El periodismo no le va a echar de menos, ya lo han visto. Mourinho proporciona titulares incluso a distancia. Le basta con querer. Y casi siempre quiere. No importa la pregunta ni quién se la formule (elementos que también suele escoger). Si el entrenador portugués se lo propone hace ruido, da igual que hable en Madrid, en Londres o en Nueva York. Tampoco es decisivo el contenido de lo que dice (dada su habilidad para sostener una cosa y la contraria). Además nunca grita por convicción, sino por estrategia. Lo fundamental es contra quién lo dice, su intención. Periodísticamente, Mou es un negocio garantizado. Y pese a lo que pronosticaba su ejército con incomprensible euforia, aunque se haya ido.
Pero el Madrid también es un chollo periodístico. Lo era antes de Mourinho y lo seguirá siendo después. Las portadas se las va a llevar igual, lo entrene López Caro o Ancelotti. No depende de sus protagonistas. Por eso, pese a lo que se propagó, la mezcla con el luso resultó mediáticamente innecesaria. Y finalmente nociva. Esa capacidad indiscutible del luso para seducir a los focos, el Madrid la tenía conquistada desde la cuna. Sobre todo desde que en la prensa se estableció descaradamente el duopolio.
Los blancos no necesitaban del jaleo grosero para hacerse un hueco en las aperturas de los periódicos porque de partida ya son suyas. Esa fórmula, como demostraron Gil, Clemente o Lopera, si acaso le conviene a equipos sin tanto tirón, que se tienen que ganar la atención a pulso. Y no fue sólo eso. Es que el discurso victimista del que tiran todos los de esa especie, en el caso de Mou resultó menos creíble sobre un escenario como el Madrid, que tiene de todo. Es como si en Fórmula 1, el que llorara por falta de coche fuera el piloto de Ferrari y no el de Marussia. Igual pasa, pero como que no cuadra.
Pese a todo, hubo gente en el madridismo, mucha en estos tres años de trayecto, que se creyó a Mourinho. Que acogió su discurso como propio, casi como una cuestión de orgullo, identidad y principios. Que coreó sus agresiones y sus denuncias incluso aunque fueran contra los de su mismo bando. Y esos fieles del luso son los que más van a sufrir a partir de ahora. Porque Mourinho lleva otra camiseta desde la que proyectar sus intereses personales y su egoísmo, desde la que ajustar cuentas y vender su victimismo, desde la que polemizar y dividir.
En ese viaje, el nuevo Mourinho va a entrar en conflicto con la idea que se formaron de él sus fanáticos seguidores. Ya ocurrió el sábado, con un palo medido a tres intocables del mourinhismo militante: el propio Madrid (“no es fútbol, es política”), Florentino (“a mí no me trajo a Bale, aunque sí se lo pedí”) y Cristiano (en realidad no le ofendió, sólo dijo que el verdadero Ronaldo semánticamente es otro; pero el técnico jugó a propósito con la ambigüedad y con la interpretación que aquí se daría de su frase). Un triple puñetazo que cuadra con su talante de toda la vida y que sacia la sed de titulares de ese periodismo que supuestamente en su ausencia lo iba a pasar mal. Pero que deja descolocada a su Yihad. El cariño eterno de Mou igual es efímero.