Lo de Modric es una cuestión de naturalidad. Las cosas le salen sin aparente esfuerzo, donde otros ven castillos impenetrables, él encuentra jardines recreativos. Marcó el croata ante el Getafe, pero la jugada que le define no es ese tanto sino un pase a Di María unos minutos antes. Un enjambre de piernas entre él y el argentino, una mirada al tendido y un envío perfecto, sobrepasando a todos aquellos que se inmiscuían en el camino del balón. Quedó en nada, pero el arte no debe confundirse con la utilidad.
Y así discurren sus encuentros, poco a poco, pase a pase, carrera a carrera, porque también corre, mucho y bien. Es importante el cuánto, pero sobre todo el cómo, a Modric le sale de dentro lo de estar donde tiene que estar cuando sus rivales intentan hacer daño. La clave es saber de fútbol, una característica no tan común en la posición de mediocentro, por paradójico que parezca.
Modric, con su parecido físico a Cruyff de carta de presentación, hoy sonríe. Incluso ríe y cuchichea al forzar una amarilla para disputar el derbi (cumplirá suspensión contra el Elche). No siempre fue así. El año pasado tuvo un verano tortuoso hasta que consiguió fichar por el Real Madrid. Llegó fuera de forma y con la competición ya empezada, la modorra le acompañó durante sus primeros meses y sólo al final de año empezó a mostrar la realidad: es un superclase.
El punto de inflexión como madridista fue en Manchester. El Madrid buscaba un gol, casi desesperado, contra el United, que contaba con un jugador menos. Salió el croata, por aquel entonces aún una pieza accesoria, y rompió a jugar. No sólo eso, también marcó un golazo que clasificó a los blancos para la siguiente fase. Cambió el runrún por los aplausos, ganó su plaza en el equipo.
La transformación pudo empezar en Manchester, pero lejos estuvo de darse por concluida allí. En lo que quedaba de temporada siguió pasando largo tiempo en el banquillo, sin posición definida, esperando su oportunidad. En verano pocos confiaban en su buena estrella. Llegaba Illarramendi para reforzar el centro del campo, Isco para ser la chispa en la mediapunta. La lesión de Khedira abrió un hueco en el once titular, y, para el asombro de muchos, el puesto terminó para el liviano croata. Parecen de especies diferentes, futbolísticamente lo son, Modric sabe hacer lo de Khedira, pero es difícil pensar que al contrario pudiese resultar también.
Fueron pasando los meses y Modric se convirtió en imprescindible, quizá el mejor jugador del equipo en la temporada, sin duda uno de los ídolos de la afición, que corea en el Bernabéu su nombre. No se puede decir lo mismo de Bale, que contra el Getafe volvió a fallar. Cuando no hay gol es un cero, pues no aporta nada especial al juego colectivo. Está lento y torpón, una sombra de lo que puede llegar a ser, mucho menos de lo que se esperaba con tan suculento cheque de por medio. Bale, cariacontecido, puede darse la vuelta y mirar a Modric. Son amigos, vinieron del Tottenham, tuvieron que aprender lo que es el Madrid mientras recorrían el camino. Es el ejemplo a seguir.