“Mi papá está cambiando el fútbol”. La frase de Giovanni Simeone, delantero de River Plate e hijo mayor del entrenador del Atlético, suena exageradamente presuntuosa. Amor de sangre. Pero, bien mirada, la sentencia no está tan lejos de la realidad. El Atlético es otro desde que el Cholo tomó las riendas, la Liga española es otra desde que se animó a competirla, las finales europeas han cambiado radicalmente de protagonistas y hasta los principios tácticos que parecían indiscutidos ahora cuando menos son sometidos a debate. Si no ha cambiado el fútbol, Simeone lo ha puesto patas arriba. Y ha invertidos las tendencias y las modas.
Y ese papá que ha cambiado el fútbol, que ya presume de una Liga Europa, una Supercopa de Europa y una Copa del Rey, torneos celebrados como mayores por los que han vuelto a entender que el Atlético se mide en títulos y rebajados a menores por los que con mucho más dinero han festejado menos, está ya sí a un paso de hacer balance de su irreverente asalto al poder. Tiene a tiro incluso dormir campeón ya el domingo por la noche, reventar defnitivamente todas las apuestas de principio de temporada. Y también el riesgo de condenarse a quedarse sin uñas durante una semana, la liturgia previa al desenlace de Liga más reñido y directo que se recuerda. Si el Barça no tropieza en Elche, el encuentro del próximo domingo en el Calderón será con la aritmética y el calendario en la mano el no va más, el partido del siglo, el final de Liga de todos los tiempos. Otra prueba de que ese “mi papá está cambiando el fútbol” no está tan mal tirado.
De modo que la revolución más significativa de los últimos tiempos y la decadencia evidente del mejor equipo de la historia pueden reunirse paradójicamente en el mismo sitio. Cruyff dice alto que el título lo merece el Atlético, algo en lo que coincide todo una el universo. Pero quién sabe si al final se lo lleva el Barça. Y es precisamente esa ilógica para determinar los desenlaces la grandeza del fútbol, su elemento diferenciador de todos los demás deportes. Y eso no lo puede cambiar ni el Cholo.