Cuando Rupert y Kristin Isaacson vieron a Rowan, su hijo con autismo, hablar por primera vez poco después de subirse a lomos de un caballo, una bombilla se encendió dentro de ellos. Decidieron dejar su hogar en Texas para viajar a “la tierra de los caballos”, Mongolia, donde unos chamanes trataron el trastorno de Rowan con el poder sanador de estos animales. Como dice Rupert en el documental que retrata su aventura, The Horse Boy, “esta es la historia de cómo una familia tomó la loca decisión de cruzar el mundo persiguiendo un milagro”.
Hoy en día, las intervenciones asistidas con caballos se utilizan ampliamente en el mundo occidental como terapia complementaria para promover la rehabilitación neuromuscular, psicológica, cognitiva y social de niños y adultos. Con la ayuda de varios voluntarios de ”la Caixa”, en la Asociación para el Fomento de las Terapias Ecuestres en Canarias (AFTEC) se ofrecen tratamientos de fisioterapia, logopedia, pedagogía, integración social y coaching, así como terapias que buscan mejorar la relación entre familiares. “Por aquí pasan desde chicos que tienen dificultades pronunciando ciertos fonemas hasta niños con autismo, y cualquier persona con una necesidad específica que nuestro equipo de profesionales pueda atender. En función de los objetivos establecidos para cada usuario, se realizan distintas actividades adaptadas sobre el caballo”, cuenta la directora de la AFTEC, Marta Pérez.
En medio de un paraje natural donde se puede interactuar con cabras, gallinas o perros, además de con caballos, Marta manifiesta el poder relajante y motivador que tiene este animal para niños y niñas con autismo o TDAH, y para personas que están pasando por un momento de estrés o por un proceso de duelo. Algunos menores con comportamiento disruptivo también encuentran la calma al ponerse cara a cara con un ser que “no les juzga”. Y esto es solo el comienzo. Después de meses compartiendo sesiones juntos, muchos empiezan a cambiar su forma de ver el mundo o de expresarse. “Hay casos de usuarios que no tenían ninguna forma de lenguaje ni de comunicación y que empiezan a decir sus primeras palabras. También recuerdo a una niña que logró vencer su miedo a montar, subir escaleras o hacer cualquier actividad que implicara despegar los pies del suelo”.
Con el tiempo, el animal crea un vínculo afectivo con el usuario, una “conexión” que ha entusiasmado desde el primer día a la voluntaria de ”la Caixa” Lola Miño: “A veces, ves cómo los niños se olvidan de nosotros y viajan a otra galaxia mientras contemplan el caballo”. Es una relación que se va forjando día a día. Incluso niños que no tenían sensibilidad hacia los animales terminan empatizando con ellos y entendiendo que son capaces de sentir tanto o más que cualquier persona. Marta recuerda el caso de un niño que, “cuando le daba la rabieta, podía llegar a agredirnos, a nosotros y al caballo. Ahora que han establecido un vínculo afectivo y hemos podido trabajar con él, es incapaz de reaccionar con violencia. En su lugar, cepilla el caballo, lo besa y no para de acariciarlo”.
Y los niños y adultos que reciben tratamiento no son los únicos que se llevan algo de la experiencia. Después de varios días como voluntaria, Lola se ha dado cuenta de que “nos preocupamos por cosas que son una minucia y que, ante las adversidades, hay que esforzarse y salir adelante”. Para Marta, “lo más fuerte” que ha aprendido durante los 10 años que lleva en este mundo es que los caballos tienen una sensibilidad especial, saben quién está sobre su lomo. “Una vez, un niño, al llegar, se me escapó de la mano y fue corriendo a tumbarse en la arena justo debajo de la barriga del caballo. Si el animal llega a moverse, no quiero ni pensar lo que podía haber ocurrido. Pero no movió ni una oreja”, dice Marta. “Mi experiencia me ha enseñado que el caballo siempre sabe con quién está tratando”.