España es un país en el que primero se buscan culpables y luego soluciones. En el que la envidia es deporte nacional. Y su Selección de fútbol es el mejor ejemplo. No se engañen, nadie es de España. No existe el España Fútbol Club. La gente es del Real Madrid, del Barcelona, del Atlético, del Betis o del Athletic. La Selección es un mal necesario. Y digo ‘es' porque ahora que vuelve a perder, se ha producido una deserción en masa que devuelve a la Selección su viejo rol de arma arrojadiza. Empezando por muchos medios de comunicación y periodistas. Y lo criticable no es que hayan desertado, lo censurable es que cuando se ganaba, actuasen como forofos que idolatraban y adoraban ese vellocino de oro que dieron en llamar la Roja. Perdido el oremus han pasado de defensores a fiscales.
España nunca fue el equipo de todos. O quizás sí lo fue. Cuando ganaba. Jamás se vieron más banderas de España y más camisetas que cuando ganó las Eurocopas y el Mundial. Hasta los diarios deportivos tenían promociones con productos de la Selección. España vendía periódicos, España era rentable. La Roja la alumbró Luis Aragonés y la crió Vicente del Bosque. Tanto monta, monta tanto. Pero hasta en eso se generó un guerracivilismo teñido de rivalidad de club tan típico de este país.
España ganó la Eurocopa en 2008 ofreciendo alguno de los mejores partidos que recordaremos jamás, como la semifinal ante una esplendorosa Rusia. Ganar, ganar, ganar, ganar, ganar y ganar. Luis le dio los galones a Xavi y convenció a Fernando Torres y a Villa que eran delanteros de nivel mundial. El equipo comenzó a crecer alrededor del balón y rompió el maleficio de los cuartos ganando los penaltis a Italia con la parada de Casillas. O de ganar a los imbatibles alemanes con el gol de pícaro de Torres. Aquello hizo creer a muchos que el fútbol era un deporte de once contra once y el balón siempre estaba en los pies de España. Pasamos del ‘jugamos como nunca y perdimos como siempre’ al ‘soy español, ¿a qué quieres que te gane?'.
El Mundial fue el siguiente paso. Empezamos perdiendo con Bélgica, lo que sacó a flote ese catastrofismo hispánico alimentado por la envidia contenida. Del Bosque no valía, Del Bosque no sabía, Del Bosque no podía. Pero pudo. Y pudo porque convenció a sus jugadores de que eran mejores que los demás. Eran once nadales en el campo. Y ganaron todos los partidos por la mínima. Señal de su fortaleza mental. Con un Casillas angelical, con Ramos, Puyol y Piqué imperiales, con Xavi, Busquets, Xabi e Iniesta monopolizando el balón y con Villa y Torres afilando el fútbol. Esa generación ofreció partidos históricos, más que brillantes. Pero llegó a la final y la ganó. La ganó por la parada del denostado Casillas, por las decisiones del vilipendiado Del Bosque y por el gol del renqueante Iniesta.
La mejor generación de la historia del fútbol español se enfrentó al desafío que nadie había conseguido en la historia del fútbol. Enlazar Eurocopa-Mundial-Eurocopa. Y lo hizo con el balón en los pies demostrando al mundo que ganar es más fácil jugando bien. En la segunda Eurocopa, la de Polonia y Ucrania, hasta Del Bosque se quitó el estigma de "tener una flor" con un triunfo esplendoroso en la final ante Italia (4-0). Porque este país es el único capaz de discutir al seleccionador que les ha llevado a ganar el Mundial. El único Mundial ganado, por cierto. Y tiene pinta que el único que ganará en un tiempo.
El juicio inescrutable del paso del tiempo ha revelado que España ha disfrutado de una generación majestuosa de futbolistas que coincidieron en su plenitud y a los que la suerte sonrió. La suerte que apareció en los penaltis de Italia en la primera Eurocopa, en el que falló Paraguay en cuartos del Mundial o en los penaltis de la semifinal de la segunda Eurocopa. Pero por encima de eso, había un equipo que no volverá a reunirse nunca en un campo con ese dominio arrollador del juego.
Desde entonces Del Bosque trata de apadrinar una relevo generacional condenado al fracaso. Porque es imposible mejorar, si no hasta igualar, la Excelencia. Vicente ha hecho debutar a 56 jugadores. ¿Cuántos de ellos tendrían hueco en aquel equipo? La respuesta es sencilla: ninguno. No ha salido un 9 de la entidad de Villa ni otro Xavi ni un Iniesta o tan siquiera un Busquets, menos exuberante pero igual de indispensable. Hay jugadores que han despertado la ilusión como Isco, Morata, Alcácer o Carvajal. Pero España vuelve a ser un equipo vulnerable. Ha perdido su aura. Y eso lo saben los rivales, que ahora le han perdido el respeto a España. Sean Argentina, Alemania, Francia, Holanda o Eslovaquia.
España ha dejado de ser el equipo de todos. Si es que lo fue en algún momento, más allá de aquel 11 de junio en Johanesburgo. La estrella que lleva en el pecho Vitolo, Juanmi, Mario Suárez o De Gea no es más que un mérito ganado en otras batallas y en otras guerras. Guerras en las que todos combatimos juntos en nombre de España (y de la victoria). Ahora España pierde y todos señalan a Del Bosque. Futbolísticamente hay mucho reproches posibles, tantos como jugadores han debutado, futbolistas que tienen que dar el paso que dieron en su día Xavi y compañía. Y cuando lo hagan y empiecen a ganar, esta España cainita y demagógica se volverá a calzar la zamarra de la Roja.