Cuentan que las madres espartanas despedían a sus hijos que marchaban hacia la batalla con la célebre frase “vuelve con tu escudo o sobre él”. Para aquellos guerreros griegos tan solo había dos formas de regresar: victorioso o muerto. La conquista de los Polos bien podría adoptar el mismo lema y afirmar que aquellos gélidos desiertos tan solo ofrecían dos posibilidades: ser aclamado y reconocido de vuelta a la civilización, o yacer para siempre perdido en algún rincón de la inmensidad blanca. Sir John Franklin tuvo la suerte y la desgracia de recorrer esos dos radicales caminos.
Con catorce años John Franklin se enroló en la Royal Navy a bordo del HMS Polyphemus en la batalla de Copenhague. Cuando aún no alcanzaba la veintena se batió el cobre como oficial en la batalla de Trafalgar, seguidamente acompañó a John Ross en su viaje al Ártico y poco más tarde, con solo treinta y dos años, ya dirigía su propia expedición en busca del Paso del Noroeste con el flamante rango de comandante. Eran los gloriosos tiempos en los que se afirmaba con orgullo que “cualquier cosa que pueda hacer un hombre, un oficial de la Marina Británica lo hará mejor”.
Sir John Franklin
Aun así, su primera expedición al mando fue simple y llanamente un desastre: una interminable caminata por las gélidas tierras árticas de Canadá que se saldó con más de la mitad de los exploradores muertos. El frío, la mala organización y la poca experiencia de Franklin dejaron un reguero de hasta once cuerpos desperdigados por las riveras congeladas del río Coppermine. Y el hambre, sobre todo el hambre… Una necesidad inimaginable que les llevó a alimentarse de cualquier cosa que encontraban, que levantó serias sospechas de canibalismo y que les llevó a comerse la suela de sus propias botas, algo que, como veremos en esta serie de artículos, se convirtió en algo bastante común en todas las expediciones.
En la primera expedición de Franklin los marinos terminaron comiéndose la suela de sus botas
Los que lograron regresar a salvo consiguieron fama y reconocimiento en una sociedad que se debatía entre la aclamación de aquellos exploradores como héroes y el escándalo por las dudas éticas sobre su dieta.
Laureado y nombrado Sir por el Rey, Franklin no cejó en su empeño de explorar el Polo en otras expediciones en busca del ansiado Paso del Noroeste hasta llegar a 1845, año fatídico en el que una serie de casualidades y negativas por parte de otros exploradores le terminó colocando al mando de 129 hombres y dos barcos de infausto recuerdo: el HMS Erebus y el HMS Terror.
HMS Erebus y HMS Terror en un grabado de la época (1845)
Franklin tenía 59 años, sus años de juventud habían pasado y su empuje inicial había dado paso a la experiencia y a una mejor organización. En la que sería su última expedición comandaba dos robustos barcos que ya habían experimentado las duras condiciones polares al mando de Ross en el Polo Sur, se habían instalado potentes motores a vapor e incluso disponían de calefacción para facilitar las largas estancias atrapados en la banquisa. Las bodegas estaban llenas de víveres, se llevaron bueyes que suministrarían carne fresca y dos bibliotecas repletas de libros para pasar el tiempo.
La mañana del 19 de mayo de 1845 se hicieron a la mar y todo parecía estar en orden. En agosto de aquel año dos barcos balleneros, el Príncipe de Gales y el Enterprise, reportaron el último avistamiento de la expedición que esperaba en la Bahía de Baffin a que el tiempo mejorara para dirigirse hacia el norte. Jamás se les volvió a ver con vida, dejando para la historia un puzle aún sin resolver completamente.
The search for Franklin, teniente Schwatka, una de las docenas de expediciones en búsqueda de la expedición perdida de Franklin.
La falta absoluta de noticias en los siguientes años dio lugar a la que puede considerarse como la búsqueda más larga de la historia: más de siglo y medio para encontrar a un hombre. Evidentemente las primeras expediciones fueron de rescate y auxilio, posteriormente la búsqueda de Franklin se convirtió en una excusa para recaudar dinero y así organizar misiones que ya ni siquiera seguían sus pasos sino que directamente se dirigían al Polo Norte.
Aquella fue la búsqueda más larga de la historia: más de siglo y medio para encontrar a un hombre.
El primero en lanzarse en su ayuda fue el mítico James Clark Ross (sobrino del otro explorador ártico John Ross) que mediante el patrocinio del Almirantazgo zarpó en 1848 con dos poderosos barcos, el HMS Investigator y HMS Enterprise. A bordo de aquellos navíos iban otros navegantes, como John Rae o el propio Francis Leopold McClintock, que aún continuarían la búsqueda de Franklin durante la siguiente década.
La esposa del explorador desaparecido, Lady Jane Franklin, fue una de las más activas impulsoras de su búsqueda y organizó numerosas expediciones con la participación del Almirantazgo y cuando éste dejó de prestar su ayuda económica, la impetuosa señora consiguió organizar hasta cuatro expediciones más con dinero privado procedente de millonarios filántropos a los que iba convenciendo.
