En el verano de 1969 tres jóvenes amigos, espeleólogos y científicos, se aislaron, sin relojes, en una cueva de Soria. Lo que en principio iban a ser 21 días de confinamiento se convirtieron, sin querer, en 31, batiendo, por aquel entonces, el récord nacional de permanencia. Sin relojes, perdidos en el tiempo, sin luz solar alguna, sus cuerpos y sus necesidades fueron su única referencia. Aquella aventura en las entrañas de la tierra fue un viaje en el tiempo. Su reloj interior les hizo vivir días de más de 50 horas en los que desarrollaron un completo conjunto de tareas programadas, exploración, ejercicio, experimentos científicos…
A las 10 de la noche del domingo 3 de agosto de 1969, los tres amigos, el “Equipo Experiencia” compuesto por Antonio López Bravo, estudiante de Medicina, Alfonso Sopeña, Sopi, y Jorge Rey, “Coco”, estudiantes de Geológicas, se encontraban en la entrada de La Galiana (Ucero, Soria). Los acompañaba únicamente el otro integrante del equipo, Alberto García, quien se quedaría fuera (“Equipo Superficie”). Esperaron a que el sol se ocultara en el horizonte del cañón del Río Lobos; aquel rojo atardecer sería la última luz natural que verían, en principio, durante los siguientes 21 días. Comenzaba la Operación CIVIS: CIencia y VIda Subterránea.
Ciencia y aventura
Establecieron el campamento en el fondo de la cueva, a aproximadamente 1,5 km de la entrada, una zona llana con el suelo de arena. Sin duda, el lugar más acogedor posible: oscuro, húmedo, mucho barro y con el único sonido de las gotas de agua cayendo desde las estalactitas.
Allí tenían todo el material, equipo científico y víveres: laboratorio clínico experimental para toma de muestras biológicas, sangre, análisis de orina, análisis de agua, equipo de medida de clima, equipo de disección, cinco ratas albinas, todo lo necesario para fijar muestras y, además, leche condensada, sardinas en aceite, leche en polvo, guisos en conserva para 15-20 días, quesitos, caldo en cubitos como para una boda, cacao en polvo, una guitarra, tres yo-yos (tampoco ellos sabían muy para qué), una regadera (indispensable), tienda de campaña, sillas de camping, una mesa plegable, 40 metros de cuerda de escalada, dos estribos, cuatro mosquetones, una maza y seis clavijas.
Se estableció un punto para el intercambio de muestras donde nunca coincidirían con personas del exterior, suficientemente profundo como para no tener ninguna referencia solar. Se instaló un teléfono por cable y manivela con el que irían comunicando al “Equipo Superficie” toda la información que previamente habían protocolizado, siempre de dentro a afuera. Entre la información que irían enviando al exterior estaría la hora a la que ellos pensaban que se estaban levantando y acostando, las deposiciones, reconocimiento físico diario (temperatura, presión arterial, etc.), ingesta de comida diaria, test de memoria, resultado de la realización de operaciones matemáticas, etc. Entre las tareas que debían realizar y cuya información debían enviar al exterior nada más despertarse, estaba la realización de un dibujo, lo primero que les viniera a la mente en aquel espacio de total oscuridad sólo rota por la luz de los carburos: un dedo de un pie, una hoja de una planta o una farola. Así, en cualquier momento, el Equipo Superficie podría recibir una llamada en la que se escuchara: “nos acabamos de levantar, son las 10:30”, aunque en realidad fueran las 4 de la madrugada.
21 días perdidos en el tiempo
En estas circunstancias, sin referencia alguna, vivieron días de más de 50 horas, con lo que su percepción del tiempo era la propia, diferente a la del exterior, lo que les hizo viajar al futuro al perder 10 días de vida. Sus cálculos fueron de una permanencia de 21 días, pero cuando salieron, se encontraban en el día 31, ¡esto es un jetlag y no lo que sufrimos en los viajes transoceánicos!
Los tres vivieron días de más de 50 horas, lo que les hizo viajar al futuro al perder 10 días de vida
Aquellos tres especímenes de este experimento, acompañados de las cinco ratas albinas, estudiaron los ciclos nictemerales (ciclos vigilia-suelo) en un grupo humano, a diferencia de los ciclos circadianos, asociados a la luz. El resultado final fue la pérdida de 10 días por haber alargado sus ciclos al vivir en ausencia de todo estímulo ni referencia.
Fin del aislamiento
El 5 de septiembre finalizó la aventura. Preocupados por el revuelo que habría en el exterior, dieron la posibilidad de que los medios de comunicación que lo desearan, les entrevistaran en el interior de la cueva, en el campamento. Pero que no entrara nadie hasta que avisaran. Así, pensaron, el periodista que alcance el final de la galería subterránea realmente tendrá cierto espíritu e interés por escuchar las respuestas. Además, qué mejor lugar para contar sus experiencias, en lo que ya era su propio hábitat. Alrededor de las 6 o las 7 de la tarde para los de dentro del 24 de agosto, avisaron. Habían planeado el proceso de salida de forma paulatina para dosificar la atención de medios y curiosos. Los tres amigos se abrazaron y pusieron rumbo al exterior. Finalmente, entre una gran expectación y aplausos, pusieron fin a la Operación CIVIS. Al acercarse a la entrada, o salida según se mire, percibieron sensaciones casi olvidadas tras vivir al 100% de humedad: los olores del campo o el aire seco del verano.
La luz de los flases y el ruido, al que ya no estaban acostumbrados, los devolvieron a la realidad. Pálidos tras días sin poder sintetizar melanina y huyendo de la luz intensa del sol, atendieron a radios, prensa y televisión, así como a la gran cantidad de gente que se había congregado allí. Todos los medios de comunicación nacionales se hicieron eco de la experiencia, incluso algunos internacionales como el Herald Tribune, el New York Times y el Washington Post.
El fin del aislamiento supuso una vuelta a la realidad para la que no estaban preparados. Volver a las rutinas, volver al ruido, a la actividad, a hablar con gente, aunque no quieras… “21 días bajo tierra y el peor día fue el de la salida”.