Ninguno de los fichajes que se haga este año supondrá algo parecido a lo que fue Di Stéfano para el Real Madrid. Tampoco serán equiparables, dicho sea de paso, a lo que fue la Saeta para el fútbol. No es cuestión de ensalzar sin más al que aún muchos defienden como el mejor jugador de siempre, es que en su caso, además, hablamos de un mito fundacional, alguien que cambió para siempre los registros del deporte español, del club que le tuvo como estrella y también del fútbol europeo.
Luis Suárez, que se acerca al Barça, costará cerca de los 80 millones. Es mucho dinero, mucho más de lo que podríamos imaginar teniendo en cuenta que Guardiola en su día defendió que el club de la ciudad condal no aspiraba a fichar por las cifras en las que el Madrid se mueve. Eran los tiempos en los que hasta el obispo de Barcelona criticaba la prodigalidad de los rivales. Aquello era una farsa, el problema no era el dinero que se pagaba sino el club que lo hacía. Ni más ni menos.
El caso es que Suárez, gran jugador de fútbol, no podrá cambiar los hábitos del Barcelona. No es su culpa, por grande que sea llegará a un lugar por el que ya pasaron antes Kubala, Cruyff o Maradona, por no contar a Messi, que no se ha ido aún. Por bueno que sea solo podrá ser uno más. Igual acerca algún título, a buen seguro verá puerta, será importante si Luis Enrique consigue racionalizar el talento que tendrá en la plantilla. Pero no dejará de ser uno más.
Si James llega al Real Madrid será parte de una estirpe única, la de Di Stéfano. Costará mucho dinero, una cantidad probablemente excesiva. Será importante para ganar títulos, marcará goles, su nombre será coreado en la grada. Pero por más cosas que haga no podrá aspirar a ser ese mito máximo blanco, pues esa plaza está tomada y nadie va a poder cambiarla.
Nadie podía prever lo que Di Stéfano iba a ser para aquel equipo que sólo tenía dos ligas en su haber y no precisamente recientes. Si todos hubiesen sabido lo que iba a pasar después el Barcelona no hubiese renunciado a los derechos que tuvo por el jugador y el Madrid hubiese maniobrado aún más para que aquel tipo que jugaba en Colombia por los enigmas del fútbol de la época recalase en el recientemente construido Chamartín.
Si el precio de un jugador se tasase no en el momento de la compra sino en el de la salida del club, por los servicios prestados, estaríamos hablando de el jugador más caro de siempre. Cierto es que Maradona, años después, llegó al Nápoles y lo convirtió en un grande con la sola ayuda de su zurda. Sería también muy valioso, pero no alcanzaría lo de don Alfredo, que llegó a un equipo más y lo dejó como la máxima referencia del fútbol mundial, un sitio del que no ha salido 60 años después. Cinco Copas de Europa ganó, con goles en sus cinco finales. Cinco más venció el equipo sin él en el campo.
Algún economista podría intentar tasar todo lo que supuso aquel convulso fichaje. Ver el valor que tenía el club cuando llegó y el que adquirió cuando se fue. Serían números sin más, que se unirán a sus títulos, a sus goles y nunca conseguirían poner en relieve al mito. La gracia del fútbol es esa, que la leyenda vive en la memoria, que se contagia, que es contada de padres a hijos y no necesita de más apoyo que la memoria para seguir viviendo.
Ha muerto Di Stéfano y los vídeos, según cuentan los que iban a verle cada quince días a Chamartín, no hacen justicia a su enormidad. Se ha ido cuando el fútbol centra el universo, en medio de un Mundial, como también lo hiciera Bernabéu en el 78. Llora el madridismo al que fue su estrella, su entrenador, su presidente de honor. Queda para siempre la leyenda.