Narrative of discoveries of the fate of Sir John Franklin and his companions by Captain McClintock (1859, John Murray)
Conforme fueron pasando los años las opciones de encontrar a los marinos desparecidos disminuyeron y a principios de los años ’50 pocos tenían ya la esperanza de hallarlos con vida. Sin embargo, el mito ya estaba ahí, la semilla ya se había plantado, y lo que se buscaba ahora eran respuestas a lo que podría haber sucedido. La búsqueda de Franklin se iba a convertir en un pretexto para explorar y conquistar el Polo Norte.
A principios de los años ’50 pocos tenían ya la esperanza de hallarlos con vida
El primero que lo reconoció abiertamente fue Edward Inglefield, que había partido en 1852 con el patrocinio de la incansable Lady Franklin supuestamente para encontrar a su marido. Durante la búsqueda el oficial el oficial británico expresó su deseo de colocar la bandera inglesa más al norte que nadie y años más tarde escribía: “por mi mente pasaron descabellados deseos de llegar al Polo”. Inglefield mentía descaradamente. Nunca tuvo intención de buscar a Franklin, pero fue el primero que inició la carrera por alcanzar los 90º.
En 1859, después de docenas de barcos y misiones, algunas de ellas con un destino tan triste como el del propio Franklin, por fin llegaban las primeras noticias fiables. A bordo del HMS Fox, el curtido Francis McClintock ofreció a la sociedad el único documento oficial de la expedición que se ha encontrado hasta ahora.
Carta de la expedición Franklin encontrada por McClintock y publicada en 1859.
Se trataba de una carta donde se daba cuenta del fallecimiento del capitán Franklin el 11 de junio de 1847, de una veintena de marinos y oficiales, así como de algunas de las penalidades que habían sufrido desde que los barcos quedaran atrapados en la banquisa.
El rompecabezas comenzaba a quedar más claro. Las pistas y relatos que McClintock recabó de algunos inuits, junto con el material de la expedición y los cuerpos congelados de los marineros, volvieron a poner los pelos de punta a los ávidos lectores de periódicos en Inglaterra con historias del sufrimiento extremo por el que habían pasado.
Franklin entraba en el folklore de Inglaterra y a las misiones de rescate, a los deseos de exploración y a las ansias de conquista, se unieron también algunas de las expediciones más estrafalarias como la de Francis Hall.
Habían pasado dos décadas desde la desaparición de Franklin y las expediciones a la búsqueda de sus restos, de los propios barcos o de más pistas que aclararan lo que había ocurrido con el resto de la tripulación, se seguían sucediendo.
Pie de foto: Charles Francis Hall
Charles Francis Hall era un americano típico. Casado, dos hijos, acomodado en su buena situación económica como dueño del pequeño diario Cincinatti News y muy alejado de las grandes odiseas de los exploradores británicos en el Ártico. Sin embargo, Hall se sentía irremediablemente atraído por aquellas historias y harto de solo contarlas en su periódico, decidió vivirlas en primera persona. Abandonó a su mujer, a sus hijos, vendió el Cincinatti News y se puso a organizar su propia expedición polar en busca de Franklin.
No obstante había un pequeño problema: Francis Hall no tenía la menor idea de navegación, de exploración, de barcos… Cuentan incluso que jamás había visto a un inuit y que cuando llegó a Nueva York se encontró en la calle a un chino y le preguntó: ¿es usted esquimal?
Hall se encontró en la calle a un chino y le preguntó: ¿es usted esquimal?
Su inexperiencia no fue obstáculo para que durante los siguientes quince años se enrolara en todas las expediciones polares que pudo hasta el punto de afirmar: el Ártico ya es mi casa. Murió, posiblemente envenenado por sus propios compañeros debido a su difícil carácter, sin encontrar una sola pista de Franklin.
La búsqueda de la expedición perdida del Erebus y el Terror ha continuado, con sus idas y venidas, hasta nuestros días y en la actualidad conocemos gran parte del trágico final que tuvieron que soportar aquellos hombres durante los dos largos años que estuvieron atrapados en el hielo. El hambre inimaginable que les llevó al canibalismo, las numerosas muertes por escorbuto, el envenenamiento por el plomo con el que se sellaban las latas de conserva en aquellos tiempos, el frio extremo que aguantaron durante más de un año sin refugio en el gélido desierto blanco son algunas de los elementos que han convertido a aquellos hombres en objeto de canciones, poesías, historias de terror y leyendas.
La búsqueda de Franklin ha continuado hasta nuestros días
Ya en nuestros días, durante la década de los años ’80 y ’90 del siglo XX, la búsqueda de la expedición perdida de Franklin aún continúa con un carácter científico, arqueológico e histórico y así en los últimos años cientos de investigadores han trabajado sobre el terreno y en laboratorios para intentar poner luz a las causas de su muerte.
En septiembre de 2014, el mismísimo primer ministro de Canadá, Stephen Harper, hacía el anuncio oficial de que un equipo de arqueólogos había encontrado uno de los barcos de Franklin, posiblemente el HMS Erebus.
Imagen del Erebus hundido y por fin descubierto en 2014
Desde su partida en mayo de 1845 hasta nuestros días, la incansable búsqueda de aquellos 129 hombres aún continúa. Las noticias de su terrible destino marcaron a toda una sociedad, impulsaron la conquista del Polo Norte y aún hoy siguen despertando el interés de la arqueología.
* Esta entrada pertenece a la serie Atrapados en el hielo, escrita por Javier Peláez es divulgador científico y colaborador de Next. Puedes seguir sus trabajos en La Aldea Irreductible.