Ya hace casi un año que Josep María Bartomeu dimitió como presidente del Barça. Básicamente en su legado habitan un sinfín de errores de bulto, algunos conocidos hace tiempo y otros descubiertos después. Cosas como dejar escapar a Neymar y luego fracasar al intentar su vuelta; perpetrar fichajes ruinosos como los de Dembelé, Griezmann o Coutinho; apostar por un entrenador como Valverde que no daba el nivel para el Barça por su escasa experiencia europea y luego destituirlo inopinadamente para sustituirlo por Quique Setién; sacarse de la chistera a Koeman para después no confeccionar el equipo que el holandés pedía; firmar un contrato insultantemente multimillonario con Messi; o regalar a Suárez a un rival directo como el Atleti sin tener un recambio.
Todos esos errores concatenados de la ominosa etapa de Bartomeu sirvieron para que el Barça acumulase una deuda elefantiásica que propició la ruina del club y la consiguiente marcha del mejor jugador en la historia del club. Un adéu traumático que todavía tiene conmocionados a la afición, la directiva y los jugadores. El resultado de los años de Barto como presidente es, en suma, un Barça hundido en los despachos que, según los datos hechos públicos por LaLiga, el año que viene podrá gastar 80 millones de euros en fichajes frente a los 800 que podrá gastar su máximo rival, el Real Madrid. Un panorama tenebroso que, claro está, tiene su eco en el terreno de juego.
De hecho, todo lo que pasa en el césped emana de alguna manera de lo que Laporta se encontró en las oficinas del club. Como si el desastre heredado en los despachos hubiera contagiado a los futbolistas. El azulgrana es ahora mismo un equipo deprimido y deprimente, sin alma ni espíritu, como paralizado, con algunos jugadores que deambulan por el campo como ánimas huidizas y que, para colmo de males, tampoco tiene suerte, porque si cualquiera observa fríamente sus derrotas ante el Benfica y el Atleti -la del Bayern es mejor ni analizarla-, comprobará cómo los culés fallaron ocasiones clamorosas en momentos decisivos de ambos encuentros. A lo que hay que añadir la mala fortuna por tantas lesiones de jugadores importantes.
La paradoja para el Barça es que necesita un relevo en el banquillo, sí, aunque solo sea como intento a la desesperada, pero al mismo tiempo no parece que exista un entrenador capaz de lograr el milagro que se necesita en este caso
El todavía entrenador del Barça es el culpable de algunas malas decisiones tácticas y técnicas. No posee el carácter más animado del mundo para dirigir a un equipo que necesita precisamente un vuelco emocional. Y es obvio que no cuenta con la confianza de sus propios jugadores ni de sus directivos, algo que suele ser sinónimo de fracaso en el fútbol. Por todo ello es obvio que ese vestuario necesita un revulsivo para al menos intentar salir del hoyo. Por eso más tarde o más temprano Koeman será destituido y en su lugar llegará alguien en busca de lo imposible.
La paradoja para el Barça es que necesita un relevo en el banquillo, sí, aunque solo sea como intento a la desesperada, pero al mismo tiempo no parece que exista sobre la faz de la tierra un entrenador capaz lograr el milagro que se necesita en este caso. Porque a raíz de la mala gestión económica y deportiva del pasado ahora mismo este es un equipo descompensado. En lo eminentemente futbolístico no hay un lateral derecho para el nivel de un equipo así, no hay recambios de garantías para los veteranos en horas bajas y no hay un nueve goleador.
En lo emocional, tan importante en este hermoso deporte, no hay jugador alguno que pueda hacer olvidar a Messi. Solo Fati puede ilusionar en alguna medida al personal, pero acaba de salir de una lesión larguísima. Con esos mimbres, negras perspectivas para los azulgranas. Laporta tiene fama de lograr empresas difíciles, pero el legado de Bartomeu no lo arreglan ni los dioses. A los culés nos queda el consuelo de que en el fútbol todo es posible.