En su primer año como estudiante del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), Ben Harvatine sufrió una conmoción cerebral mientras practicaba lucha libre. "Me sentía mareado y con náuseas", recuerda, "pero pensé que estaba deshidratado, así que continué practicando. Pero hacia el final del entrenamiento tenía problemas para ponerme de pie y no podía juntar dos palabras". El episodio terminó en el hospital y con una recuperación de varios meses que le hizo perder la mitad de curso. Pero al cabo de unos años retomó la carrera de ingeniería y en uno de los trabajos de curso decidió hacer un sensor para detectar golpes en la cabeza como los que había sufrido él.
“Tomé un puñado de acelerómetros, me los puse en mi protector de cabeza”
"Tomé un puñado de acelerómetros, me los puse en mi protector de cabeza y, a pesar de la inquietud de mis padres, volví a la pista de lucha a ser golpeado por ahí y empezar a recopilar datos". Varios años después esta iniciativa se ha convertido en un dispositivo llamado Jolt Sensor y en una pequeña empresa 'startup' que los comercializa. El aparato está diseñado para recopilar datos sobre impactos y recoger una ficha de la cantidad de golpes que recibe un deportista a lo largo del tiempo, en cuyo caso se disparan las alarmas y se avisa a padres y entrenadores.
La iniciativa de Harvatine se encuadra en un contexto de preocupación por las consecuencias de las contusiones y conmociones cerebrales en la práctica de deporte en Estados Unidos. En los últimos años, los casos de jugadores de fútbol americano que han muerto o han sufrido graves consecuencias por estos impactos han concienciado a la sociedad de la necesidad de tomar medidas. Se calcula que cada año se producen daños en unos 300.000 atletas de institutos y universidades estadounidenses y que el número de impactos podría ser muy superior debido a que muchos no se diagnostican.
"Estamos intentando dar a los padres y entrenadores una herramienta más para asegurarse de que no se pierden los grandes impactos, o para detectar uno que no parezca tan fuerte pero cuyas cifras se salgan de las tablas", asegura Harvatine. Existen otros detectores de impactos en el mercado, pero la ventaja de este dispositivo diseñado con ayuda del MIT es que permite acumular los datos en la nube, recibirlos de forma remota y acumularlos para mejorar la forma de analizarlos. De hecho, los jugadores de un equipo figuran en una especie de ranking de impactos recibidos y cuando se supera determinado límite salta una alarma para que el entrenador sepa cómo actuar. La idea, resume su autor, es "mitigar las situaciones de riesgo antes de que terminen en un daño". "Puede que en algún caso estemos sobrediagnosticando", admite, "pero hacemos lo posible por comunicar con urgencia si ha habido un gran impacto y es necesario hacer una revisión al jugador".
Con esta herramienta han descubierto una gran frecuencia de contusiones en chicos de 10 años
Uno de los aspectos más interesantes de esta tecnología es la posibilidad de analizar los datos de forma anónima y obtener conclusiones sobre franjas y comportamientos de riesgo. Aunque los datos no son muy 'masivos', con esta herramienta han descubierto, por ejemplo, una gran frecuencia de contusiones en chicos de 10 años. "tenemos un par de sensores que han registrado tantos golpes, de tan alto nivel, que hemos contactado con sus propietarios para asegurarnos de que no estaban defectuosos", explica Harvatine. Y resulta que es frecuente que en edades tan tempranas se sucedan los golpes fuertes en la cabeza, algo que atribuyen a que los chavales ya son fuertes y rápidos pero aún no tienen un control fino de sus movimientos. Tal vez, desarrollando y comercializando esta tecnología se obtengan más datos a nivel nacional sobre la frecuencia y tipos de contusiones que se producen en distintos deportes y se reduzca el número de casos que acaban en el hospital como le pasó al propio Harvatine.
Referencia: When to get your head out of the game (MIT News)