En febrero de 1799, el geógrafo y naturalista Alexander von Humboldt exploraba la cuenca del Orinoco cuando encontró en una aldea al último hablante de la lengua de los Ature, quienes habían sido exterminados por tribus rivales. Pero este último 'hablante' no era una persona, sino uno de los loros que la tribu había criado y que seguía repitiendo parte de su vocabulario, como el eco de una cultura perdida. Cuando Von Humboldt conoció la historia, se llevó el loro a Europa y consiguió 'salvar' hasta 40 vocablos de la lengua desaparecida.
En la Gran Manzana se reúnen los hablantes de más de 800 lenguas
La historia del loro de Von Humboldt se cuenta a veces para ilustrar la importancia de registrar las lenguas que están al borde de la extinción porque las comunidades que las hablan se han disuelto o ya no la practican. Solo en Estados Unidos se calcula que hay unas 130 lenguas nativas de las que quizá no quede ni rastro dentro de unos años. Marie Wilcox tiene 82 años y es la última persona que aún habla con fluidez la lengua wukchumni en el valle de San Joaquín, en California. Como pasa en muchas ocasiones, ella misma renunció a su lengua materna cuando emigró y educó a sus hijos en inglés. "Dejé mi lengua india atrás cuando murió mi abuela", relata. "Parece raro que yo sea la última y puede que desaparezca uno de estos días, no lo sé". Para intentar enmendarlo, ahora está escribiendo un diccionario con todas las palabras de su lengua que recuerda en un intento de que el wukchumni no caiga en el olvido.
Wilcox y las personas que le están ayudando no están solas. Lingüistas de todo el mundo libran una batalla parecida cada día para recuperar lenguas de las que de un día puede no quedar ni rastro. El profesor Daniel Kaufman rastrea en busca de lenguas a punto de desaparecer en el lugar más insospechado: las calles de Nueva York. Él y otros especialistas fundaron hace unos años la Alianza de las Lenguas en Peligro (Endangered Language Alliance) con la intención de recuperar estas lenguas y enseñar a las comunidades a preservarlas. Se calcula que en la Gran Manzana se reúnen los hablantes de más de 800 lenguas y que muchas de estas personas son las últimas en hablar este idioma en el mundo, debido a los conflictos o desastres que arrasaron sus zonas de origen.
En 2006 el profesor Kaufman realizó un viaje isla de Célebes, en Indonesia, en busca de los últimos hablantes de mamuju, una lengua astronesia que se cree casi desaparecida. Pero no tuvo éxito. Unos años después, Kaufman asistió a una boda familiar en el barrio de Queens y la persona que se sentó junto a él resultó ser de aquella región indonesia. "¿Y qué lenguas habla?, le pregunté. Y me dijo: ¡mamuju!", recuerda el investigador. El hombre se llama Husni Husain, tiene ahora 70 años y es la única persona en Nueva York y una de las pocas del mundo que habla este idioma. Ni siquiera lo puede practicar con su mujer, que es de otra región, ni con sus hijos. El único momento para hablarlo en cuando habla por teléfono con su hermano. Para evitar que se pierda este patrimonio cultural, Kaufman ha grabado sus conversaciones con Husain. "Puede que sea la primera vez", insiste, "en que alguien ha grabado en vídeo a alguien hablando esta lengua".
Kaufman y su equipo tienen claro que Nueva York es un punto caliente en el que perviven "lenguas que no van a estar ahí dentro de 20 o 30 años". No solo encuentran hablantes de lenguas nativas americanas, sino de idiomas como el chamorro (de las islas Marianas), el neo-arameo o el caldeo. Las posibilidades de encontrar a un hablante de vlashki, una variante del istrorrumano, son mayores en Queens que en las remotas aldeas de Croacia, según The New York Times. En el Bronx, por ejemplo, se dan misas en garífuna, una lengua de los descendientes de los esclavos que se habla en Centroamérica y Caribe. "En el barrio donde uno vive", confiesa uno de los miembros de la asociación Umalali Garifuna emigrado a EE.UU., "todos los amigos hablan español y uno lo deja por ahí. Hasta que llega a este país; aquí todo el mundo quiere hablar garífuna".
Uno de los motivos de esta anomalía por la que hay más hablantes de una lengua en Nueva York y otras ciudades que en su lugar de origen son los conflictos internacionales. La UNESCO insiste en que esta es una de las causas por las que la mitad de las 6.500 lenguas del planeta podrían desaparecer en un breve plazo. Algunos refugiados de la guerra de Darfur que viven en Nueva York están tratando de recuperar lenguas como el masalit, de la que queda menos de una decena de hablantes. En un barrio de Queens se intenta recuperar el ormuri, que apenas hablan unas cuantas personas en Pakistán y Afganistán, y al norte de Nueva Jersey una pequeña comunidad de emigrantes sirios mantienen el neo-arameo para practicar sus ritos ortodoxos.
Otras instituciones realizan trabajos de recuperación para conservar este legado cultural imprescindible y que ninguna lengua desaparezca sin dejar rastro. Wikitongues, por ejemplo, es un proyecto colaborativo que pretende registrar grabaciones de personas hablando en todos los idiomas del mundo. Google puso en marcha hace unos años su ambicioso "Proyecto de lenguas en peligro de extinción", en el que facilita una plataforma para que los usuarios busquen y compartan información sobre idiomas en riesgo de desaparición. A veces esas lenguas en peligro no están tan lejos como podemos creer. En los archivos del proyecto Google uno puede encontrar, por ejemplo, grabaciones de hablantes del aragonés y sus distintas variantes, como el aragonés chistabino, hablado en el Bal Chistau (Vallae de Gistain).
Con sus escasos 11.000 hablantes, el aragonés es una de las lenguas consideradas por la UNESCO como en peligro de desaparición, al igual que el asturleonés. La intervención mediante programas de recuperación ha permitido mejorar la situación de algunas de estas lenguas, e incluso reflotar algunas que estaban al borde de la muerte. Es el caso del Miami-Illinois, una lengua indígena algonquina que había desaparecido prácticamente del Medio Oeste hasta que en 2002 un miembro de la tribu Miami de Oklahoma recuperó los manuscritos históricos y colabora ahora con distintas instituciones para reintroducir el idioma.
Algo parecido sucede con la lengua Rapa Nui, desaparecida de la isla de Pascua, que algunos especialistas quieren devolver a la vida enseñándola a los niños, o con el guanche, que el profesor español de la Universidad de Cádiz, Mohand Tilmaltine, propone recuperar en Canarias. Si a alguien le parece descabellado recuperar estas lenguas muertas, que piense que el hebreo moderno resurgió con una de estas iniciativas en el siglo XIX. Otras veces, como ocurrió con el roncalés hablado en el valle de Roncal, en Navarra, el final es mucho más triste. En 1991 murió en Pamplona Fidela Bernat, la última hablante de este dialecto del euskera del que ya solo nos quedan sus grabaciones. Nadie llegó a tiempo para rescatarlo.
Referencias: New York, a graveyard for languages (BBC) | Listening to (and Saving) the World’s Languages (The New York Times)