A Diego Costa nunca le duele. Sale al campo convencido de que el castigo físico forma parte del juego. Y ni siquiera lo asume con resignación, sino casi como estímulo. Detrás de una patada hay una falta o un penalti, un paso adelante para su equipo. Y choca y da y recibe y combate. Y vuelve a chocar y a dar y a recibir y a combatir. Y nunca le duele, o nunca lo parece. Incluso aunque le escupan o le pisen por detrás. El fútbol, según Costa: entre el gol o la vida, el gol.
Y por eso no lo dudó cuando el pase envenenado de Adrián le colocaba en la disyuntiva. No pensó en el minuto siguiente, en el partido siguiente, en la eliminatoria con el Chelsea, en el pitido final del Camp Nou, en el Mundial. Entre el gol o la vida, el gol. Da igual que el Atlético ya fuera ganando y apenas le quedaran minutos al reloj. El delantero español se lanzó a por la pelota sin atender a que la física le condenaba a empotrarse contra el poste. A jugarse la pierna, a llevarse su futuro por delante. Da igual. Entre el gol o la vida, el gol.
Y esta vez sí le dolió. El futbolista al que nunca le duele nada, se retorció en el suelo. Se bajó la media y enseñó al mundo un chorro de sangre. Koke llamó con urgencia a las asistencias mientras Filipe contemplaba desencajado la pierna de su compañero. Diego Costa se quejaba, gritaba, lloraba, se dolía. El doctor Villalón recomendó la sustitución al primer vistazo. El jugador abandonó el campo en camilla tapándose las manos con la cara, la peor de las señales, un mensaje que hablaba de algo más que del puro dolor. Una ambulancia se ponía en movimiento. El drama.
De pronto todo se volvió pesimismo. El ciudadano atlético empezó a pensar en el próximo partido, en la eliminatoria con el Chelsea, en el pitido final del Camp Nou. El ciudadano español empezó a pensar en el Mundial. A lamentar un fin de curso sin Diego Costa. Y todo por un simple e intrascendente gol. Qué más da que hubiera fallado antes un penalti o que las provocaciones de los defensas del Getafe (encajadas sin mucho cerebro, eso también es verdad), le hubieran sacado del partido. Entre el gol o la vida, nadie debería tener dudas. Hasta que el club, calmando el alarmismo patrio, anunció con celeridad que sólo se trataba de un golpe en la tibia. Una herida y poco más. "Un corte más para el tigre no es nada", resumió Simeone.
Pero el gesto ya se sube a la leyenda de este equipo empeñado en pasar a la posteridad: entre el gol o la vida, el gol. Eso es el Atlético. Eso es Diego Costa.