períodos clave en la regeneración capilar. Sin embargo, uno da paso a una estación llena de sol y de ciertas agresiones externas (pensemos en el cloro, en la propia insolación o en la sal del mar), y otro nos cambia el registro con menores temperaturas, más lluvia o el continuo contraste al que nos enfrentamos entre interiores y exteriores.
A la refriega otoñal se suman los temidos brotes de caspa, que florecen durante la temporada por distintas causas y, curiosamente, ninguna tiene que ver directamente con el control higiénico que tengas sobre tu cabello. Hay causas genéticas que predisponen (pero que no significan que la vayamos a tener) como una mayor sensibilidad a su aparición, pero las más relevantes y universales son la presencia de un microbio (el Malassezia globosa) y el propio sebo capilar, segregado desde las glándulas sebáceas, que en combinación con el anterior provoca su aparición al descomponer el sebo en ácido oleico.
El problema, como explican desde el site de Head & Shoulders, genera una reacción en cadena donde nuestro cuerpo responde mudando la piel para librarse de ese irritante. Al suceder esto, el picor del cuero cabelludo aumenta y se acrecienta la velocidad de regeneración de las células cutáneas, haciendo que la piel muerta se acumule, como si fuera un cementerio capilar de escamas.
Aparecen así dos tipos distintos de caspa: la seca y la grasa, bien diferenciados entre sí. La primera aparece en forma de copos secos y blanquecinos que se desprenden con facilidad y aterrizan en los hombros, donde el picor o el enrojecimiento del cuero cabelludo, que puede ser graso o seco, sea más persistente. Por su parte, la caspa grasa, también llamada dermatitis seborreica, se caracteriza por copos o escamas amarillentas que no se desprenden con facilidad y que sí se adhieren a la cabeza y el cabello, como explican desde Eucerin.
Por así decirlo, la caspa es una guerra incruenta donde el Malassezia globosa irrita el cuero cabelludo, provocando una hiperproliferación cutánea, que supone una renovación más rápida de las células del cuero cabelludo y donde el desprendimiento de estos corneocitos (los 'cadáveres' de estas células) se adhieren y forman estos desagradables copos.
Curiosamente y como tiende a pensarse, no obedece a una mera cuestión de falta de higiene (o de exceso de ésta). Lo cual no significa que una incorrecta higiene pueda hacer más notable su presencia, del mismo modo que el uso de distintos productos de peinado (lacas, ceras o gominas) pueden hacer más notable si no lavamos el pelo tras su uso.
Por qué se dan los brotes de caspa en otoño
Hay cierta ironía en los factores que predisponen a su aparición otoñal. Por un lado, el frío y su acción vasoconstrictora limita el trabajo de las glándulas sebáceas, ya que no tienen suficiente sangre para realizar su labor. Podríamos pensar así que al tener menos sebo y menos trabajo en esas glándulas, seríamos menos susceptibles a sufrirla por una menor cantidad de grasa.
Sin embargo, ocurre lo contrario, ya que la necesitamos para mantener el cabello hidratado y lustroso, que encuentra en los cambios de temperatura al enemigo perfecto para que haga acto de aparición. Lluvia, viento y bajas temperaturas, que se suman a los continuos cambios de ambiente, especialmente de mucho calor o poca humedad de las casas, hacen que el pelo se reseque y que esta grasa no cumpla su función. Sea por agentes externos (el clima) o por internos (un menor rendimiento de las glándulas sebáceas), nuestros folículos pilosos se resecan y escaman.
Si a eso le sumamos más agresiones exteriores como pueden ser las duchas, los aparatos de secado o las propias toallas, encontramos la tormenta perfecta por la que nuestro pelo se queje de estas minúsculas motas blancas cuando el otoño aparezca.
Mayor temperatura del agua (no nos duchamos a los mismos grados en agosto que en noviembre) y tampoco nos exponemos con el pelo mojado del mismo modo, ya que durante el verano se seca más fácilmente al aire libre, mientras que el otoño y el invierno nos obligan a secados más intensos. Pensemos en secadores y planchas, que lo deshidratan, o en toallas con mucha fricción para reducir la humedad y no salir con el cabello mojado a la calle, dos agentes enemigos de la salud capilar.
Cómo afecta el clima y cómo combatirla en otoño
También sucede que nos 'malacostumbremos' a los lavados de verano, ya que el sol, la sal y el aire o el cloro lo resecan, exigiendo a nuestras glándulas sebáceas un aporte extra de grasa que pasa desapercibida en verano, pero que en otoño se retoma con fuerza porque corremos el riesgo de relajar los hábitos anticaspa (si tendemos a sufrirla) y nos sorprenda cuando volvamos al trabajo y a la rutina.
Se sucede así también un período de decaimiento capilar al que contribuye una menor insolación, ya que la asimilación de vitamina D que se deriva de los rayos de sol, también estimula el crecimiento capilar. Concebida como patología, la caspa no es un simple problema estético, sino que exige una intervención dermatológica. Motivo por el cual no debemos apostar por un sencillo champú anticaspa por mera recomendación de un amigo o por lo que veamos en un lineal de supermercado, ya que las opciones son amplísimas.
Aunque no es una patología incapacitante y no es especialmente molesta (más allá del plano estético), conviene acudir a la consulta de un dermatólogo para que analice nuestro caso y recomiende tratamientos que se adapten a nuestras demandas. Es frecuente que incluyan en sus principios activos productos como la zinc piritiona o el ketoconazol (que tienen labor antifúngica y antibacteriana), y también sulfuro de selenio, un agente antiinfeccioso que alivia el picor y la descamación del cuero cabelludo, eliminando así estas incómodas escamas. En casos más graves, también suelen encontrarse champús con ácido salícilico.