Sin salirse de la religión del partido a partido, el Atlético se encuentra otra vez delante de la cita más en rojo de su calendario. Ese cruce con el Real Madrid que durante años le ha venido tan grande. La fecha de la última victoria rojiblanca en Liga se sigue remontando a octubre de 1999. Lo que pasa es que el 17 de mayo está ahí al lado, inmortal en el subconsciente de jugadores y aficionados: el triunfo en la final de Copa, las intervenciones milagro de Courtois, la liturgia de Koke dejando en el círculo central la bandera, la sonrisa del hijo de Miranda ajustando cuentas pendientes en el colegio. La noche más grande de los colchoneros.
Lo que se mide este sábado en el Bernabéu es si efectivamente ese reciente episodio copero despejó para siempre los miedos, la fragilidad y los complejos que han paralizado sistemáticamente a los colchoneros en los derbis. O si por el contrario, a la que se regresa a la normalidad liguera, el Madrid vuelve a sentirse el hermano mayor y el Atlético acusa de nuevo su crónico temblor de piernas.
La estadística de resultados está ahí, bien colocada del lado madridista. Pero los ojos hoy descubren otra cosa. Un Atlético, invento de Simeone, que pasa por ser el equipo más en forma del campeonato. Competitivo como ninguno, ambicioso, hambriento, constante, intenso, certero, fuerte, seguro, intimidador, incansable y ganador. Y mentalmente una roca, justo la característica que más echaba de menos hasta esa final de Copa en los enfrentamientos con el máximo rival.
Enfrente, un Madrid aturdido. Por el estruendo desatado tras la calamitosa actuación de Muñiz en Elche y también por su propio juego. Ancelotti no pudo ser más explícito: “Jugando como esta noche no vamos a ganar el derbi”. Está inquieto, no le gusta todavía cómo se comportan sobre el césped los suyos. Donde el Atlético es un equipo hecho y convencido, el Madrid es un proyecto sin construir y con acento dubitativo. La defensa no cierra bien, el centro del campo no equilibra (extraña a Xabi) y sólo vive de las soluciones individuales en una punta y otra del campo: las paradas de Diego López, la delicadeza de Isco y la contundencia de Cristiano.
Pero esto es un derbi, que no entiende de atenuantes y agravantes, de lógica, mucho menos de pronósticos. Es más un combate de cabezas que un partido de fútbol. Una sesión en el psicoanalista que unos se acostumbraron a vivir como una tortura y otros como una tarde de balneario. Hasta que llegó esa final de Copa de la que ahora verdaderamente se miden sus consecuencias. Es un examen. Sobre todo para el Atlético.