Seguramente el presidente del Barça, Joan Laporta, pretendía con su explosiva comparecencia de este lunes descargar la responsabilidad de la ruina del club sobre los anteriores directivos, encabezados por ese Josep María Bartomeu que no pasará a la historia como el mejor gestor sino quizás como el peor. Pero, amén de mostrar la ruina de las arcas culés, el máximo dirigente azulgrana también evidenció mejor qué nunca las vergüenzas del fútbol actual.
Los números esgrimidos por Laporta asustan hasta al más confiado de los seguidores barcelonistas. Una deuda total de 1.300 millones de euros (y deuda neta de 551). Unas pérdidas de 481 kilos. El club debe a los bancos la friolera de 673 millones. Por ahora, las cuentas del Barça suscritas por Ernst and Young lo mantienen como "empresa en funcionamiento". O sea, el club azulgrana está arruinado pero no quebrado (todavía). Será difícil que quiebre, pero nada es imposible y menos en el fútbol actual.
Para explicar por qué ha sucedido esto, el actual presidente azulgrana no escatimó en dardos a los antiguos gestores del club. Aportó datos que causan entre sonrojo y estupor. Así, denunciaba que "nos encontramos una política de fichajes y de salarios errónea; es una pirámide invertida: los veteranos tienen contratos largos y los jóvenes, contratos cortos. (...) La reducción de salarios de la que presumían los anteriores gestores no fue tal, porque ese dinero nos la encontramos luego en formas de primas de finalización de contrato, por ejemplo". Contaba también cómo tuvieron que pedir un crédito puente de 80 kilos a Goldman Sachs para poder pagar las nóminas. O cómo los arreglos en el Camp Nou se han hecho de milagro.
Comisiones increíbles insertas en contratos leoninos, primas de fichajes multimillonarias para agentes a los que quizás mejor sería llamar timadores, negociaciones extremas con los bancos para sobrevivir, obras en los estadios que penden de un hilo, extrañas batallas sobre derechos televisivos... Así está el fútbol actual
Entre crecido y abochornado -curiosa mezcla, pero posible-, Laporta ponía ejemplos aún más demenciales. "Por un fichaje de 49 millones de euros, se pagó una prima de compra de 8 millones y una prima de venta de dos millones". "A una persona se le pagaban 8 millones de euros por controlar fichajes en Sudamérica", en cristalina alusión a André Cury, responsable de captación de talentos en esas latitudes (parece que más bien tenía talento para captar mucho dinero). "Se saltaban todos los controles internos: se fraccionaban facturas para que no pasasen controles internos del club, como en el 'Barçagate' y el Espai Barça. También se fraccionaba la deuda para no pasar por la asamblea". Es decir, despilfarro, oscuridad y tal vez corrupción.
Por supuesto, tamaños errores del Barça no son estrictamente extrapolables al resto de clubes, porque otros han hecho los deberes a tiempo, han jugado mejor sus cartas o han tenido más suerte. Pero, en todo caso, los comportamientos expuestos por Laporta no suenan estrambóticos a los amantes de este deporte que estén medianamente informados. Diríase que en el bochornoso caso del club azulgrana confluyen casi todos los síntomas de una enfermedad que es común al menos en el balompié europeo.
Comisiones increíbles insertas en contratos leoninos, primas de fichajes multimillonarias para agentes a los que quizás mejor sería llamar timadores, negociaciones extremas con los bancos para sobrevivir, obras en los estadios que penden de un hilo, extrañas batallas sobre derechos televisivos, corrupciones silenciadas, Superligas nonatas, etcétera. Así está el fútbol actual. Un negocio manejado por tiburones que sólo quieren ganar más dinero. Un sufrimiento perenne para los pocos clubes que todavía siguen en manos de sus socios. Un paraíso para los jeques. Un insulto a la inteligencia.
Algo, quizás la conjunción de varios factores complejos, se ha hecho peor que mal en el fútbol para que hayamos llegado a esto. Pero nadie pagará por ello. Bueno, sí, pagarán unos aficionados que, al contrario de lo que solemos decir, no son los dueños de este tinglado, sino meros espectadores que cualquier día saldrán corriendo hacia otra parte, si es que no los echan antes.