Hay un dato que asusta, una coincidencia mala del maldito destino pero que hiela la sangre. Fernando Martín y Dražen Petrović, presumiblemente enfrentados en aquella final de la Recopa de Europa de 1989 a pesar de vestir la misma camiseta, la del Real Madrid, tuvieron demasiados puntos en común, incluida la forma de fallecer. Ambos saltaron a la NBA desde el Real Madrid, ambos lo hicieron en los Portland Trail Blazers (aunque con distinta fortuna) y ambos, separados en apenas cuatro años, perdieron su vida en la carretera. Fernando Martín, en diciembre de 1989 cuando acudía a un partido del Real Madrid; Petrovic, el 7 de junio de 1993 cuando viajaba por las carreteras alemanas. Petrovic, ese día, como sucede en muchos de estos casos, no debía encontrarse en ese lugar, pues su destino inicial era subirse a un avión para volver desde Polonia a Zagreb con la selección croata, que había conseguido el billete en el PreEuropeo para el primer Eurobasket de su historia. 'El genio de Šibenik’ optó por seguir por su cuenta y disfrutar de unos días libres antes de preparase para jugar el mencionado Eurobasket de 1993 que, cosas de la vida, era precisamente en Alemania.
El fallecimiento de Petrović destrozó a una nación, la croata, que había cumplido apenas dos años como estado desde su proceso de independencia de Yugoslavia. La atroz parte de la historia de la Guerra de los Balcanes, con buena parte de Europa mirando para otro lado, trajo el nacimiento de varios países. Todo el drama de la contienda entre vecinos lo sufrió Petrović en sus propias carnes. Él representó a Yugoslavia hasta 1990, cuando ganó el Mundial de Argentina y, en las celebraciones, un aficionado saltó a la pista con la bandera de Croacia, arrebatada rápidamente por Vlade Divac. Aquello marcó la relación para siempre entre dos hermanos, dos amigos: el serbio Divac y el croata Petrovic.
Con Yugoslavia Petrović ganó el bronce en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 — los de la plata de España, que precisamente aplastó a los balcánicos — y la plata ante la URSS en Seúl 1988. Además, un oro en el citado Mundial de 1990 y otro entorchado en el Eurobasket de 1989. Muchos nos preguntamos sobre el hecho de si Yugoslavia hubiese permanecido unida hubiera podido derrotar al Dream Team de Estados Unidos, en los Juegos de Barcelona 1992. Nunca lo sabremos, pero lo que sí supimos es que Croacia, inferior a los Michael Jordan y compañía, dio de la cara en la final de esos juegos de Barcelona y se llevó la plata. Una plata de una selección recién nacida, con todo el futuro por delante, con los Petrović, pero también Toni Kukoc, la maravilla a la que esperaba en Chicago y a la que Jordan atemorizó en el primer partido que midió en esos Juegos a los croatas y a los estadounidenses.
Sin embargo, la carretera cercenó la vida del que podía ser, si no lo era ya, el mejor jugador de la historia de Europa. Aunque estos debates dan para largo, por contextos y épocas, siempre nos quedará saber hasta dónde pudiera haber llegado este obseso del baloncesto que perdió la vida a los 28 años, casi la misma edad, por cierto, que tenía Fernando Martín cuando falleció (27 años).
Un dominador de la Europa de antes
Los 80 en el baloncesto europeo son sinónimo de Yugoslavia y también de equipos como la Cibona de Zagreb. Ahí edificó Petrović su leyenda y por eso el Madrid firmó al irredento jugador, que le había amargado noches y noches en el Viejo Continente, que le había cerrado el paso en alguna que otra Copa de Europa. El joven de pelo ensortijado Petrović, el rebelde, cumplió los pasos que debía. Lo reventó en la Cibona, en esa Cibona de la Yugoslavia de los 80, imaginen esos pabellones, esos viajes. Tras ganar dos Copas de Europa con los croatas, el Madrid pensó que aquel adolescente del que a finales de los 70 decían que su nombre se escucharía en toda Europa — como así fue — tenía que irse a su lado. No podemos batir al enemigo, pues lo fichamos.
El resultado fue el año de Petrović, la ‘Liga de Petrović’, temporada 1988-89, curioso nombre para un torneo que no ganaron los blancos, sino el Barcelona. El Madrid, eso sí, se llevó la Copa del Rey y la Recopa de Europa, aquí con los históricos 63 puntos del ‘Mozart del baloncesto’ ante el Snaidero Caserta, en una batalla legendaria contra Oscar Schmidt, 'Mano Santa', que se fue hasta los 44 puntos. La vuelta de aquel avión desde Atenas, pongan parte de leyenda aquí en lo que quieran, dicen que fue tensa porque Petrović se chupó todas y hubo recelos. Muchos. Algunos.
Petrović estaba listo para un nivel superior. La NBA y la distancia entre ambos mundos, el de allí y el del baloncesto FIBA, no tiene nada que ver con lo de ahora, pero sí había un punto en común: si te querían desde los Estados Unidos y tú te querías ir, poco había que hacer. Petrović dejó de aquella manera el Real Madrid tras solo un curso, al que la faltó el cetro de la ACB, y se unió a los Blazers. Había dominado Europa, refrendado con ese Eurobasket de 1989, e iba a dominar el mundo en aquel Mundial del 1990. La Vieja Europa, que se deshacía entre el deshielo de la Guerra Fría y el horror de los Balcanes, se le había quedado competitivamente pequeña.
A los 28 años, como agente libre en la NBA y tras unas temporadas en ascenso tanto en los Blazers como en los Nets, que se decía le iban a ofrecer en ese verano del 93 un contrato como nunca antes había disfrutado ningún europeo, Petrović estaba listo para dar el salto definitivo en la NBA. Camino iba. Nunca sabremos qué hubiera sucedido, pero no nos cuesta imaginar, con mucho dolor, a un hombre que ahora, en 2023, estaría cercano a los 60 años, quizá como entrenador, quizá como presidente de algún club o federación, quizá ajeno a todo, pero con una historia detrás de triunfos, también en la NBA. Una historia que se dejó de escribir el 7 de junio de 1993. Y como demasiadas cosas en la vida, no fue justo. No es justo.