No es plan de renegar ahora de La Roja, de perderle la fe al primer escarmiento importante. Pero tampoco de cerrar los ojos y echarle la culpa a Ferrari, que es lo recurrente en estos días cuando el nuestro no obtiene el resultado deseado. España fue apalizada por Brasil, mejor en todos los minutos del partido y en todos los rincones del campo. En lo físico y en lo táctico. En lo técnico y en lo anímico. En actitud y en valor. La Copa de Confederaciones sigue siendo un cetro sin conquistar y Brasil un adversario sin someter. A la mejor España de la historia le sigue faltando algo en el zurrón.
Hubo un punto de traición en la derrota, eso es verdad. Porque por primera vez España no pensó en sí misma al construir la alineación, ya sea priorizando el juego o los galones, sino en el contrario. Se renunció a un centrocampista tocón y llegador para incorporar a alguien también vivo pero de banda que se preocupara de tapar las presumibles subidas de Alves. Algo menos nocivo en lo futbolístico (Mata tiene calidad de sobra) que en el mensaje. Se trazaba un plan condicionado por el rival, menos pendiente de jugar personalmente mejor que de impedir que lo hiciera el equipo de enfrente. Con nefasto resultado, además. Porque España jugó mucho peor que otras veces, sí; pero a cambio el contrincante no se encogió. Todo lo contrario.
Cuesta entender también por qué Del Bosque renunció radicalmente al formato que mejores resultados le dio. La primera hora de juego ante Uruguay fue la mejor de toda su etapa como seleccionador. Y sin embargo no volvió a insistir en ella en el tramo de la verdad del campeonato. Frente a Nigeria le retiró el saludo a Soldado y a Cesc (que había sido el primer día) y ya no volvió a contar con ellos. Lo que no funciona no se toca, recomiendan. Pero España lo hizo.
Algunos futbolistas quedaron especialmente señalados en la debacle de la final. Como Arbeloa, que ya desentonaba en los días de gloria, y ayer completó una de esas actuaciones de las que cuesta levantarse, que casi casi jubilan. Fue sustituido en el descanso, inequívocamente señalado por un entrenador cuidadoso con la diplomacia y muy dado a huir de las decisiones que pongan a sus futbolistas en situaciones comprometidas. Pero ninguno de los españoles (salvo Iniesta y después Navas) se libran del suspenso en una cita que rebajó en líneas generales el prestigio de la selección. Scolari también barrió en el combate de banquillos a Del Bosque. No fue sólo cosa de los nombres ni de dibujo (no vuelvan ahora con su cantinela los amantes del doble pivote; esa batalla ya estaba superada). España perdió en todo. Brasil se la comió.
Y el que más ganó fue Neymar, que deja una participación estelar en la Copa de Confederaciones. Pero sobre todo una final de futbolista grande, grande. Mayor. Con talento y carácter, con desborde, pase y gol, dominador absoluto de la pelota con inventiva, atrevimiento e intención. Un crack que entusiasma e intimida. Maracaná acabó a sus pies. Definitivamente el Barça ha fichado un fenómeno.