María de Villota era una mujer joven (33 años) que en julio de 2012, de un plumazo, perdió su profesión –piloto de F1-, un ojo, algunas facultades y… conservó la vida. Lejos de compadecerse de sí misma, interiorizar lo ocurrido e incluso amargarse para los restos, María salió del hospital con una sonrisa radiante y perenne. Una sonrisa franca y vital con la que relataba, por ejemplo, cómo en Inglaterra, tras el accidente sufrido a bordo de un F1, llegaron a preparar su certificado de defunción. Y lo contaba sonriendo.
Eso es lo que impresionaba de María. Porque esa sonrisa resplandecía en un rostro surcado de cicatrices e iluminaba cualquier salón de actos, mesa redonda o estancia por las que ha ido dejando en los últimos meses un rastro de vida imborrable.
La noticia de su repentino fallecimiento en Sevilla es un impacto. Una de esas piruetas macabras del destino apenas tres días antes de la presentación de un libro cuyo título, “La vida es un regalo”, es el mejor legado de una mujer luchadora y vitalista.
María fue un ejemplo en la pista –sólo ella y sus contadas compañeras de volante saben lo que significa ser mujer en un deporte de hombres- y, tras el accidente, un ejemplo diario para todos. Decidió levantarse, se dedicó a dar ánimos y apoyo a los que sufren y ha escrito un libro que, sin haberlo leído aún, debería ser manual de cabecera para afrontar cada amanecer con una sonrisa.
María se ha ido, pero nos ha dejado un regalo: la vida.