Es la mejor nadadora de la historia de nuestro país, y su éxito entiende poco de azar. Un trabajo y una abnegación formidables han llevado a Mireia Belmonte a proclamarse campeona olímpica en Río, un sueño que tenía desde que en Londres se vio capaz de pelear con los mejores y decidió confesarle a su entrenador que quería dar un paso adelante en este ciclo.
Ese rector al que Mireia le ha confiado sus aspiraciones durante estos cuatro años de Olimpiada ha sido el francés Frédéric Vergnoux, con quien se entrena desde hace seis años. Curioso y minucioso, con experiencia como entrenador de élite en su país y en Gran Bretaña, ha importado a la natación una nueva idea en la que las medallas no se consiguen con largos, sino con una estrategia multidisciplinar que lo mismo incorpora técnicas de rugby que de boxeo. El galo, de 42 años, no crea nadadores, sino atletas casi renacentistas.
Y así lo ha hecho con la badalonesa, desde la concentración a principios de año en Pretoria a las dos etapas más en altura, la primera de un mes de duración en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada (a 2.320 metros sobre el nivel del mar), prácticamente una segunda casa ya para Mireia. Allí la campeona preparó el Open de España de marzo, cuando tenía que conseguir las mínimas olímpicas, y luego los Nacionales de junio.
La rutina de la catalana en las faldas del Veleta ha sido variada: esquí de fondo, crossfit, carrera vertical lanzada, carrera de montaña... Todo ello combinado con un estricto control del sueño, algo que obsesiona también a Vergnoux, y que ha llevado a Belmonte a un día a día casi monacal.
Lo habitual en la antesala de Río 2016 han sido jornadas diarias de trabajo de lunes a sábado, con doble entrenamiento de agua y sesiones intercaladas de gimnasio y trabajo de cardio. Ha habido tiempo, incluso, para un desafío: el ascenso al pico que domina Sierra Nevada por la ruta de La Hoya de la Mora, de 14 kilómetros, junto al resto del equipo de natación, una segunda familia para Mireia.
Ni una bursitis en los hombros consiguió frenar a la nadadora, a pesar de tener que permanecer seis meses entrenando bajo mínimos físicos y sin apenas lanzarse al agua. Ha sido la altura granadina la que ha esculpido ya a una nadadora legendaria, apoyada también por la UCAM, paraguas privado de tantos deportistas olímpicos (incluido su novio, el piragüista asturiano Javier Hernanz, también parte de su entorno más cercano). Todos ellos han aportado su granito de arena para que el nombre de Mireia Belmonte jamás se borre del olimpismo español.