El mejor defensa se volvió el mejor ataque. Y viceversa. Las cosas del fútbol. Miranda completó el peor cuarto de hora de su carrera y condenó al Atlético a su primera derrota en la Liga. El brasileño no es dudoso, casi al contrario es uno de los tres emblemas sobre el campo de los nuevos tiempos. Pero en Valencia su actuación recordó a los viejos, que tan olvidados parecían. El primer gol, en propio meta, fue delirante, absurdo, un prodigio de incomunicación. Es verdad que Moyá, que no es Courtois, salió a por uvas. Pero la culpa fue de Miranda oe, oe, oe, que metió la cabeza para enredar, ni siquiera para despejar. Y aumentó en su propia portería su arranque de curso goleador. No había nada en el centro del Valencia, pero esas cosas tan atléticas que ya no se veían se volvieron a ver.
De menor gravedad en el error, pero los dos goles siguientes volvieron a retratar a Miranda, posiblemente afectado por el golpe de ese inexplicable haraquiri inicial. Perdió un salto en un balón frontal de los que siempre gana y se comió todos los amagues de Andre Gomes en el repliegue posterior. Y se desentendió luego del marcaje de Otamendi en el saque de esquina del 3-0, o se tragó su desmarque y se vio atrapado en un bloqueo. Miranda fue víctima del arte que mejor dominan él y su Atlético en el otro área. Tres fallos de valor gol en catorce minutos. Miranda, lo nunca visto.
Miranda fue el resumen del primer partido que perdió su equipo. Aunque también fue consecuencia de la consistencia y pegada del nuevo Valencia, el último invento de Jorge Mendes, al que negocios al margen habrá que conceder sabiduría futbolística en sus proyectos. El Atlético quedó a las puertas de una goleada y sin embargo de alguna manera se levantó. El capricho de Siqueira de querer tirar una máxima pena que no le correspondía (aunque sí se trata de un especialista) cortó en seco los vientos de remontada y los nuevos jugadores volvieron a confirmar que son menos de lo que había. El portero y el delantero, los laterales, el hincha del Madrid y el doble de Forlán no dan más de lo que dieron sus antecesores. Y Griezmann, que sí sube la nota, lucha contra un estilo que no le va y un técnico que tampoco le tiene toda la fe.
Pero bueno. Sería injusto culpar a los recién llegados. El resbalón en Mestalla recae en el debe de Miranda, que no sólo ya estaba, sino que es uno de los mejores. Pero ni los consolidados pueden permitirse un rato de sueño o desatención. El partido a partido aleja a los rojiblancos ya a cinco puntos del líder.