Posiblemente fuera una cuestión de vanidad, una sobreactuación innecesaria de Ancelotti por demostrar quién manda aquí. Una infantil manera de despejar al patadón esa teoría montada alrededor de su fichaje de que iba a tener que rendir pleitesía a los pesos pesados del vestuario y componer alineaciones al dictado. Si eso es lo que ocurrió en la decisión de mantener a Casillas en el banquillo el primer día (suplencia que sería corregida en la próxima cita), el técnico italiano lejos de exhibir personalidad habría hecho todo lo contrario. Demasiada preocupación por el qué dirán para manejar un portaaviones como el Real Madrid.
Pero las razones concretas por las que Ancelotti llenó de ruido su arranque no las supo exponer o no las quiso compartir. Simplemente sujetó la medida en pequeños detalles que no especificó. Deslizó que tiene carácter provisional y sí avanzó que antes de hacerla oficial la comentó con el afectado. Una deferencia con el capitán que refuerza la tesis de que, pese a lo que se pretende imponer desde determinadas tribunas, la suplencia de Casillas no es una asunto para despachar de manera protocolaria.
Iker Casillas en el banco no es una imagen que se pueda asumir con naturalidad por más que se prodigara en la era Mourinho. Como no podría adquirir rasgos de normalidad la suplencia de Cristiano o de Sergio Ramos. Son jugadores que, se pongan como se pongan, están en un escalón superior. Los hay en todos los equipos. Y que generan sobresalto cuando se prescinde de ellos. Si los motivos fueran tan irrelevantes, qué problema habría en revelarlos.
Si fuera una simple cuestión de preferencias, que Ancelotti ve mejor a Diego López que a Casillas, como vocean los palmeros crónicos, el técnico comprometería su criterio futbolístico. Más allá de las filias y fobias fomentadas en el trienio anterior, sí hay un consenso general en el balompié sobre quién es el mejor guardameta del mundo. Al menos de los tres mejores. Si Carletto reconociera que se trata de eso, habría que reconocerle la valentía, pero discutirle el gusto.
Pero Ancelotti no se animó con una explicación. Lo que facilitó la circulación de todo tipo de hipótesis, incluso la de quien sostiene que el técnico se dejó influir o amedrentar por esa fiebre tuitera desatada la víspera del partido (atribuida a la yihad mourinhista) reclamando la titularidad de Diego López. También hubo versiones que trataban de echarle un cable al nuevo preparador: no juega Casillas porque ha hecho menos pretemporada (recuperando unas palabras del técnico en la previa) o porque viajó con la selección hasta Ecuador. ¿Y entonces por qué sí jugó Sergio Ramos?
No, no es fácil llegar a una razón convincente o que no incurra en contradicción. Hay quienes comprarán cualquiera aunque no se la den, tipos que son capaces de aplaudir y defender al mismo tiempo que Del Bosque le diera la titularidad a Iker el miércoles contra Ecuador y que Ancelotti se la quitara el domingo frente al Betis. Hay otros que no, que se han declarado anticasillistas de por vida y que celebran sus malas noticias siempre. Son los que ayer estaban más felices. El caso es que el asunto que agitó el día a día en el Bernabéu el curso pasado sigue vigente. Y seguirá así pase lo que pase. Porque alrededor de Iker se va a lidiar domingo a domingo la división aún no resuelta del madridismo. Al pacificador de momento le va la marcha.